Ha muerto Robert Redford y con él se despide uno de los últimos grandes mitos del cine clásico de Hollywood. Pero más allá de su carrera como actor, director y productor, lo que deja tras de sí es un legado estilístico que se convirtió en referente de varias generaciones de hombres. Su manera de vestir, tanto dentro como fuera de la pantalla, fue siempre una declaración de autenticidad. En tiempos en los que la moda masculina oscilaba entre la rebeldía desenfadada y la sofisticación rígida, Redford encarnó a un hombre seguro de sí mismo que no necesitó artificios para imponer elegancia.
El estilo de Redford surgía de una naturalidad desarmante. Era el tipo de hombre que podía llevar un jersey de lana gruesa, un traje impecable o una chaqueta marinera y, en todos los casos, transmitir la misma sensación de sencillez sofisticada.
Nacido en California en el seno de una familia humilde, Redford encarnó el mito americano en su forma más pura. Su ascenso desde unos orígenes sencillos hasta la cima de Hollywood lo convirtió en el espejo de un país que se soñaba a sí mismo a través de su imagen. Nadie “vendió América” como Robert Redford. La suya era una versión luminosa, elegante, aspiracional, que se proyectaba tanto en la pantalla como en las revistas de estilo de vida.
La filmografía de Robert Redford puede leerse también como un álbum de tendencias que definieron décadas enteras. En Dos hombres y un destino (1969), junto a Paul Newman, ya se intuía su magnetismo: un forajido con elegancia innata, capaz de convertir el sombrero vaquero y la chaqueta polvorienta en piezas de culto. Pero fue en los años setenta cuando su guardarropa cinematográfico empezó a marcar hitos que aún hoy inspiran editoriales de moda.
En El gran Gatsby (1974), el traje rosa que lucía en las escenas más recordadas se convirtió en símbolo de una masculinidad atrevida y refinada al mismo tiempo. Su Gatsby era un personaje que vestía el lujo sin necesidad de caer en la extravagancia, y esa imagen contribuyó a consolidar la estética preppy que marcaría la moda americana. Un año después, en Los tres días del Cóndor (1975), Redford redefinió el estilo casual masculino con la ya mítica chaqueta de lana con forro rojo. Era el retrato perfecto del hombre urbano, intelectual y relajado, un look que décadas más tarde imitarían desde diseñadores hasta estilistas de series contemporáneas.
Otros títulos como Todos los hombres del presidente(1976) reforzaron su aura de periodista elegante, trajeado sin estridencias, y Memorias de África(1985) lo consagró como explorador romántico con un vestuario que mezclaba saharianas, camisas de lino y botas gastadas.
Pero si Paul Newman representaba la elegancia de los años 60 y 70, Redford encarnó algo distinto: el chic americano que todas las marcas de moda querrían tener como estandarte no solo en el siglo XX, sino también en el XXI. Su estilo era atemporal, versátil y perfectamente exportable; una suerte de molde masculino que Ralph Lauren y otros diseñadores convirtieron en ideal aspiracional. Newman fue el icono de su tiempo, Redford se convirtió en el modelo eterno.
La herencia que trasciende la moda
El estilo de Redford iba más allá de la pantalla. En su vida personal fue fiel a un armario que hoy llamaríamos capsule wardrobe: jeans de corte clásico, camisas Oxford, polos sencillos, trajes a medida en tonos neutros. No buscaba brillar en alfombras rojas, sino reafirmar una visión de la elegancia masculina basada en la sobriedad y en la calidad de las prendas. Su pelo rubio, siempre ligeramente despeinado, se convirtió en un símbolo de la naturalidad de los setenta, tanto como lo fueron las gafas aviador que lucía con frecuencia.
Aunque Redford era californiano de nacimiento, su estilo simbolizaba a la perfección el espíritu de los Hamptons; es decir, la sofisticación relajada, el lujo discreto y un aire chic que parecía brotar sin esfuerzo. Era el hombre al que podías imaginar con la misma naturalidad en una cabaña de Sundance o en una fiesta de verano en East Hampton, siempre con la elegancia como segunda piel.
Su compromiso con la naturaleza y con una forma de vida sostenible también se reflejó en la moda. Con su festival y su marca Sundance, promovió una estética ligada a la artesanía, a los materiales nobles y a un consumo más consciente. En este sentido, fue un precursor de valores que hoy ocupan titulares en la industria de la moda.
No sorprende que casas como Ralph Lauren, que han construido su imperio sobre la idea de un estilo americano atemporal, encontraran en Redford un espejo perfecto. Tampoco que diseñadores europeos como Brunello Cucinelli, abanderados de la discreta sofisticación masculina, lo mencionaran como inspiración indirecta. Redford era, en definitiva, la prueba viviente de que el verdadero estilo no necesita ostentación: basta con coherencia y autenticidad.
Hoy, al recordarlo, la moda rinde homenaje a un hombre que convirtió su vestuario en parte inseparable de su mito. Porque Redford, además de representar personajes memorables, marcó una manera de entender la elegancia que sigue siendo actual. Y su legado estilístico se mide en esa rara capacidad de vestir la autenticidad como si fuera el mayor de los lujos.