Opinión

Trump frente a Irán, el polvorín definitivo

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Donald Trump tenía dos opciones para abrir la guerra en Irán. Esperar a tomar una decisión sosegada o hacerlo de manera exprés y por sorpresa, operación Martillo de Medianoche, acotada pero con riesgos evidentes. Si el ataque a las principales instalaciones de enriquecimiento nuclear sale bien, podría dejar en jaque un programa militar que supone una amenaza global. Irán ha sido y es el tabú de EEUU y de las democracias liberales, el país con el que nadie se ha atrevido a romper la guerra fría desde hace más de cuarenta años. Si con este ataque Trump debilita a Irán será un éxito y el régimen de Jamenei tendrá que recurrir a la negociación diplomática. Si por el contrario Irán tiene capacidad de represalias significativas, se abrirá un foco de inestabilidad impredecible en Oriente Próximo con onda expansiva. Desgastaría a Trump, que prometió no repetir los errores de la guerra de Irak ni meterse en otra en la zona difícil de ganar. Y empobrecería los bolsillos de la clase media americana – junto a la europea-, porque a la inflación actual habría que sumarle la del petróleo. En este momento, a dos días del ataque, el desenlace es imprevisible.

En la retórica trumpista de la exageración, ha sido “un éxito militar espectacular” y las tres instalaciones iraníes de enriquecimiento de uranio habrían sido “completa y totalmente borradas del mapa” (todavía no se sabe). Trump tiene intención de continuar la operación: “Quedan muchos objetivos” e Irán tiene que elegir entre “paz o tragedia”. Una escenografía grandilocuente que el secretario de Defensa, Pete Hegseth, ha matizado pronto: “No se trata de un cambio de régimen, es una operación precisa para neutralizar la amenaza a nuestro interés nacional”.

Irán es núcleo duro exportador de terroristas y enemigo frontal de EEUU e Israel. El “acosador de Oriente Medio”, en palabras de Trump. Si el presidente norteamericano no ha llevado al Congreso la operación de ataque a Teherán, si no avisó a los demócratas, mucho menos iba a consultar a sus aliados europeos. Así que nadie conoce el what ‘s next. Los analistas hablan de una guerra contenida por el momento. Pero el impacto económico será alto si la respuesta de Irán pasa por cerrar el estrecho de Ormuz, vía de entrada y salida de más del 20% de las reservas del petróleo mundial.

Thomas Friedman, firma de referencia en el New York Times, destaca la necesidad de apostar por la diplomacia coercitiva y evitar una operación descontrolada. “Lo que hemos aprendido de todos los levantamientos en Oriente Medio -escribe- es que lo opuesto a la autocracia, al menos en Oriente Medio, no es necesariamente la democracia. Vimos la decapitación de Gadafi en Libia. Provocó, básicamente, desorden. Vimos algo similar en Yemen (…), en Siria”. Sacar a Irán del negocio nuclear y poder verificarlo sería una victoria para la democracia occidental y abre la posibilidad de democratizar la región, atrapada en el régimen de Jamenei. Otra cosa es que pueda conseguirse con las reglas de Trump y Netanyahu.

Con todo, la cumbre de la OTAN y la guerra en Irán confirman varias incertidumbres. Es incierto el papel que va a jugar Trump en la Alianza Atlántica; qué rol va a jugar en Oriente Medio y qué planes tiene en las guerras de Ucrania y Gaza que prometió cerrar y siguen abiertas.

En clave nacional, Sánchez ha ganado tiempo -otra vez- por partida doble con la relevancia de la agenda internacional. El Secretario General de la OTAN, a dos días de la cumbre de La Haya, cierra la confrontación y da su visto bueno. “España tendrá flexibilidad para alcanzar sus objetivos soberanos” porque está en condiciones de “cumplir los nuevos Objetivos de Capacidad con una trayectoria de gasto inferior al 5%”. En la práctica, el 5% era una suerte de techo de gasto militar que obligaba a destinar 80.000 millones de euros, más del PIB en educación. La respuesta de Rutte da una salida a los países incapaces de alcanzar ese 5% (EEUU está en el 3,4% de su PIB) y Sánchez consigue una excepción ibérica en defensa que aprovecharán otros miembros de la Alianza. Para la autonomía europea, es mejor saber qué pone cada uno que prometer unas cifras futuribles con la seguridad de que nunca llegarán. Sánchez coge algo de aire en una semana donde busca oxígeno en esa agenda internacional.. Gana tiempo en lo inmediato pero, desde el informe de la UCO, ya no es el dueño de los tiempos.

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