Análisis
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El riesgo de proliferación nuclear se dispara

Una efigie inflable del Líder Supremo de Irán, el Ayatolá Ali Khamenei.
EFE/EPA/HANNIBAL HANSCHKE

Donald Trump vuelve a empujar los límites del poder presidencial. Esta vez lo hizo para movilizar el poderío militar de los Estados Unidos para atacar el programa nuclear de Irán, esquivando la autoridad del Congreso y al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Es una arriesgada apuesta que amenaza con generar más inestabilidad y que pone en cuestión la arquitectura de seguridad construida durante las últimas ocho décadas para contener la proliferación nuclear. El temor, de hecho, es que acelere la carrera de países que aspiran a tener el arma atómica como una garantía de protección.

La lógica de Trump es simple al ordenar al Pentágono que procediera con el bombardeo para destruir las principales instalaciones –Fordow, Natanz y Isfahan– del programa nuclear de Irán: “el régimen de los ayatolás no puede dotarse del arma atómica”. Es una premisa que apoyan Francia, Alemania y Reino Unido, sus grandes aliados en la Alianza Atlántica. Y así de claro se reflejó en la declaración adoptada por el último G7 hace solo una semana en Canadá. Era la carta blanca que necesitaba Israel para seguir adelante con su ofensiva y arrastrar a EE UU a implicarse en el conflicto.

La preocupación de Occidente por el programa nuclear iraní se remonta varias décadas. Teherán, como Washington, Moscú, Pekín, Londres, París o Berlín, es firmante del Tratado de No Proliferación nuclear. No es el caso de Tel-aviv. La ley islámica le prohíbe, además, dotarse del arma de destrucción masiva, salvo para la legítima defensa. En los últimos años logró enriquecer uranio al 60% y el temor es que pudiera alcanzar en pocas semanas la pureza necesaria para armar sus misiles balísticos con cabezas nucleares, porque dispone de la tecnología para lograrlo.

Técnicamente, por tanto, la mayor potencia nuclear del planeta ataca con carácter preventivo a un país que aún no tiene esa capacidad y sin que haya una resolución del Consejo de Seguridad que ampare tal intervención. La lectura que hace Irán de esta situación es que el Tratado de No Proliferación le deja desprotegida ante un país que no respeta las reglas y que decide actuar como matón bajo la cortina de un presidente pacifista. Es más, le acusa directamente de ser el verdadero instigador del conflicto porque sin su apoyo militar Israel nunca podría actuar por sí sola.

El secretario de Defensa, Pete Hegseth, presentó la intervención como una demostración al mundo de las capacidades militares de EE UU, para proyectar poder de disuasión. La misión bautizada como Martillazo de Medianoche, insistió el jefe del Pentágono, no busca un cambio de régimen en Teherán sino mostrar hasta dónde puede llegar con su acción ante una amenaza a sus intereses. “Estamos en guerra contra su ambición nuclear”, añadió en una entrevista el vicepresidente JD Vance, que así de paso trataba de negar que la operación ordenada por Trump fuera más allá de su autoridad.

La Casa Blanca presentó así la acción militar como una moneda de cambio para negociar con Irán el desmantelamiento permanente de su programa nuclear. La cuestión que se le planteó en la rueda de prensa a Hegseth es por qué no se aplica entonces la misma regla a Corea del Norte. No respondió así que la conclusión más lógica es que si no posees el arma nuclear, los que sí la tienen te bombardean. Y esa reflexión es la que complica todo.

La rueda de prensa del Pentágono concluyó con el secretario de Defensa diciendo que Irán es bienvenida a la mesa de negociación y que hay pasos que se pueden dar para lograr la paz. El primer ministro británico, Keir Starmer, insiste por su parte que la prioridad pasa ahora por estabilizar la situación y prevenir que el riesgo de la escalada vaya más allá de Oriente Medio, lo que trastoca aún más un complejo tablero geopolítico que empezó a desamorarse con la invasión rusa en Ucrania hace tres años.

Irán acusa a EE UU e Israel de destruir la diplomacia, mientras critica a Alemania, Francia y Reino Unido por concederles el derecho de hacer el trabajo sucio por ellos. La desconfianza de Teherán hacia los negociadores europeos es total. Y en este contexto, se plantea abandonar el Tratado de No Proliferación y no someterse a las inspecciones de la ONU. Que las instalaciones nucleares de Fordow, Natanz e Isfahan hayan sido destruidas como afirma Trump, no le impide poder fabricar el arma atómica.

Sin duda detendría la capacidad de Irán para enriquecer el uranio necesario. Ese es el primer. El segundo, moldear el metal para fabricar cargas explosivas, es algo que se puede realizar en un laboratorio y no requiere de un proceso industrial. Por eso Israel atacó estos días instalaciones donde los científicos supuestamente realizan ese trabajo. Hay, además, imágenes vía satélite que muestran cómo en los días previos al ataque se sacó material y equipos de Fordow, por lo que tampoco es seguro que haya perdido por completo esa capacidad.

La arriesgada apuesta de Trump, por tanto, puede ir en cualquier dirección, también a nivel regional y global. La intervención estadounidense no solo es una excusa para animar a un Irán amenazado a intensificar su capacidad de fabricación de ojivas, si es que aún la tiene. También a países con la ambición de dotarse del arma atómica como efecto de disuasión, porque ven que las reglas establecidas en la ONU no se respetan ni les protegen. Es una de las razones por las que Pyongyang desarrolló su arsenal, tras la intervención de la OTAN en Libia al renunciar a su programa.

Irán es el nuevo miembro más evidente del club nuclear. Esto creó ansiedad en Israel, que aunque no es declarada potencia atómica se calcula dispone de 90 cabezas. Teherán también provoca miedos entre sus adversarios musulmanes en Oriente Medio, especialmente Arabia Saudí, que no posee el arma atómica pero que en el pasado expresó su interés en adquirirla. En el caso de Corea del Norte, el ataque estadounidense valida su estrategia. Corea del Sur también quiere la suya. Incluso Japón lo discute mientras en Europa el debate crece en Alemania y Polonia para la amenaza creciente rusa.

En los últimos cinco años se observó así una tendencia que demuestra que el arma nuclear tiene un poder de disuasión realmente poderoso. Como señalan los expertos del Instituto Internacional de Investigación para la Paz, el organismo que supervisa el desarrollo de las armas nucleares, el temor es que se desencadene una proliferación horizontal -estados nucleares que construyen más armas- y vertical -estados no nucleares que intentan obtenerla. El riesgo es que esta proliferación rompa el equilibrio entre las superpotencias y el arma atómica deje de ser una garantía.