Pocas son las certezas que arroja el primer año transcurrido desde la caída de la dictadura de Bachar el Assad y la llegada al poder de un grupo de milicias islamistas reunidas en torno a las siglas HTS (Hayat Tahrir al Sham) y comandadas por el antiguo dirigente yihadista Ahmed al Sharaa, autoproclamado presidente interino sine die.
Acaso cuatro, a sabiendas incluso de la contradicción en la que podemos incurrir: 1) el deseo de la mayoría de los sirios de dejar atrás definitivamente un largo ciclo de autoritarismo y violencia y abrir una nueva etapa en paz; 2) la consolidación de un nuevo poder autoritario sin intención en el horizonte cercano de someterse a la voluntad de las urnas ni de abrir un proceso constituyente, aunque con aparente voluntad de moderación y de iniciar la reconstrucción; 3) la persistencia de las viejas divisiones territoriales y etnorreligiosas en el seno de la sociedad siria, que a menudo se han manifestado en brotes de violencia sectaria en el último año; 4) la incertidumbre sobre el futuro del país: difícil es aventurar si Siria seguirá siendo un Estado unitario -Damasco sigue sin controlar amplias zonas del centro y el sur del país-, si se avecina un nuevo conflicto civil o si la situación socieconómica puede agravarse aún más en el corto y medio plazo.

Un año sin el yugo de los Assad
Transcurrido un año de su inesperada y fulgurante victoria militar frente al ejército de Asad, en el haber del nuevo presidente sirio, Ahmed al Sharaa, destaca, sobre todo, su habilidad para haber pasado de líder yihadista -destacado miembro de Al Qaeda en Siria, el Frente al Nusra, atrás quedó su nombre de guerra Abú Mohamed al Golani– a hombre de Estado, y de haber mantenido un equilibrio entre las exigencias de cambio y moderación que le reclaman la sociedad siria en su conjunto y la comunidad internacional y las de sus propios correligionarios, una amalgama de milicias islamistas radicales suníes entre las que habitan profundas pulsiones de venganza y revancha frente a las minorías que simpatizaron con el anterior régimen.
Un año después el sentimiento de liberación del yugo de un régimen autoritario que practicó durante décadas la represión y la violencia contra la oposición y los sectores de la población considerados disidentes o potencialmente peligrosos es mayoritario. Para ello hay que entender que Siria es un país mayoritariamente suní pero que estuvo gobernado durante más de cinco décadas por un clan familiar perteneciente a la minoría alauí que privilegió a esta minoría. Porque alauíes -en torno al 10% de la población, fundamentalmente concentrada en la costa de Latakia y Tartús- fueron los puestos clave de la cúpula política, militar y de las fuerzas de seguridad e inteligencia del régimen anterior.

“En mi ciudad, Alepo, se percibe el alivio de la gente habida cuenta del terror practicado por el aparato del régimen de Asad, es evidente que el país ya no es el ‘reino del miedo’ que fue; hay más libertad de expresión, opinión, mejores salarios y menos corrupción, y se ha recuperado una esperanza de manera general. Desde esos puntos de vista el país está mejor que hace un año”, asegura a Artículo14 la profesional siria del mundo de las Relaciones Públicas y la Comunicación Jana Hammami.
El drama de la economía
Entretanto, la sociedad siria demanda mejoras rápidas y sustanciales en su vida cotidiana después de largos años de guerra y aislamiento. “Desde el punto de vista económico, reconoce Hammami, con los recortes en las ONG y el gasto público, antes fuente principal de ingresos para centenares de miles de sirios y ahora reducidos a mínimos, la gente está pasándolo muy mal”.
Con todo, a pesar del apoyo de las grandes potencias e instituciones internacionales a la nueva etapa abierta en Siria, la población siria es más que consciente de las dificultades que inevitablemente afrontará el actual gobierno dadas las dimensiones de la destrucción, el trauma sufrido por la sociedad, la emigración masiva, las consecuencias del aislamiento y la falta de experiencia de las nuevas autoridades. “Con la imposibilidad de hacer transferencias de dinero, las restricciones a Internet y a las empresas, ¿cómo un gobierno puede tener éxito si Siria sigue siendo un país fallido?”, se pregunta la joven residente en Alepo, segunda ciudad en relevancia de Siria.
En suma, a juicio de Hammami, “el país avanza en la dirección correcta en términos económicos y políticos, también en su política exterior, pero las circunstancias internacionales siguen castigando al ciudadano medio en su vida cotidiana”.

De yihadista a hombre de Estado: Al Sharaa se consolida
El discurso conciliador del presidente sirio, centrado en la reconstrucción del país y respetuoso sobre el papel con la diversidad de la sociedad siria, la presión estadounidense, y el ambiente internacional favorable a la recuperación de Siria han permitido al nuevo poder liderado por Al Sharaa ver cómo los distintos países y la propia ONU iban retirando poco a poco en los últimos meses las sanciones que pesaban sobre la economía siria y hasta sobre su propia figura, hasta hace poco incluida en las listas de terroristas más buscados.
Para ello ha sido clave el apoyo a Damasco de la Administración Trump, que hoy por hoy considera al ex yihadista un hombre válido en su lucha contra la mayor amenaza regional para los intereses de Washington: el Estado Islámico o Daesh, que puede hallar en el vacío de poder sirio terreno fértil para su recuperación. Además, Al Sharaa cuenta desde el principio con el respaldo de la Turquía de Erdogan, clave en su apoyo a la triunfante operación militar de hace un año; también con el apoyo de la otra gran potencia regional: Arabia Saudí.
Además, a riesgo de soliviantar a su propia base de apoyo, el nuevo presidente se ha abierto además a negociar con las autoridades los términos de una eventual normalización de relaciones con Tel Aviv. Con todo, ello no ha impedido que las Fuerzas de Defensa de Israel hayan ejecutado varios ataques contra supuestas amenazas a su seguridad en el nuevo ejército sirio o que haya llevado a cabo repetidas incursiones terrestres en el sur de Siria, algunas de estas operaciones con la justificación de la defensa de la minoría drusa.

“Un mal año para las mujeres”
Más que discreto es el balance del año transcurrido para las mujeres sirias, aunque la situación de la mitad femenina de la población también varía dependiendo de las coordenadas geográficas, étnicas, sociales y culturales. Para la investigadora universitaria y activista en pro de los derechos de las mujeres sirias Carla Boulos, “este año ha sido fundamentalmente negativo para las mujeres”.
“Después de años asumiendo la responsabilidad de sacar adelante a sus familias durante el conflicto, muchas mujeres están viendo cómo se las devuelve al silencio y la dependencia. La Organización de Mujeres Sirias y otros colectivos liderados por mujeres tratan aún de adaptarse a esta nueva fase de transición y de determinar sobre qué es seguro hablar y qué cosas cruzan las invisibles líneas rojas”, explica la joven natural de Alepo pero refugiada en Países Bajos a Artículo14.
Además, según Boulos, “el debate sobre los derechos de las mujeres y la igualdad de género está cada vez más restringido, y quienes hablan de manera abierta se enfrentan al riesgo del acoso o la venganza”. Respecto a la las libertades personales, la especialista cree que también han retrocedido para las mujeres. “La opinión pública y el control social sobre lo que las mujeres visten, cómo se mueven y cómo se expresan son cada vez más duros y polarizados. En muchas zonas, las mujeres se enfrentan a la presión de actuar conforme a normas religiosas más estrictas y las que no lo hacen sufren la vergüenza o la amenaza”, explica la activista siria a este medio.

En la misma línea, la también especialista en literatura inglesa Jana Hammami considera que la “representación de las mujeres y la cuota femenina en las posiciones públicas y en la estructura gubernamental es mínima, casi inexistente”. De hecho, el gobierno interino designado en marzo pasado cuenta con una sola figura femenina, la titular de Asuntos Sociales y Trabajo Hind Qabwat. “A pesar de su escasa presencia en estos ámbitos, la contribución de las mujeres a la sociedad es siempre positiva, y se necesita mucho más empoderamiento”, concluye Hammami, quien se considera a sí misma una “suní liberal”.
Violencia sectaria y minorías amenazadas
Si, como se ha dicho, predomina una sensación de liberación tras la caída de la autocracia de los Assad en un país mayoritariamente suní, el juicio general sobre el nuevo escenario sirio varía sensiblemente de una comunidad etnorreligiosa a otra. Para las minorías del país -hoy sospechosas para los nuevos grupos dominantes por haber simpatizado con la dictadura de Assad durante algunas fases del régimen-, tales como los cristianos, los drusos y los propios alauíes, el pasado radical de HTS y el propio presidente interino les obliga a ser cautos sobre la evolución de los acontecimientos.
No obstante, el país ha sido testigo en el último año de varios brotes de violencia de tintes sectarios protagonizados por milicias afines a Damasco y grupos armados vinculados a las minorías drusa y alauí, a menudo punto de partida de ejecuciones masivas -varios centenares de asesinados- de miembros de estas comunidades en sus bastiones del oeste (provincias de Latakia y Tartús) y el sur (Sueida) del país.
Las viejas querellas entre comunidades amenazan el futuro de un país ya dividido territorialmente -una situación heredada de los últimos años del régimen de Assad- y en términos etnorreligiosos. “El país está más fragmentado y segregado en líneas religiosas y sectarias, y la influencia creciente de los líderes religiosos es ahora visible incluso en el seno de las instituciones gubernamentales. El lenguaje sectario, la violencia, los secuestros y asesinatos han aumentado, lo que ha incrementado la desconfianza y el miedo entre comunidades”, asegura Boulos a este medio.

Recuerda en este sentido la investigadora doctoral en la Universidad de Estudios Humanísticos de Utrecht (Países Bajos) que “la violencia contra las mujeres también ha adoptado dimensiones sectarias, con cada vez más ataques contra alauíes y drusos, también en algunos casos mujeres kurdas y cristianas”. “Estos patrones reflejan un aumento de la retórica sectaria y divisiones más profundas a lo largo del país”, concluye la joven activista siria.
“Sin mujeres no habrá justicia”
Por último, para la investigadora universitaria siria refugiada en Países Bajos, la justicia transicional “sigue siendo una mera promesa”. “No ha habido progresos reales hacia la asunción de responsabilidades ni la reconciliación. En todos los componentes de la sociedad siria, las concesiones de carácter simbólico siguen ocupando el lugar de la inclusión. No estamos siendo testigos de una transición real, sino de la continuación de los viejos patrones de poder con un nuevo nombre”, abunda.
“Sin una inclusión genuina de las mujeres tanto en la vida política como en las libertades cotidianas no habrá una paz sostenible ni justicia”, concluye Boulos.


