Cuando nadie lo había previsto, casi una década después del peor de sus momentos y cuando parecía culminar su rehabilitación regional, el régimen de Bachar al Assad, una férrea dictadura iniciada hace más de medio siglo por el padre del actual presidente sirio, se está desmononrando. Según ha informado este domingo el gobierno Ruso, el hasta ahora presidente de Siria ha abandonado el país, su cargo, y ha pedido “una transferencia de poder de manera pacífica”.
La responsable de esta situación no es otra que la ofensiva iniciada hace menos de dos semanas por un grupo de organizaciones armadas radicadas en el noroeste del país, a la cabeza de ellas Hayat Tahrir al Sham, una milicia nacida a partir del temible Frente al Nusra -antiguo socio de Al Qaeda– en dirección a la capital.
Con un fulgurante avance militar que ha encontrado desprevenidas a las autoridades sirias y sus aliados, los insurgentes han sido capaces en unas pocas jornadas de hacerse con el control de las ciudades de Alepo, la más poblada y segunda en importancia de Siria, y Hama, la cuarta, al no encontrar apenas oposición en las fuerzas del Ejército regular sirio. No en vano, las fuerzas de seguridad del régimen han huido y la contraofensiva, hasta ahora aparentemente inocua, se ha limitado a bombardeos de la aviación siria y también de la rusa, que fuera un apoyo decisivo de Assad a finales de 2015.
La ofensiva comandada por Hayat Tahrir al Sham (HTS), a la cabeza de la misma Abú Mohamed al Golani, ha contado con el visto bueno de la Turquía de Erdogan. Gracias a su alianza con el conocido como Ejército Nacional Sirio -no confundir con el Ejército regular-, Ankara controla una zona del norte del país limítrofe en la que actúan distintas milicias islamistas, algunas de ellas de corte yihadista como el HTS. Por su parte, el régimen apoyado en el Partido Baaz, a su vez asentado en la secta alauita, continúa controlando el 60% del territorio del país. Otra porción del tapete sirio, en el noreste, se encuentra en manos de las Fuerzas Democráticas Sirias, un paraguas de entidades prokurdas que han gozado del respaldo, a su vez, de Estados Unidos.
Sin disimular ya su apoyo a la operación de la insurgencia y tras haber intentado negociar directamente con Assad en los últimos años, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ha declarado hoy que Siria ha entrado en una “nueva realidad política y diplomática”. Este sábado, el mandatario turco expresaba su deseo de que la operación liderada por las facciones islamistas radicales culminara “sin contratiempos” con la llegada a Damasco.
No casualmente la ofensiva ha comenzado en un momento turbulento en Oriente Medio, con la guerra entre Israel y Hamás abierta en Gaza y recién alcanzado un alto el fuego -más que precario- entre Hizbulá y Tel Aviv. Los rebeldes han sabido aprovechar la debilidad de los principales apoyos de la dictadura siria, empezando por Rusia, que se halla enfrascada en el escenario ucraniano desde hace casi dos años.
Irán, golpeada por las prolongadas sanciones occidentales, ha visto fragilizada su estrategia de expansión en Oriente Medio después del castigo sufrido por Hizbulá, su mayor milicia en la región, y, en menor medidas por otras fuerzas en Siria, Irak y Yemen -los hutíes-, a manos de las Fuerzas de Defensa de Israel en los últimos dos meses de manera especial Precisamente, Hizbulá, un Estado dentro del Estado libanés, pero también una milicia presente en suelo sirio, no se encuentra en estos momentos en su mejor momento para enfrentarse a unos rebeldes eufóricos. Tel Aviv no ha dejado de bombardear infraestructura de Hizbulá en la frontera entre Siria y el Líbano en los últimos días.
Por otra parte, la falta de resistencia de las fuerzas armadas del régimen habla de la baja moral en sus filas debida a la asunción de la inferioridad militar frente a la insurgencia. El avance rebelde ha sido el catalizador de una auténtica implosión interna del aparato del Estado, al que, dada la precaria situación de las cuentas del régimen, sostenía la existencia de una lucrativa red de narcotráfico.
En la tarde de este sábado la alianza de yihadistas y otras facciones rebeldes ha asegurado encontrase en la “etapa final” de sus operaciones para rodear la capital siria. “Nuestras fuerzas han comenzado a poner en marcha la etapa final del cerco a la capital. Damasco nos aguarda”, aseguraba el líder de Hayat Tahrir Al Sham y líder de la ofensiva, Abú Mohamed al Golani. Otros observadores afirman que la insurgencia se sitúa aún al menos a una distancia de diez kilómetros de la capital siria. Además, grupos armados celebran en las últimas horas haber arrebatado a las fuerzas del Ejército regular zonas del sur de Siria.
Entretanto, transcurrida la jornada del sábado, los rebeldes siguen sin dejar constancia de haber entrado victoriosos en la ciudad de Homs. La caída de la cuarta ciudad del país en manos de los rebeldes cerraría la ruta entre Damasco y el bastión del régimen en la franja costera. No parece probable que el régimen vaya a perder de manera inmediata el control del feudo alauita -la secta que domina el aparato del régimen- donde se encuentran las ciudades de Latakia y el puerto de Tartús, en el cual la Federación Rusa tiene una estratégica base naval.
Pero lo cierto es que la falta de informadores independientes sobre el terreno, y el hecho de que la información llegue bien de la mano de los propios rebeldes o del régimen o de alguna organización no gubernamental como el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, una entidad con dilatada experiencia en la cobertura de la realidad siria con base en Londres, hace difícil conocer en estos momentos cuál es la realidad sobre el terreno. Desde el Departamento de Estado de EEUU se instaba a las partes a poner fin al enfrentamiento militar con una negociación.
A pesar de que una caída definitiva de la dictadura siria parece poco probable a corto plazo, el golpe moral sufrido por el régimen es indudable. Las imágenes de la caída de distintas estatuas de Hafez al Aassad, padre del actual presidente sirio, en Jaramana, en los alrededores de Damasco, y en Deraa, en el sur, al igual que antes en Hama, en medio de la euforia de la población evidencian que algo está cambiando de manera acelerada y para siempre -y puede ser solo el principio- en la otrora rocosa dictadura siria.