Opinión

Un suicidio llamado Almaraz

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En esta España desnortada, en la que todo muda, en la que un gobierno desgobierna sin presupuesto que lo ampare, huérfana de entendimiento, atrapada en el garrotazo de Goya, en la que impera el insulto y la descalificación, ya sin formas ni educación, en la que el fin justifica el medio, en la que nadie se plantea un proyecto para el futuro ni casi para el presente, en la que cada día tiene un afán, pero no en el sentido jesuita, sino en el de la más primitiva supervivencia; todo, absolutamente todo, puede pasar.

Puede pasar, de hecho, está pasando, que contemos con una de las mejores centrales nucleares del mundo, orlada como excelente por instituciones internacionales, que abastece el 7 por ciento de la energía nacional y el 30 por ciento de la Comunidad de Madrid, que nutre a 4 millones de hogares, unos 16 millones de humildes ciudadanos, con un grupo de élite de profesionales y técnicos, que genera empleo en una comarca abandonada de inversión, que paga un chorro y medio de tributos, pues puede que se cierre a la vuelta de la esquina si Dios no lo remedia o el Gobierno no cambia su decisión.

Central nuclear de Almaraz (Cáceres).
EFE

Encuentro y análisis

En días pasados, el Foro Nuclear invitó a un grupo de veteranos miembros de la Asociación de Periodistas Europeos, que como los ángeles dirige el insigne Miguel Ángel Aguilar, a visitar las instalaciones de la Central de Almaraz, que alberga dos reactores nucleares funcionando como la seda. Como hasta entonces, jamás había tenido la oportunidad de conocer las tripas y el cerebro de una mole como esa y atraído por el misterio de la física del funcionamiento de la fisión nuclear y sensibilizado, en especial tras el apagón, por la pérdida de estabilidad energética nacional, no me lo pensé dos veces.

Al reducido grupo de veteranos periodistas nos acompañó un delicioso día del inicio otoñal, con un sol que iluminaba el paisaje y abría los ojos ante la inminencia de descubrir lo que se oculta en una central nuclear. Nos plantamos en poco más de dos horas. No sé si por mi mentalidad fantasiosa o peliculera, alimentada por la visión reciente de “Oppenheimer”, pero la llegada a la Central Nuclear de Almaraz me recordaba a la de la ciudad-campamento que se levantó en Los Álamos para albergar aquellos inquietos cerebros privilegiados que dieron cuerpo a la energía nuclear.

La Central Nuclear de Almaraz se levanta como un gigante en medio de la nada en la comarca cacereña del Campo Arañuelo, bañada por el embalse de Arrocampo. La primera sensación que produce su visión es la de una impresionante instalación militar sobria, sencilla y segura, en la que todo está medido y sometido a protocolos contrastados una y otra vez. Al entrar en su interior, aparece un inmenso universo industrial de turbinas y generadores, cuyo funcionamiento se gestiona y vigila al milímetro. En medio del ruido ensordecedor, se aprecia que todo funciona con la meticulosidad de un reloj suizo. Una inmensa sala de control, en la que todo está duplicado, gobierna los dos reactores las 24 horas del día bajo la dirección de sólo siete profesionales de altísima cualificación, que pueden acceder a ese puesto tras años y años de formación exhaustiva y experiencia demostrada.

Manifestantes yendo a la central nuclear de Almaraz (Cáceres).
Sí a Almaraz, Sí al futuro

Motor de la economía regional

Una vez dicho esto, veamos el impacto económico y social de esta instalación. Almaraz dispone de dos reactores nucleares casi gemelos, cuya construcción se inició en 1973 y cuyo funcionamiento operativo se produjo en 1981 y 1983 respectivamente. Estamos ante la instalación que más aporta al sistema eléctrico español con un suministro medio anual de 16.000 millones de kWh, es decir el 7% de toda la electricidad consumida en España y más del 25% de la energía nuclear producida.

Su contribución a la economía extremeña es más que notable. Alrededor de 400 empresas prestan sus servicios en la central, alrededor de 4.000 empleos directos, indirectos e inducidos son generados por su actividad, habiéndose consolidado como un ancla para la fijación de la población en la zona. Por eso no es de extrañar, que la inminencia del cierre haya unido las voces de Extremadura para impedirlo.

Líder en el ranking

Pero, independientemente de estas cifras, Almaraz es una de las mejores centrales nucleares del mundo, una joya de la tecnología y la industria española. La Asociación Mundial de Operadores Nucleares (WANO por sus siglas en inglés), con unos insólitos estándares de dureza en sus juicios, la ha situado en su categoría 1, la más elevada que otorga anualmente, debido a su fiabilidad, estabilidad operativa, su limpieza medioambiental y su altísima seguridad.

Como no podía ser menos en esta España ahíta de carga fiscal, la tributación de Almaraz es elevada. El pasado año aportó 435 millones a Hacienda, cuando en 2019 fueron 343, que tampoco está mal. Ha pasado de 21 euros por MWh a 28 en un santiamén. En 2012, la cifra era de 9 euros por MWh. La tributación se desglosa en el impuesto sobre el valor de la producción energética, el impuesto de producción de combustible nuclear, las ecotasas, el IBI, el IAE, la tasa del Consejo de Seguridad Nuclear, la tasa de la Guardia Civil y la tasa Enresa, entre otras.

Este es uno de los puntos que enfrenta a las empresas, que consideran el tratamiento fiscal como insoportable e insostenible, con el Gobierno ante una eventual e hipotética suspensión de la orden de cierre.

Cierre gradual

Así están las cosas ante la eventualidad del inminente cese de actividad. La autorización de explotación de Almaraz I expira en noviembre del 27, mientras la del II es de octubre del 28. El cierre, en contra de lo que muchos piensan, no consiste en pulsar un botón. Se trata de un proceso lento y dilatado que una vez se pone en marcha es imparable. Marzo del 26 es la fecha límite para que se cambie la decisión. Para ello, las empresas propietarias (Iberdrola, Naturgy y Endesa) tienen que presentar una solicitud al Gobierno, quien tendría que cambiar su criterio demonizador de la energía nuclear. El asunto fiscal es el más espinoso.

Almaraz tiene un hermano gemelo en Virginia. Es la Central Nuclear North Anna. Las autoridades americanas han extendido su operatividad por 20 años adicionales, hasta 2060. Estados Unidos dispone de 12 reactores nucleares autorizados para operar durante 80 años y otros 82 con la concesión por un periodo de 60 años. Nada hace pensar que la vida de Almaraz no pudiera prolongarse hasta 2063.

Nuestro gobierno de progreso, si algo milagroso no lo remedia, quiere que los 7 reactores que operan en España dejen de funcionar en 2035. Este plan lo trazaron en 2019, antes de que tantas cosas pasaran en el mundo. Antes de que Rusia agrediera Ucrania, antes de la sangría de Gaza, antes de que el suministro de gas esté en cuestión, antes de que la situación geoestratégica girase. España, como ocurre ya con demasiada frecuencia, se ha quedado sola en el planteamiento de que su producción de energía nuclear cese en 2035. Una soledad que invita a un suicidio llamado Almaraz. Nuestro presidente, en su sano juicio, cambia y cambia de opinión. Confiemos que también cambie en este asunto.

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