El ser humano a lo largo de la historia ha caído siempre en el mismo y elemental problema: la generalización.
La individualización y el pensamiento crítico y racional son propios del resultado de la educación, del saber entender al individuo con sus particularidades y dentro de un colectivo, evitando situarlo dentro de un “traje” genérico que no siempre es de su talla.
Si afirmamos “España adora a Pedro Sánchez”, no sería más que una generalización. Lo mismo sucede si decimos “Todos los catalanes son independentistas”, porque más de la mitad -según los resultados electorales- no piensan lo mismo.
Esto nos ha de llevar a reflexionar sobre cuál es la ganancia de la generalización. ¿Por qué nos encontramos en un momento de la historia en el que, desde la política y desde algunas trincheras de la sociedad, se nos intenta encuadrar en grupos genéricos?
La conclusión es muy simple: al aplicar el “divide y vencerás” siempre ganan los poderes políticos, y pierden los ciudadanos.
Nos encontramos en un momento de odio efervescente, del “conmigo o contra mí” y de la falta de racionalización del individuo, apostando por el pensamiento de masas.
En las redes sociales se pueden ver vídeos en Europa echando a judíos de cafeterías, o atacando a musulmanes por su religión. Este pensamiento simplista no lleva a ningún lugar: ni todos los judíos apoyan los macabros ataques a civiles en Gaza, ni todos los gazatíes y palestinos pertenecen o apoyan a Hamás.
Esta generalización solo beneficia a una clase política egoísta, que busca romper la sociedad para cosechar beneficios personales.
Esta operación de simplificación se aprovecha del pobre conocimiento de la historia. Una falta de educación que provoca que algunos, por ejemplo, lleven una bandera trans junto a otra de un país donde la transexualidad es un crimen, o una camisa del Che Guevara a una manifestación del Orgullo Gay.
La ignorancia blanquea a los criminales, retuerce la historia y la cambia para que olvidemos las lecciones que nos impiden repetir atrocidades y errores del pasado.
Es curioso: ahora creemos que somos muy libres por poder sentirnos como queremos cuando queremos, o publicar en redes sociales todo lo que hacemos; una libertad que se basa en principios y lecciones de una historia que algunos necesitan olvidar.
Se echa de menos la misma energía para manifestarse por las muertes en el Nagorno Karabaj, o por anulación de la mujer en Afganistán, o por el hecho de que Egipto siga con sus fronteras cerradas con Gaza.
La generalización del pensamiento lleva a la implantación del odio, a la intransigencia, a solo tener principios para lo que está de moda o tiene recorrido mediático. Una estrategia útil para esos políticos que necesitan esconder sus escándalos y generar cortinas de humo que nos hagan olvidar la historia.