Opinión

Y el patriarcado marchó a apagar el fuego

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España arde, y civiles, bomberos y Fuerzas Armadas están luchando en primera fila por su comunidad. Y podríamos decir que todos ellos son hombres. ¡Claro que debe de haber mujeres valientes que, en pueblos y aldeas, se han lanzado con todos los medios a su alcance a apagar las llamas que cercan sus viviendas! Pero, a ver, no le descubrimos a nadie que la mayoría de los que luchan contra el fuego son hombres. Y a mí, que quieren, debe de ser por mi inclinación a pisar charcos inconvenientes, me gustaría que lo reconociéramos. Pero veo pasar un estúpido velo.

En las noticias se mencionan esos muertos y esos heridos que han sido pasto de las llamas con un pudoroso “personas”. “Ya llevamos cuatro personas muertas”, dicen en todos los noticieros, incluidos los de la fachosfera. Lo entendería si las hubiera de ambos sexos. Pero no es el caso ni, muy seguramente, lo será. Pero estoy convencida de que si la desgracia hubiera sucedido en el ala de ginecología de un hospital, la condición femenina de las víctimas no dejaría de mencionarse. Aunque fuera de suyo. En el caso de estos bomberos y voluntarios, decir algo como que “llevamos hasta el momento cuatro hombres muertos” sería muy preciso, pero, y es insoportable meramente enfrentarlo, para nada políticamente correcto. Es dramático pero es así.

Los hombres mueren por su comunidad. También por las mujeres. Ni se lo piensan. Sacrificio, trabajo, igualdad, lealtad, complicidad y palabras similares tienen un significado muy distinto cuando se les exige a los hombres. Hay cosas que nunca cambian y, en una situación de grave peligro, de incendio forestal en este caso, es cuando los sexos se reparten en el cuerpo social como una suerte de mitosis en la que cada cual parece saber a qué lado ir. Sin palabras ni reproches. Los hombres son más agresivos que las mujeres. Para lo malo, pero también, para lo bueno. Y ahora su masculinidad ya no es tóxica: es valentía y arrojo. Los hombres tienen un rol de dominancia, pero no por sí mismos: existen para utilizarlos en beneficio de la familia, de la jerarquía o el propio grupo. No sólo tienen la obligación de proveer para la familia, sino que la comunidad se sirve de ellos para trabajos forzados o para reclutamientos ineludibles como en la guerra de Ucrania.

Y sin embargo habrá a quién le incomode. ¿Cómo llegamos a esto? El horror de los crímenes de pareja ha propiciado una generalización injusta sobre todos los hombres y a una victimización también generalizada sobre todas las mujeres. Y luego su politización hasta el absurdo. La implantación del feminismo de género como una ideología de Estado nos ha llevado a una situación en que las cosas ya no se pueden decir por su nombre. El feminismo estos días ha preferido mantener un perfil bajo. Pero no hace tanto teníamos a un Ministerio de Igualdad que era la máxima expresión de lo grotesco. Parece que no recordamos las andanzas de Irene Montero como ministra de la cosa y de una Ángela Rodríguez Pam (conocida simplemente como Pam) como secretaria de Estado de Igualdad proponiendo talleres de masculinidades a diestro y siniestro. ¿Alguien se las imagina en pleno incendio espetándoles a los matafuegos que no vayan tan de machitos y que ellas no necesitan héroes? Los querían “blandengues”, decían. Y es que el feminismo irracional nunca quiso mejorar a los hombres, sino neutralizarlos. Despojarlos de sus virtudes y convertirlos en pusilánimes, lastimosos y avergonzados. Hasta que llega el momento.

Honremos a los hombres valientes y buenos.

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