Desde hace varios meses, el presidente Pedro Sánchez busca ocupar la escena internacional distinguiéndose de sus homólogos extranjeros. Una singularización que se ha convertido en una obsesión que refleja varios rasgos de un Gobierno en vías de desacreditación internacional. Si bien algunos de ellos son sin duda de orden psicológico, otros son fruto de una estrategia o de una serie de cálculos (geo)políticos mal planteados por Sánchez y su equipo.
En el pasado, los medios de comunicación extranjeros calificaban al primer ministro español de “handsome”. Aprovechando la imagen de una España relativamente fuerte, política y económicamente, dentro de la Unión Europea, al mismo nivel que Italia o Polonia, después de Alemania y Francia, Pedro Sánchez seducía por su increíble capacidad de adaptación a las circunstancias y a los foros internacionales.
Gozaba de una imagen internacional favorable y podía permitirse compararse con la canciller alemana o el jefe de Estado francés (sobre todo con este último), tratando de mantenerse al margen de las dificultades y críticas internas. La psicología interviene aquí en la medida en que Sánchez actúa por mimetismo, imitando a Macron, por ejemplo. Aunque este último sufre de una baja popularidad en su país, centra su actividad en el ámbito internacional porque es jefe de Estado; no representa a los franceses, sino al Estado y a la nación francesa. Por último, Macron ya no puede presentarse a las próximas elecciones presidenciales de 2027 (la Constitución se lo prohíbe). Sánchez, él, no es el presidente de un régimen, sino de un Gobierno. Es responsable ante sus conciudadanos, que pueden impedirle un nuevo mandato en 2027.
A diferencia de Macron, no puede desentenderse de los asuntos políticos —y judiciales— de su país. Él es el primer ministro, con todas las responsabilidades que conlleva su cargo. ¿Una carrera frenética hacia una salida política de prestigio internacional (un mandato europeo o en la ONU)? ¿O la necesidad de sentirse por encima de las tribulaciones cotidianas y los problemas político-judiciales?
Lo cierto es que el prestigio de Sánchez comenzó a declinar en el seno de la Unión Europea tras las elecciones generales de 2023, cuando se mantuvo en el poder bajo el chantaje de sus “socios inciertos” de la izquierda radical y los nacionalistas catalanes. Además de una amnistía cuestionada por la Comisión Europea, las presiones españolas —ejercidas al menos siete veces oficialmente— para que se adoptara el catalán como lengua oficial de la Unión Europea irritaron seriamente a los europeos. Por no hablar de la mediación europea para desbloquear la renovación del Consejo del Poder Judicial. Sánchez perdió su credibilidad europea —y, por tanto, internacional— al exportar sus conflictos nacionales a la UE, cuando esta no se inmiscuye en los asuntos internos de un Estado. Europa no es un patio de recreo. La situación empeoró con la insistencia en el nombramiento de Teresa Ribera como vicepresidenta de la Comisión, a pesar de la DANA.
Choque con la OTAN
En otro orden de cosas, pero con consecuencias directas en las relaciones diplomáticas entre España y los demás Estados miembros de la UE, está el enfrentamiento entre Sánchez y Donald Trump en el marco de la OTAN. El “niet” (no en ruso) formal del presidente español a la exigencia atlántico-estadounidense de aumentar la contribución al esfuerzo militar (el famoso 5 %) le ha valido a España un aislamiento casi de facto frente a la mayoría de los miembros de la organización atlántica, pero también la amenaza de represalias comerciales y aduaneras por parte de EE. UU. Y a ganarse la antipatía de la Comisión Europea, que negociaba la reducción de los aranceles aduaneros para todos los Estados miembros de la UE. Sánchez ha pasado de ser “handsome” a ser “teflón”.

Los escándalos de corrupción que afectan al PSOE y al entorno familiar del presidente del Gobierno español alertan a los gobiernos y medios de comunicación internacionales, cuyos análisis son muy críticos con la gestión de Sánchez. De hecho, muchos observadores avisados, respaldados por cables diplomáticos, consideran que el jefe del Gobierno no llegará al final de su mandato. Su credibilidad internacional se ha visto definitivamente mermada. Y no serán sus giras por África y Latinoamérica las que reviertan la situación.
Si en Europa la socialdemocracia está moribunda, el “sur global”, que reúne a numerosos gobiernos progresistas, no va a apoyar necesariamente a un Pedro Sánchez aislado en la escena europea e incapaz de frenar el avance de la extrema derecha española (pero también internacional, ya que reivindica una estatura… internacional), acusando de complicidad e “irresponsabilidad” al Partido Popular.
En realidad, el refugio latinoamericano de Sánchez no solucionará nada. Su discurso es inaudible tanto en España como en Europa. Y no será Macron quien le escuche para desbloquear la firma del acuerdo Mercosur que los agricultores franceses, españoles y otros europeos no quieren. El precio de mantener a Sánchez en el poder es cada vez más alto para la coherencia y la fiabilidad de la geopolítica española. Una geopolítica “teflón”.