Opinión

Juana Rivas: hermana, yo no te creo

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El Caso Juana Rivas ha sido uno de los asuntos más lamentables de los últimos años. Y tremendamente difícil de dilucidar. Un avispero para cualquiera que se meta en él. Pero ese niño arrastrado por un cortejo de plañideras a las que sólo hubiera faltado ir de negro y con la cabeza cubierta, es un símbolo del desastre de la politización de las fricciones en las parejas actuales. Inolvidable ese desfile tumultuoso, que remitía a la España más negra y folklórica, durante 150 metros de una calle cuajada de cámaras y periodistas. Una tragedia griega reconvertida en farsa. Esa madre caminando de espaldas; esa suma sacerdotisa del rencor hembrista llevándola en volandas (la Paqui, como la llama en una aterradora conversación con su padre el pequeño Daniel).  “¿Y el niño? ¿Dónde está el niño?, preguntaron las psicólogas del Punto de Encuentro familiar. “¿El niño? Ah, no sabemos, -respondió Francisca Granados (Paqui)-, venía detrás de nosotros, se habrá quedado ahí atrapado con la prensa”. Después de ese impactante diálogo, recogido en la excelente crónica de Quico Alsedo en El Mundo, poco más se podría decir.

Sí, es difícil no pensar que Gabriel y Daniel, los hijos de Juana Rivas, han sido víctimas de manipulación o sugestión. Durante un tiempo se habló del Síndrome de alienación parental (SAP), que se refería al sufrido por los niños que habían desarrollado aversión, incluso miedo, hacia un progenitor sin que hubiera pruebas evidentes de maltrato.  Si buscamos en Google, Wikipedia, por ejemplo, leemos que es un concepto inventado. Que es un arma contra las mujeres en un juicio. Un constructo fabricado para poner en paréntesis la palabra de los niños en los juzgados cuando verbalizan maltrato o abuso sexual por parte, normalmente, del padre o de la figura que representa al pater familias. Sin embargo, sí hay estudios sólidos sobre el síndrome de la falsa memori (SFM), con el que hay concomitancias evidentes. Los estudios sobre el SFM han demostrado que los recuerdos pueden ser implantados o distorsionados mediante sugestión, repetición o manipulación de información. El SFM tiene una base científica sólida, y está respaldado por experimentos controlados en el marco de teorías cognitivas establecidas, especialmente por el trabajo de psicólogos como Elizabeth Loftus. Y, según nos dicen, el SAP, en cambio, se apoya en observaciones clínicas no sistemáticas, sin pruebas experimentales que aíslen la “alienación” como “causa única” del rechazo de un progenitor.

Seguramente nadie sensato asegurará que el SAP vaya a ser siempre el único motivo para el rechazo. Como tampoco cabe duda de que las críticas ideológicas (especialmente de grupos que se manifiestan como protectores de las víctimas de abuso) han influido en el descarte de ese SAP. Sin embargo, el que esté suficientemente demostrado que la implantación de recuerdos y de relatos existe, ya abre la puerta a una integración de conceptos entre el SAP, el SFM e, incluso, con la llamada “violencia vicaria” (actos de violencia dirigidos hacia los hijos u otros seres queridos de una persona con la intención de causar daño psicológico o emocional a la pareja o expareja), pues está todo entrelazado. Como también podría estarlo en el caso de Juana Rivas. Pero la politización de situaciones y conceptos es realmente lamentable. La ideología de género que nos abruma haría que, en el caso de Juana Rivas, pudiera interpretarse como un caso de violencia vicaria que se demostrara que Arcuri (el padre de los niños) maltrató a los hijos para dañar a Rivas, o como un caso de SAP si se probara que Rivas manipuló a los hijos para que rechazaran a Arcuri. Un sinsentido, pues el mismo mal comportamiento sería un síndrome u otro dependiendo del sexo del autor. Y volveríamos a la plaga del delito o falta de autor -como si ambos no fueran personas iguales- que viene exigiendo el feminismo radical.

En resumen: la evidencia empírica y científica indica que los niños en situación de estrés pueden fabular. Por eso es lamentable que la ministra Sira Rego afirme que “a un niño hay que creerle siempre”. Y que juzgue respaldarlo con inteligencia señalando, como ha hecho reiteradamente, que los dos hermanos manifiestan “versiones coincidentes” en sus declaraciones.  Esta ministra  -de una España que da ministerios por interés político como si fuera la tómbola- ni siquiera ha aprendido correctamente de las series policíacas de la televisión. Que las versiones coincidan es un indicio de verdad cuando los interrogados no han tenido ocasión de juntarse y fabricar la misma respuesta. Y no es el caso. Como he dicho al principio, esto es un avispero emocional donde es muy difícil saber quién miente. Pero reconozco, con su carga de subjetividad y que al mundo nada le importa, que me la creo menos a ella.

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