Serena Williams, con su cuerpo rotundo y musculado de diosa griega y su historial clínico de héroe en un campo de batalla, acaba de ser nombrada asesora de salud femenina por una empresa de suplementos. La noticia puede parecer menor; poca novedad, otra celebrity con un contrato de marca. Pero detengámonos un momento. ¿Por qué, mientras sus compañeros ya jubilados, auténticas leyendas, encabezan cada cual sus propias agendas, una tenista retirada —otra leyenda— se convierte en la portavoz más visible del bienestar femenino en 2025? Posiblemente porque nadie más lo hace.
Serena nunca cursó estudios de medicina, pero ha pasado por lo que millones de mujeres en el mundo padecen a diario: diagnósticos tardíos, efectos secundarios minimizados y protocolos que ignoran el cuerpo femenino como si fuera una anomalía biológica. La mitad del planeta recibe el trato que merecería una excepción a la norma. Tuvo un embolismo pulmonar tras dar a luz; nadie la creyó hasta que casi le costó la vida. Las quejas de las mujeres reciben, por normal general, menos atención y se perciben como menos serias que las de los varones. Llegan también al diagnóstico en peor estado: más cansadas, peor atendidas, con una deriva de falta de cuidados brutal.
Y Serena, de pronto, propugna: “El agotamiento no es normal. Escucha tu cuerpo”. Algo básico, tan básico, se está convirtiendo en un nuevo mantra, entre otras cosas porque el mensaje que hemos recibido durante siglos ha sido el contrario.
Mientras tanto, en España, algunas voces comienzan a decir en alto lo que tantas otras han sufrido de manera silenciosa. Ana González Ramos, investigadora del CSIC, lo pone en palabras: ahora las mujeres tenemos voz sobre nuestra salud, pero aún hay demasiados déficits. Que lo diga una socióloga ya es un indicio: las médicas lo sufren, pero a menudo callan. Hay demasiado miedo a ser considerada una exagerada, una victimista, una histérica; muchas de los pacientes lo han vivido.
Si existe un fenómeno más perverso que la ignorancia ese es la sistemática desatención. La doctora Clotilde Vázquez, endocrina de la Fundación Jiménez Díaz, lo ha repetido: la menopausia no es una enfermedad ni un castigo divino, es un proceso fisiológico que ha sido envuelto en silencio, culpa y trivialización. Pero el cuerpo femenino solo interesa mientras ovula. Después de los 45 se le da el trato de un electrodoméstico averiado.
Guillermo Antiñolo, genetista sevillano, se suma al coro, pero con datos moleculares: el genoma femenino requiere atención específica. No se trata de ideología, sino de biología. Y sin embargo, seguimos recibiendo tratamientos diseñados para hombres de 70 kilos. Que no se note que sangramos, que fluctuamos, que nuestro sistema inmunológico, hormonal y emocional es más complejo —y por tanto, más incómodo— para la medicina estándar.
Y si en Reino Unido ya suena la alarma (han caído al puesto 41 en el ranking mundial de salud femenina), aquí deberíamos ya mirarnos al espejo y reconocer la situación. Un reciente estudio advertía que más de 700 enfermedades se diagnostican más tarde en mujeres que en hombres. ¿Por qué? Porque durante décadas, los ensayos clínicos se hicieron con varones. Porque a las mujeres se las silenciaba incluso cuando se morían.
Ahora se nos ofrecen apps, aplicaciones que calculan el tipo de terapia hormonal según tus síntomas con sorprendente eficacia. O bots que responden a tus dudas ginecológicas por WhatsApp. No se cansan, trabajan a cualquier hora, son corteses y empáticas. Pero no deja de ser triste que necesitemos inteligencia artificial para obtener lo que un médico con sensibilidad debería entregarnos forma natural: escucha, criterio, atención. Y que ellos, que ellas, tengan tan nivel de saturación que ni aunque lo deseen pueden ofrecer poco más que entregan.
Serena Williams, que carece de bata blanca, posee sobrada autoridad moral. Se ha partido la espalda (y el útero) dentro de un sistema médico diseñado para ignorarla. Y porque está diciendo en voz alta lo que muchas profesionales españolas llevan años susurrando entre consultas saturadas, papers mal citados y congresos con cinco ponentes varones hablando de endometriosis.
La salud femenina no necesita condescendencia ni lavados de imagen. Necesita datos, financiación, y profesionales que recuerden que no hay peor medicina que la que no se aplica por costumbre, con los suficientes medio como para no saturarse, como para realizar un seguimiento. Necesita estudios, aplicación práctica, personalizada. Lo personal es político, decía el feminismo. Y lo médico también.