No siempre se gana. Lo sabes tú y lo sé yo. En la vida perdemos más veces que ganamos. Sí, es así. Piensa en la cantidad de veces que has intentado conseguir algo y no lo has conseguido. No siempre se gana. Se pierde más veces que se gana.
El mundo está lleno de coachs que parecen tener la fórmula para conseguir todo lo que uno puede desear en la vida. Visualiza, trabaja, esfuérzate… y lo conseguirás. Algunos tienen incluso fórmulas mágicas, basta con cerrar los ojos muy fuerte, desear algo con toda tu alma y… lo consigues! Pero la vida no funciona así.
Este año 2025 volvieron a convocarse las oposiciones para profesores de secundaria. Miles de hombres y mujeres intentaban, algunos por primera vez, otros repitiendo la experiencia de años anteriores, conseguir una plaza de profesor. Según algunas fuentes, había una plaza disponible por cada seis candidatos que se presentaban. Los opositores ya lo saben antes de presentarse: pueden conseguir la plaza (al menos con ese ánimo se presentan), o no. Pueden ganar o pueden perder. Y esto lo saben todos los opositores de cualquier tipo, no sólo los que aspiran a ser profesores. Lo saben los médicos, los que estudian para abogados del estado, para notarios, para auxiliares administrativos….
También en junio, miles de estudiantes terminaron sus grados en las universidades de España, jóvenes que están deseando descansar e irse de vacaciones pero que también ansían comenzar a trabajar, tocar el mundo laboral. Por eso miles de currículos viajan cargados de esperanza. Una parte de estos jóvenes conseguirán la oportunidad que estaban deseando, otros no. La vida es así. No siempre se consigue lo que se anhela. Quizá aún recuerdas aquella entrevista que hiciste para aquel trabajo que nunca conseguiste. O aquella vez que te enamoraste y no pudo ser. Se pierde muchas veces en la vida. La vida está llena de estos momentos.

Perdemos posesiones, perdemos amigos, perdemos a personas que queremos y perdemos todo tipo de oportunidades, aunque quizá en este caso no tendríamos que hablar de perder, porque nunca tuvimos aquello, lo anhelábamos, pero nunca fue nuestro.
O sí, quizá sí lo perdimos. Lo perdimos porque vivió en nuestra imaginación y por qué lo que imaginamos no puede ser tan real como lo que vivimos, a veces tiene incluso más fuerza, y cuántas veces se nos queda en la memoria lo que tan sólo fue imaginado, aquello que sentíamos que podíamos tocar con la punta de los dedos, aunque nunca llegáramos a rozarlo.

Si alguien sabe lo importante que es aprender a perder, es un deportista. Los deportistas necesitan aprender a gestionar las derrotas, cómo, si no, seguir adelante, terminar un partido, jugar al día siguiente. El deporte nos sirve en este caso como metáfora de la vida. Salimos a jugar, intentamos ganar, pero perder formar parte del proceso. Son muchos los deportistas que pasarán su vida deportiva sin ser nunca el primero, el campeón. Serán el quinto, el tercero, el décimo, nunca llegarán a ser el número uno, pero su vida sigue siendo el deporte. No ganar, no ser el primero, no les impide seguir compitiendo. No siempre se gana. Y esto demuestra que no ganar no significa perder.
Estoy segura de que la he traído a alguna otra columna, porque es una frase que me acompaña y repito con frecuencia, me refiero a la frase de Santa Teresa de Jesús que dice que se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por aquellas que permanecen desatendidas, y es que uno nunca sabe si perder fue mejor que ganar. No podemos comparar. La vida es una calle de único sentido, decía Agatha Christie.
Perder, ganar. Conseguir lo que uno quiere o quedarse sin llegar y verse obligado a transitar por otro camino al que nunca antes uno se había asomado, ni siquiera como posibilidad. Y es que perder no tiene por qué significar una derrota.
La vida está llena de momentos de pérdida y la ficción está llena de perdedores que nos fascinan, a mí me fascinan. Hombres y mujeres que viven en libros, viven en películas, y nos enseñan que a veces perder es mucho mejor que ganar. Pero claro, eso es ficción. En nuestras vidas es imposible saber qué hubiera sido mejor o peor. Nunca sabremos si perder fue mejor que ganar. Cómo saberlo. Necesitaríamos que se nos mostraran las dos vidas, en paralelo. “Mira, esta sería tu vida de haberlo conseguido” nos dirían. “Guau, menos mal que no lo conseguí” responderíamos, quizá.
Quién sabe. Desde luego en esta vida nunca lo sabremos.