Hemos leído lo que ocurrió dentro del Punto de Encuentro Familiar (PEF) el pasado martes, cuando Juana Rivas entregó a su hijo Daniel, de once años, para que se fuera con su progenitor, Francisco Arcuri. El pequeño lloraba y entre sollozos aseguró que temía por su seguridad y su vida. Una vez dentro, se le obligó a verle y le intentaron convencer con medias verdades y falsedades para que se fuera con él, a pesar de que, en apenas unas semanas, se le juzgará por maltratarlo en Italia.
El caso de Daniel, desgraciadamente, no es único en España y son miles los menores de edad obligados a visitar o convivir con sus maltratadores. ¿Qué sienten y qué consecuencias emocionales y físicas presentan estos niños, niñas y adolescentes?
“Lo que viven de pequeños les acompaña el resto de su vida”
Antonio Gancedo lleva más de veinte años cuidando de la salud de los menores. Vocal de la Junta Directiva de la Sociedad de Española de Pediatría Social, además de miembro de la Comisión de atención especializada sobre la Violencia de Pareja en situaciones de riesgo familiar, del H.U. Fundación Alcorcón, también es autor del libro Aproximación al maltrato infantil en la Urgencia y coautor del Manual para la atención a situaciones de maltrato infantil.

Gancedo considera que los niños y niñas que se enfrentan a este tipo de circunstancias “viven esas situaciones con miedo, con angustia, temor, con mucho rechazo. Tienen oscuridad, les duele la tripa, no duermen bien, tienen episodios de ira, se ponen muy violentos, rompen cosas, insultan, pegan. Ni un adulto puede controlar esa ambivalencia continua entre el cariño que debe tener una de las personas, de referencia en su vida, y después el daño que esta persona le produce. Es que es una cosa tremenda”, explica.
El pediatra social enumera los efectos de un menor sometido a violencia vicaria por parte de su padre: “Daña su autoestima, son personas más inseguras, más ansiosas, les cuesta concentrarse en los estudios, consumo de psicofármacos en la edad adulta, más psicopatología, más patología funcional, dolores abdominales, dolores de cabeza, molestias precordiales, les cuesta respirar, crisis de ansiedad, angustia, ideas autolíticas, gestos autolíticos, tendencia al suicidio, síndrome de estrés postraumático, fracaso laboral, fracaso emocional por esas dificultades para establecer relaciones con sus iguales, dificultad en el inicio de mantener relaciones emocionales”.
Los pediatras vemos situaciones que dices “no puedes ser”
“Si un niño vive con miedo y le obligas a vivir con la persona que le da miedo y es el sistema, la Policía, los profesores, los servicios sociales los que le explican que se tiene que ir con papá… Si en una situación de violencia de género entre dos adultos está totalmente contraindicada la mediación, qué es lo que no va a ocurrir en el cerebro de un niño o una niña, que ve cómo esa persona ha pegado a su madre, les ha pegado a ellos, los ha maltratado y le dicen: “Ahora te vas con él porque no hay que perder el contacto”. Los pediatras sociales, vemos situaciones que dices “no puede ser”. Y así un día, y otro. Es un poco desesperante. Nosotros somos pediatras, somos médicos, no somos juristas, no somos abogados, no tenemos capacidad legislativa, no es nuestro campo, no es nuestra área”, advierte.
“Pueden vivir hasta veinte años menos”
Gancedo explica que desde finales de los 90 en Estados Unidos estudian las experiencias adversas en la infancia y su relación significativa con la salud de estos niños y niñas. “Su salud se resiente tanto en la infancia, como en la adolescencia, la edad adulta joven, en la edad madura y en la vejez. O sea, que eso que han vivido de pequeños les va a acompañar el resto de sus vidas y va a afectar a su desarrollo cerebral, su carga genética y van a tener mucha más predisposición a sufrir enfermedades crónicas. Y, por ejemplo, no es porque haya que ser muy determinista, pero personas que tienen un elevado número de estas experiencias adversas en la infancia, pueden vivir veinte años menos”.

“Lo que aparentemente parece un problema social, de referentes culturales y normas de la sociedad, no solo es eso, es un problema de salud muy significativo. Porque todas estas situaciones de experiencias adversas en la infancia conllevan un gasto económico descomunal para la sociedad, con un consumo de psicofármacos y de recursos tanto sociales como medicamentosos o farmacológicos o de requerimientos médicos mucho mayores”.
“Un maltratador no puede ser un buen padre, nunca”
José Antonio García Serrano es psicólogo sanitario, experto en el abordaje psicológico de la violencia contra las mujeres y menores y Vocal de igualdad y perspectiva de género del Ilustre Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Oriental. Tampoco tiene dudas. “Un maltratador no puede ser un buen padre, nunca. Una persona que utiliza la violencia para controlar, subordinar, para situarse por encima no es un padre. Nadie que le haga daño a alguien de tu círculo, de tu estima, a tu figura protectora, te está haciendo bien”, apunta.
A su juicio, la sintomatología que pueden presentar los niños y niñas es grave y variada. Cuadros de estrés post traumático, ansiedad, trastornos del estado de ánimo, depresión, todo lo relacionado con el trauma, malestar físico, somatizaciones. No solo cuando están con el maltratador es antes, durante y después. Les revictimiza, y en este caso concreto, las instituciones no deberían permitir que este niño vuelva con su padre porque realmente tenemos el derecho y la obligación de protegerlo“, denuncia.