violencia institucional

Las otras Juana Rivas: “Mamá, ¿qué hago y a quién llamo si papá me pega?”

Qué siente y qué piensa una madre obligada a entregar a sus hijos a un maltratador. "Es una pequeña muerte. Me duele el alma y me dan ganas de morir cada día. No quiero sentir. Creo que no pienso, simplemente los entrego"

Un maltratador nunca puede ser un buen padre
KiloyCuarto

Mientras medio país está pendiente del futuro de Daniel, el hijo de Juana Rivas, miles de mujeres en España están experimentando la misma sensación que Juana y sus hijos. Se trata de madres que han denunciado a sus exparejas por violencia de género, por maltratar a sus hijos e hijas, pero que no han obtenido, de momento, el respaldo de los juzgados.

Es el caso de Lucía (nombre ficticio) quien denunció a su expareja por maltrato infantil físico y sexual con infinidad de pruebas, grabaciones, testigos, informes y periciales. Sin embargo, un juzgado ha puesto a sus hijos en peligro al aceptar la custodia compartida. ¿Cómo vive una madre esta terrible e injusta situación?

“Estaba muerta, es una pequeña muerte”

“El día que se decidió la custodia compartida quería morirme. Me encerré, todavía lo recuerdo en mi casa, bajé todas las persianas y me quedé a llorar. Llorar, llorar, llorar. No tenía ni fuerzas para moverme, ni casi para llorar en realidad, estaba muerta, es una pequeña muerte. Vino mi madre, mis tías, una de mis mejores amigas, porque tenían miedo de que pensara alguna locura. Estuvieron conmigo toda la tarde, llorando también”, explica Lucía.

“Siempre mantuve la esperanza en que el sistema judicial funcionara, con lo cual los entregaba pensando: ‘Esto va a cambiar, esto no va a ser para siempre, esto va a mejorar.” Ahora los entrego sabiendo que esto probablemente nunca cambie, los entrego con tristeza, con impotencia, con sentimiento de me han violado, o sea, el sentimiento más horrible del mundo es que te violen y que nadie te proteja“, denuncia.

Una semana conmigo y otra en Gaza

“Una semana los tengo yo y les doy amor, cariño, comida, ternura, empatía, límites y hay otra semana que están como en Gaza, donde no tienen nada, donde puede caer una bomba en cualquier momento, donde no saben si se les va a cuidar, si se les va a proteger, donde sus miedos no están cubiertos ni sus necesidades, incluso están abusando y maltratándolos y a la semana siguiente vuelven como niños refugiados a estar conmigo y a la otra semana vuelven a Gaza. En verano es mucho peor porque pasan más tiempo en Gaza y vendrán pues más desnutridos, más golpeados, más afectados. Me ha tocado vivir en Gaza”, se lamenta Lucía.

En el 83 por ciento de los casos de asesinato por violencia vicaria existía una denuncia previa
KiloyCuarto

“Vivo disociada, ahora los 15 días que los niños pasan con su padre, fíjate la ironía o la ilógica, que llamarlos me cuesta, porque es contactar con la parte que me hace daño, es ver que están con el malo. Entonces, cuando los llamo me duele. Y como quiero ignorar que están allí, me es más fácil como no llamarlos, en realidad”.

No pregunto ni cómo están para que no se tengan que ver en la disyuntiva de contestar

“Los llamo, evidentemente, porque tengo que saber de ellos, pero veo que están mal, los conozco, veo sus caras, aunque no puedan decirlo, porque como ocurre en este tipo de casos, los agresores siempre controlan las llamadas, se ponen detrás, les dicen a los niños lo que tienen que decir. No puedo hablar con ellos, no les pregunto, no digo absolutamente nada. No pregunto ni cómo están para que no se tengan que ver en la disyuntiva de contestar la realidad. Simplemente digo: ‘Hola, os he echado de menos, los quiero mucho.’ No hago muchas más preguntas y dejo que corra el tiempo y que más o menos ellos si quieren expresar algo lo expresen. Generalmente son llamadas supercortas de uno o dos minutos porque tampoco pueden expresar más y el progenitor siempre está detrás, “Diles que hicimos, diles que fuimos, diles que no sé qué”, explica.

Lucía intenta explicar lo que se siente ante estas situaciones: “No quiero sentir. Creo que no pienso, simplemente los entrego, pero, aún así, sin pensar, me duele el alma y me dan ganas de morir cada día. Desde hace dos años soy incapaz de salir de fiesta ni de hacer mi vida porque ellos no están felices. Solo vivo deseando que la justicia sea justa, que la tortura acabé para poder vivir los tres en paz”.

“Mamá lucha todo lo que puede”

Nos están matando y nadie corre a salvarnos, al revés. Cuando vienen las vacaciones, mis hijos están mal, sobre todo el mayor, que es más consciente. dice: ‘¿Cuántos días faltan? ¿cuántos días quedan?’ Esta vez me preguntó: ‘Mamá, ¿y si papá nos trata mal? ¿Y si papá nos pega? ¿Qué puedo hacer?’ Y no supe qué contestarle. Porque ¿qué puedo hacer? No va a servir de nada que llame al 112 porque no lo van a creer, ni lo van a escuchar, ni lo van a atender y lo voy a poner más en riesgo. No sirve para nada evidentemente que me llame a mí porque nadie me ha creído. No sirve nada”, se queja Lucía.

“Lo más duro es reconocer que estamos desprotegidos y que hasta que no acabemos en la UVI alguno de los tres o algo peor, nadie nos va a creer ni nos va a proteger. Eso es lo más duro. A los niños yo lo que les he explicado que mamá lucha todo lo que puede, que sigue luchando, que sabe lo que están pasando, que de hecho ella lo vivió también, que sienten no poder protegerlos más. En lo más profundo de su alma, pero que nunca voy a dejar de protegerlos, eso es lo que les digo siempre”, recuerda.