La chavalada está estos días muy centrada en el evento de boxeo amateur que organiza Ibai Llanos. Es, en realidad, un encuentro de famosos de Internet. Es a Twitch lo que los programas de José Luis Moreno a la tercera edad. Salen invitados sorpresa, alguno canta una canción… y un par de personajes polémicos se dan de golpes. Y las entradas cuestan entre 30 y 170 euros. A este público pudiente hay que sumarle el que lo ve en directo desde casa, y añadir que buena parte de los asistentes retransmitirán o comentarán el acontecimiento desde sus propias redes, creando un bucle interminable. Es sintomático que el ocio de niños y adolescentes hoy día sea creado por treintañeros que comparten códigos y comportamientos con su público objetivo. Y es preocupante que el ocio solo sea ocio si es retransmitido (en todas las franjas de edad).
A pesar de que Ibai parece más civilizado que otros streamers, no perdería de vista el hecho de que el tipo de público al que atraen estos personajes son, por lo general, menores que combinan una ideología retrógrada con unas libertades propias del estado del bienestar más podrido. En otras palabras: niñatos. Seguro que también hay personas encantadoras siguiendo a estos personajes, pero yo nunca me los he cruzado, ni en vivo ni en redes sociales.
Ibai, en un gran movimiento de marketing, ha juntado a dos odiadas streamers para un combate de boxeo femenino muy desigual. No sé si ustedes suelen ver boxeo femenino. Yo sí. Me parece mucho más sangriento que el masculino. Los sentimientos que ha levantado este enfrentamiento son tóxicos y destructivos. Es, para que me entiendan los que no conozcan a estas chicas, como si se hiciera un combate de boxeo entre Pedro Sánchez y Santiago Abascal. No se trata de con quién vas; se trata de a quién quieres que le rompan la nariz y los dientes. Las estratagemas que ha usado una de las dos contrincantes son burdas, retorcidas. La defensa de la otra ha sido infantil. Y la velada ha tenido todo tipo de amaños para que gane la primera incluso si pierde en el combate. El público se ha dedicado a abuchear a Abby durante todo el combate, y también cuando la han declarado ganadora. Roro se ha ido en silla de ruedas porque se ha hecho daño en el pie (el momento se puede ver en el vídeo). Digamos que no ha sido un encuentro entre caballeros (ni entre damas).
Pero es normal que los promotores quieran avivar el fuego. Ya lo veíamos en Pressing Catch (aunque fuera todo de mentira). En este caso que nos ocupa no vemos enfrentarse a dos personajes (el difunto Hulk Hogan contra El Enterrador, por ejemplo). Nos enfrentan dos formas de ver a las mujeres. Tenemos a una que simboliza la servidumbre, la subordinación al hombre, la virtud a través de las actividades típicamente femeninas (coser, cocinar, ordenar la casa). Tenemos a otra que representa lo que odian los chicos de hoy día (una chica que juega videojuegos, que gana dinero con ello, y que viste provocativa para los estándares medievales del mundo gamer).
Se enfrentan dos formas de ver a la mujer (que no de ser) donde los que disfrutan son los hombres. Una vez más, dos chicas se tiran de los pelos para disfrute de un grupo de garrulos. No entiendo cómo han aceptado el combate, máxime con una diferencia de estatura de 22 centímetros. Conocidos neonazis como Alberto Pugilato, y notables misóginos como Clonazepan e InfoVlogger han alentado a Roro a partirle los morros a Abby, y todo porque este tipo de combates amateur –que no deberían de existir– solo están para despertar las más bajas y sucias pasiones de las peores mentes de una generación. Las otras, las que nos sacarán del hoyo –si les dejan– estaban el sábado por la tarde haciendo cualquier otra cosa.