En cada oficina hay un grupo silencioso, disciplinado y admirado (aunque a veces envidiado): los que cada día llegan con su tupper perfectamente cerrado y su menú preparado desde casa. No improvisan, no dependen del menú del día ni del bocadillo de última hora. Pertenecen a una nueva tribu urbana que ha hecho de la planificación, la salud y el ahorro sus banderas. Pero detrás de esa aparentemente sencilla costumbre de “llevar la comida al trabajo” hay un auténtico estilo de vida.
El arte de planificar
Nada en esta rutina es casual. Quienes optan por llevar su comida a la oficina planifican sus menús con días de antelación. Algunos cocinan en bloque los domingos y llenan la nevera con recipientes perfectamente etiquetados. Otros prefieren aprovechar la hora de la cena para preparar lo que comerán al día siguiente. E incluso hay madrugadores que, entre café y tostada, cocinan sus platos antes de salir de casa.
Lo cierto es que todos tienen algo en común: organización y control. Saben qué van a comer y cuánto, evitan la comida rápida y controlan su presupuesto semanal. En un contexto en el que comer fuera puede disparar el gasto, esta costumbre se ha convertido en una forma inteligente de ahorrar sin renunciar al sabor.

Las sobras, sus mejores aliadas
Para este grupo, nada se tira. Los restos del pollo asado del domingo se transforman en una ensalada tibia con quinoa; el pisto del día anterior acompaña a un arroz integral, y un poco de pasta sobrante se convierte en una frittata improvisada. La clave está en reinventar con creatividad, en dar una segunda vida a los alimentos y en no repetir los mismos platos de forma aburrida.
De hecho, muchos de estos “tupperlovers” confiesan que disfrutan el reto de aprovechar todo lo que hay en la nevera antes de hacer la compra semanal. Una práctica que, además de útil, es sostenible y responsable con el desperdicio alimentario.
Comida sana (y nada aburrida)
Los que llevan su comida al trabajo suelen tener un lema: “sencillo, pero sabroso”. Las ensaladas equilibradas son una de sus recetas estrella: mezclas con proteínas como pollo o garbanzos, cereales como cuscús o arroz integral y una buena dosis de verduras frescas o asadas. No faltan los condimentos —aceite de oliva, limón, especias o vinagretas caseras— que dan sabor sin recurrir a ultraprocesados.

El postre también tiene su protagonismo. La mayoría apuesta por frutas fáciles de transportar, como manzanas, peras o plátanos. Algunos las reservan para la media mañana, ese momento en que el hambre se cuela entre correos y reuniones.
El valor de desconectar
Otro de los secretos de esta tribu está en cómo comen, no solo en lo que comen. Evitan hacerlo frente al ordenador o entre llamadas. Su pausa del mediodía es sagrada: un momento para desconectar, descansar la mente y disfrutar del propio esfuerzo. Comer sin distracciones mejora la digestión, ayuda a relajarse y permite volver al trabajo con más energía.
De hecho, psicólogos y nutricionistas coinciden en que este pequeño ritual tiene beneficios más allá de lo físico: mejora la salud mental y reduce el estrés laboral.
Más que una moda
Lo que comenzó como una opción práctica o económica se ha convertido en un fenómeno cultural. En tiempos de inflación y de creciente conciencia sobre la salud, el tupper se ha transformado en símbolo de autocuidado. Cocinar en casa, elegir los ingredientes, equilibrar los nutrientes y disfrutar de lo preparado no solo alimenta el cuerpo, sino también el bienestar.
Además, las redes sociales han impulsado esta tendencia. Cuentas de “meal prep” y blogs de cocina sencilla ofrecen ideas para quienes buscan inspiración semanal: desde recetas que duran varios días hasta consejos sobre cómo conservar los alimentos o cómo combinar sabores sin complicaciones.