Crónica negra

“¡Para papá!”: el grito de Isabella antes de ser arrojada al vacío

El crimen de Isabella Nardoni obligó a Brasil a mirar más allá de las calles. A ver dentro de las casas. Y a entender que el peligro, a veces, duerme bajo el mismo techo

Ana tenía 17 años cuando se quedó embarazada. Alexandre, su novio, estaba a punto de comenzar la universidad. Ambos vivían en la bulliciosa ciudad de São Paulo. La llegada de la pequeña Isabella llenó de felicidad el hogar. Pero la pareja no duró mucho tiempo: Ana descubrió una infidelidad. Alexandre mantenía un romance con una mujer llamada Carolina. Isabella tenía apenas 11 meses.

Con el tiempo, Alexandre y Carolina formalizaron su relación y tuvieron dos hijos más. Isabella, en cambio, quedó dividida entre dos hogares. Por suerte la chiquilla era una niña alegre e inteligente. Su vida transcurría entre tardes de parque, juegos con los abuelos y los fines de semana que pasaba con su padre.

“Ella era mi vida —diría su madre—Yo no respiraba sin Isabella”.

Ana con la pequeña Isabella

El 29 de marzo de 2008 Isabella pasó el día con su padre, su madrastra y sus medios hermanos. Fueron al supermercado y luego a casa de los abuelos paternos. La niña se quedó dormida en el coche. Al llegar al edificio la subieron en brazos. Minutos después cayó desde una ventana del sexto piso.

Los vecinos escucharon un golpe seco. Al salir del edificio encontraron a Isabella agonizando en el jardín. Los médicos intentaron reanimarla durante 35 minutos. No lo lograron.

“¡Un intruso entró en mi casa!” gritaba Alexandre desesperado.

La policía revisó el edificio, clausuró el apartamento y dejó dos agentes en vigilancia.

Isabella días antes de su muerte

Llamaba la atención que no había señales de robo ni puertas forzadas. Tampoco faltaba nada de valor en la casa.

Las cámaras del supermercado revelaron un detalle clave: la ropa que Alexandre llevaba no era la misma que cuando bajó a auxiliar a Isabella. Analizaron el jersey: tenía restos de la red de seguridad de la ventana.

Luego vinieron las llamadas. Carolina había telefoneado a su padre y a su suegro justo después del incidente. Pero el lapso entre esas llamadas era tan corto que hacía imposible la versión del robo. No había tiempo material para que un extraño entrara, cortara la malla, tirara a Isabella y escapara.

Y llegaron los forenses.

Había sangre de Isabella en el asiento trasero del coche familiar. También en el apartamento, sobre todo en el cuarto de los niños. Lo más devastador: se reveló que Isabella había sido agredida antes de la caída. Tenía marcas de estrangulamiento y lesiones en el abdomen. Fue arrojada por la ventana aún con vida.

Edificio del que cayó Isabella, un sexto piso

“¡Pará, papá!”

Una vecina escuchó un grito que lo cambiaría todo: “¡Pará, papá!”. La policía centró el foco en la familia… y empezó a atar cabos.

Según los investigadores todo comenzó por una discusión de pareja: Carolina encontró mensajes de la madre de Isabella, Ana, en el móvil de Alexandre. Los celos estallaron. En el coche Carolina golpeó a Isabella. En casa, la asfixió parcialmente. Alexandre, lejos de intervenir, intentó encubrirla: limpió rastros, subió a la niña inconsciente al apartamento, cortó la red de la ventana…y la arrojó al vacío. Quiso simular que fue un accidente.

“Ellos sabían que Isabella se estaba muriendo en el jardín. No bajaron. No la tocaron. No intentaron salvarla. Esa omisión también fue un crimen” declaró un investigador.

Alexandre y Carolina en la ficha policial

El juicio fue seguido por millones de brasileños. El caso se convirtió en un fenómeno mediático sin precedentes. Netflix lo convirtió en documental: Una vida demasiado corta: Isabella Nardoni.

Después de seis días de testimonios y pruebas demoledoras, el jurado fue unánime: Alexandre fue condenado a 31 años de prisión y Carolina a 27 años.

Ana en su entrevista para el documental de Netflix

“Se hizo justicia. Pero nada me devolverá a mi hija” dijo Ana tras la sentencia.

Hoy Ana ha reconstruido su vida. Se casó, fue madre de nuevo y trabaja como periodista. “No hay un solo día en que no piense en Isabella. Pero el amor que le tengo me da fuerza para seguir”.

El crimen de Isabella Nardoni obligó a Brasil a mirar más allá de las calles. A ver dentro de las casas. Y a entender que el peligro, a veces, duerme bajo el mismo techo.

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