Para entender el papel de la mujer cuando el líder de una nación se presenta como el salvador, mezclando política y megalomanía, hay que hurgar en los pucheros. La cocina se vuelve un asunto político y lo que las mujeres hacen en ellas es relevante para impulsar los cambios. La historiadora Diana Garvin cree que es oportuno revolver en los ralladores de queso abollados, los envoltorios de chocolate arrugados y las cajas de cerillas de los regímenes fascistas. Sus investigaciones conducen a una escalofriante idea: de la Alemania nazi a los Estados Unidos de Trump, los hombres poderosos han dependido de las mujeres en el hogar.
La sugerencia, aunque inquietante, no es exagerada si comparamos los contenidos de la revista nazi para mujeres NS Frauen Warte, con 1,9 millones de suscriptoras, con las palabras de Erika, viuda de Charlie Kirk, asesinado el 10 de septiembre mientras daba un discurso en el campus de la Universidad del Valle de Utah. Con sus fines propagandísticos, NS Frauen Warte promovía el papel de ama de casa y los deberes reproductivos y domésticos como esenciales para la fortaleza nacional.

Cuna y cucharón. Es el modelo de mujer ejemplar que aviva también Erika Kirk, ensalzada estos días como la figura maternal que las mujeres ultraconservadoras desean para el futuro. Colmada de cariño por Donald Trump durante el funeral de su marido, sus lágrimas sirvieron para calmar a la multitud.
Instagram, la nueva revista nazi
En un artículo publicado recientemente en The Guardian, la historiadora Claudia Koonz, profesora emérita en la Universidad de Duke, dice que las redes sociales actuales de estas mujeres tienen el mismo cometido que la gran variedad de revistas femeninas que glorificaban a las amas de casa en la Alemania nazi: divulgar un estilo de vida centrado en mantener limpio el hogar, criar a los hijos, cuidar al esposo y prepararse para recibirle adorablemente sexy, coqueta y glamurosa. Aparentemente, nada de política.
Es el modelo de mujer hiperfeminizada, tradicional y patriótica que encuentran las historiadoras en el movimiento MAGA. Si nos detenemos en Erika Kirk, Ivanka Trump o cualquiera de las mujeres que rodean al presidente estadounidense, incluida su nieta Kai, la estética es la misma: melena larga, maquillaje intenso, ropa ajustada, tacones altos, rellenos para acentuar una feminidad exagerada y colores patrióticos, como el blanco, rojo y dorado.

Desde esta estética clónica y ajena a la diversidad, exaltan la tradición y a menudo rechazan las políticas de igualdad. Como guardianas de la familia, la comunidad y la nación, fomentan la sumisión a los valores religiosos y patrióticos.
Koonz observa una peligrosa vuelta a los caudillos políticos se valían del trabajo de las mujeres en el ámbito familiar para implementar la ideología estatal. En sus impolutos hogares, incubaban “ideales de supremacía blanca, subordinación femenina y sacrificio en el hogar”. Ya antes de la muerte de Charlie, Erika, cristiana, conservadora, maternal y buena esposa, animaba a las mujeres a priorizar el matrimonio y la maternidad por encima de sus carreras profesionales.
En su discurso, esta joven viuda repite la palabra sumisión. “Me encanta someterme a Charlie porque es un líder fenomenal”, decía hace solo unos meses. “Quiero que regrese a casa y que lo amen muchísimo. Que se renueve. Como mujer, estás destinada a ser la guardiana de tu hogar, la ayuda idónea de tu esposo. Sé esa esposa bíblica que debes ser para él y honra el orden que Dios creó para el matrimonio”. Llama la atención, por cierto, su espléndida carrera como emprendedora.
“Papá está en casa”
En esta narrativa de felicidad doméstica, se enaltece el rol del hombre fuerte protector y paternal que necesita el país. Trump es el dady de la nación. “Papá está en casa”, exclamó el músico Kid Rock en un evento previo a la investidura. También Charlie Kirk, como tantos otros simpatizantes republicanos, repetía la expresión. Frente a la autoridad paterna, la sumisión materna, como garantía de estabilidad. Es la dinámica que promovían los regímenes fascistas y la que denuncian ahora los expertos más afines a las posturas demócratas: las mujeres en su rol tradicional como sostenedoras del país.
“El deber más glorioso de una mujer es dar hijos a su pueblo y a su nación, hijos que puedan continuar la línea de generaciones y garantizar la inmortalidad de la nación”, clamaba el propagandista nazi Joseph Goebbels. ¿Se puede entroncar esto con las políticas pronatalistas de Trump como hace la historiadora Koonz? ¿No es temerario comparar a este desalmado con el vicepresidente J.D. Vance por gritar en una manifestación antiabortista a principios de 2025 que quería más bebés en Estados Unidos?
Sin necesidad de replicar ese miedo como herramienta política que usan los adversarios del presidente Trump, la realidad es que las mujeres MAGA encuentran eco en las redes sociales, donde el movimiento de la feminosfera o womanosfera desafía al feminismo en cualquier lugar del mundo. Cala especialmente fuerte en las mujeres jóvenes, a quienes quieren convencer de que el patriarcado las protegerá siempre que horneen el pan y saquen brillo a las baldosas con una bonita sonrisa.
Entre sus promotoras están la youtuber Isabel Brown o la activista tránsfoba Candace Owens, demandada por Brigitte Macron por divulgar que nació hombre. Hablan de jardinería, cocina, bienestar y maternidad, pero además desbarran, como es el caso de Owens, que ahora señala a Israel como culpable del asesinato de Kirk, o Ayla Stewart, abanderada de las tradwives (esposas tradicionales), que, en su discurso misógino, racista y supremacista, llama a la reproducción aria y a depender económicamente del hombre.
El mayor riesgo de este relato de pasteles y pañales, debidamente patrocinado, es su rápida expansión dejando escurrir por sus inmaculados fregaderos siglos de lucha por la igualdad. ¿Lo necesita una nación? Responde un estudio de OBS Business School: las compañías con al menos un 30% de presencia femenina en altos puestos ejecutivos tienen un 15% más de beneficios.