Amar es fácil, convivir, no tanto. Si en las relaciones bastara con quererse, las librerías no estarían abarrotadas de manuales de autoayuda.
Compartir techo con otra persona es la forma más rápida de descubrir que la convivencia puede transformar el “para siempre” en una silenciosa guerra fría.
Ahí entran ellas: las mediadoras de divorcio. O, como las bautizó algún espíritu ácido, las entrenadoras de separaciones. Porque separarse no es ir a por tabaco. Es una cirugía emocional (y patrimonial) donde hay que repartir desde el coche hasta los domingos con los hijos, pasando por todo aquello que nadie usa, pero que ambos reclaman por principios. La mediadora, entonces, es traductora, árbitra y, a ratos, psicóloga: la que evita que el adiós acabe en guerra.
“Muchas veces creemos que los conflictos son sólo por los hijos o el dinero, pero hay mucho más”, explica Amparo Quintana, mediadora con años de experiencia en la trinchera del desamor. “La falta de reconocimiento, por ejemplo, es un detonante habitual. Si todo se da por hecho, si ya no se tienen detalles, si no se escucha… eso produce un alejamiento tremendo”.
Los matices: ese campo de minas
El divorcio, lejos de ser una operación matemática, es una sinfonía de matices. Y Amparo lo sabe: “En mediación salen los matices. En un juzgado, no. Allí sólo se habla de lo gordo, de lo que se ve, pero los matices… se pierden”. Y son precisamente esos matices los que envenenan las conversaciones: decidir si el niño irá a un colegio religioso (y de qué congregación, que no es detalle menor), cómo repartir las noches cuando hay un lactante o si las vacaciones del perro deben coincidir con las de sus dueños.
Aunque pueda sorprender, no todas las parejas que acuden a mediación lo hacen con el divorcio decidido. “Hay quienes usan este espacio para decidir si separarse o no. Les da miedo que el divorcio sea un punto de no retorno”, explica Amparo.
Cómo discutir sin lanzarse los trastos
El despacho de Amparo es como una UCI, pero de relaciones que llegan con respiración asistida. Si hay algo que repite como un mantra es que discutir bien es posible. “Se discute bien escuchando. Y siendo empáticos y asertivos. La asertividad es lo que más cuesta: saber expresar lo que uno siente sin herir al otro”.
Nada de “es que tú siempre…” o “yo jamás…”. Esas frases son el napalm de cualquier conversación. “Lo que más nos aleja en una discusión es centrarnos sólo en nuestra percepción. Para una persona, algo puede ser un 6; para otra, un 9. Y, sin embargo, ambos observan la misma figura. Las distintas percepciones son el combustible del conflicto”.
La rabia, la frustración y el miedo: los tres mosqueteros del divorcio
El catálogo emocional de una separación es completo: rabia, tristeza y miedo forman el pack básico. “La rabia suele estar muy ligada a la frustración, sobre todo cuando la separación no ha sido decisión propia, cuando hay infidelidades o cuando, simplemente, alguien siente que el amor se acabó sin previo aviso. Esa sensación de fracaso personal pesa mucho”.
Y no, no es un asunto exclusivo de matrimonios jóvenes. Amparo recuerda casos de parejas jubiladas que, con nietos y toda una vida compartida, llegan al despacho convencidas de que lo suyo terminó… y salen con la certeza de que lo que necesitaban era hablar de verdad por primera vez en años. “En algunas ocasiones vienen para separarse y se van reconciliados. Se dan cuenta de que no habían dialogado lo suficiente”.
Es el caso de Marta y Luis (nombres ficticios), que llevaban 27 años casados. Con los hijos ya adultos y recién jubilados, pasaron de verse unas horas al día a convivir 24/7. “Creíamos que el problema era el reparto de bienes, pero en mediación descubrimos que lo que teníamos era una convivencia rota por falta de comunicación”, confiesa Marta. Tras varias sesiones, pactaron los términos de su separación y decidieron darse un tiempo. “Descubrimos que nunca habíamos hablado de lo que de verdad nos pasaba”, añade Luis. Amparo reconoce que no es un caso aislado: “Muchas parejas llegan pensando en firmar el divorcio y acaban firmando un pacto de respeto, aunque sigan caminos distintos”.
Custodia compartida: el detonante nuclear
Si hay dos palabras que encienden cualquier mediación, son “custodia compartida”. “Cuando lo escuchan, muchos piensan en términos de ganar o perder derechos, en lugar de centrarse en las necesidades reales de sus hijos. Y ahí es donde hay que reencuadrar el diálogo”.
En las parejas sin hijos, el terreno cambia: patrimonio, casas, coches… y heridas emocionales. Porque ningún juez dicta cómo repartir los recuerdos.
¿Fracaso o liberación?
“Para muchas personas, la separación es un fracaso. Les cuesta verlo como una oportunidad”, reconoce Amparo. Quizá porque, en la narrativa romántica, todavía pesa la idea de que el amor verdadero debería sobrevivirlo todo.
La mediación, en cambio, propone otro enfoque: no se trata de ganar o perder, sino de colaborar. “No es sólo negociar. No se trata de ofrecer y contraofrecer, sino de construir juntos una solución. Especialmente cuando hay hijos, la colaboración tiene que ser el eje central”.
La táctica: paciencia y cero WhatsApps incendiarios
El divorcio táctico —ese que evitan las películas y practican las mediadoras— no busca héroes ni villanos. “No hay que tener prisa. No se trata de llegar a acuerdos a cualquier costa. A veces hay que detenerse, escucharse y entender qué le interesa al otro para poder colaborar”.
Y si, aún así, alguien siente la tentación de resolverlo todo con un WhatsApp en mayúsculas, Amparo nos regala un consejo: no. “Dejar de hablarse y comunicarse solo por whatsapps incendiarios durante años no ayuda a nadie”.
El divorcio como acto de cooperación
La ironía final es evidente: muchas parejas descubren, justo cuando van a separarse, que la cooperación —esa que les faltó en la convivencia— es indispensable para decirse adiós de forma elegante.
Quizá el mayor mérito de las mediadoras no sea evitar pleitos, sino demostrar que el fin de una historia también puede escribirse desde el respeto. Separarse no debería ser ganar la guerra, sino aprender a discutir de otra manera.