El cielo sobre València siempre ha sido un espejo del Mediterráneo: hermoso, cambiante y, a veces, brutal. Hace apenas un año, la ciudad y su entorno sufrieron los efectos de una DANA que descargó más de 770 litros por metro cuadrado en 24 horas en municipios como Turís. Las calles se convirtieron en ríos, los barrancos en torrentes imparables y la memoria colectiva despertó el viejo temor a la gota fría.
El desastre dejó un rastro humano y material devastador: oficialmente se registraron 227 víctimas mortales (219 en la Comunitat Valenciana, 7 en Castilla-La Mancha y 1 en Andalucía), con hasta 11 desaparecidos aún sin localizar. Se estima que los daños superaron los 17.800 millones de euros, afectando a más de 11.000 viviendas, 141.000 vehículos destruidos, 64.000 empresas perjudicadas y cientos de miles de personas damnificadas.
Hoy, con el mar más cálido de lo Habitual y el otoño ya en marcha, la pregunta vuelve a resonar: ¿podría repetirse un episodio igual?

“Sí, este otoño, el año que viene o en cualquier momento”, responde sin dudar Joana Ivars, meteoróloga de laSexta. “Los embolsamientos de aire frío en capas medias y altas de la atmósfera son habituales en nuestra latitud. No es algo excepcional, pero puede ser peligroso si se dan las condiciones adecuadas”.
Y esas condiciones, advierte, no son infrecuentes. En otoño, el Mediterráneo actúa como un gigantesco caldero. Tras el verano, su superficie conserva un calor extraordinario -a veces hasta 4 ºC por encima de lo habitual-. Si una masa de aire frío desciende desde el norte y se encuentra con ese mar cálido y húmedo, el resultado puede ser explosivo.
“Ahí es cuando se forma la DANA”, explica Ivars. “El aire frío se aísla en altura, el mar alimenta las nubes con humedad y el viento de levante las empuja hacia la costa. Si además la orografía acompaña, como ocurre en el litoral valenciano, las tormentas pueden ser extraordinariamente intensas”.
El año pasado, el Mediterráneo estaba literalmente “dopado por el cambio climático”, según la meteoróloga. “La temperatura del agua era alrededor de un 5 % superior a la habitual, y eso actuó como combustible. Las nubes crecieron como torres, se retroalimentaron durante horas y descargaron lluvias récord. Hoy, con el mar igual de cálido, todos los ingredientes vuelven a estar sobre la mesa”.

Pero no toda DANA implica desastre. “Una DANA es solo un concepto técnico, una depresión aislada en niveles altos”, aclara Lluís Obiols, meteorólogo de À Punt, la televisión valenciana. “Puede provocar lluvias torrenciales o no. De hecho, hace poco en el sur de Cataluña cayeron 400 litros por metro cuadrado sin que existiera una DANA”.
Para Obiols, el problema no está tanto en la atmósfera como en el suelo que pisamos. “El riesgo ha aumentado por cómo usamos el territorio. Hace 50 años, València estaba rodeada de huerta: el suelo absorbía el agua. Hoy, el terreno es mucho más impermeable. Cuando caen 500 litros en poco tiempo sobre una ciudad asfaltada, el impacto es muchísimo mayor”.
El meteorólogo recuerda episodios históricos: la riada del 57, que obligó a desviar el cauce del Turia; la pantanada de Tous en los 80; y los temporales de 1989 y 2019. “Somos una zona muy propensa a las lluvias torrenciales, especialmente en octubre. Es probable que, si no ocurre este año, en los próximos tengamos nuevos episodios de precipitaciones muy intensas”, afirma.
Cuando el Mediterráneo se calienta… todo cambia
Los expertos coinciden en que el calentamiento del Mediterráneo es el gran catalizador de las DANAs actuales. “Un mar más cálido genera más evaporación, más humedad y, por tanto, más combustible para las tormentas”, resume Obiols. “El motor es la DANA, pero el Mediterráneo es la gasolina. Cuanto más caliente está, más energía hay disponible para que las nubes crezcan y descarguen con fuerza”.
Joana Ivars añade que no solo aumenta la intensidad, sino también la probabilidad: “El cambio climático ha hecho que las DANAs sean un 12% más intensas y que se duplique la probabilidad de lluvias como las que se registraron en València, según estudios del World Weather Attribution. Cada vez son más húmedas -hasta un 15 % más- y descargan la lluvia en menos tiempo”.

A esta tendencia se suma otro fenómeno: la desestacionalización. Obiols explica que “antes los temporales fuertes se concentraban en otoño; ahora también los tenemos en invierno o primavera. El clima mediterráneo siempre ha sido irregular, pero ahora esa irregularidad se ha vuelto extrema: más meses secos, y cuando llueve, lo hace de forma brutal”.
Zonas vulnerables y territorio en riesgo
En la Comunitat Valenciana, las áreas más vulnerables se concentran entre el litoral y el prelitoral central y sur, especialmente en las comarcas de la Safor, la Ribera Alta y la Ribera Baixa, según Obiols. Allí, la combinación de proximidad al mar, montañas cercanas y alta urbanización multiplica el riesgo. “Son zonas donde las lluvias torrenciales se repiten con más frecuencia y donde el agua encuentra cada vez menos espacios naturales para infiltrarse”, advierte.
Las infraestructuras tampoco siempre ayudan. “Hemos canalizado ríos, asfaltado cauces y urbanizado zonas inundables. Cuando llega una lluvia extrema, el agua no tiene por dónde escapar”, lamenta Obiols. Por eso insiste en que es urgente repensar la planificación urbana: “Necesitamos ciudades más permeables, con suelos que absorban el agua, no que la expulsen”.

Preparados… a medias
¿Estamos más preparados que antes? La respuesta, según Obiols, es un “sí, pero no”. “A nivel institucional, contamos con más alertas, radares y sistemas de aviso por móvil. Pero a nivel ciudadano, no estamos mejor preparados. Hemos perdido la conexión con el territorio. Antes, la gente sabía que no debía acercarse a un barranco cuando llovía; hoy, muchos lo desconocen”.
El meteorólogo propone algo tan sencillo como esencial: tener una radio con pilas. “Cuando todo falla -internet, electricidad- la radio sigue funcionando. Parece un detalle menor, pero puede salvar vidas”, afirma con pragmatismo.
Medidas urgentes para evitar otra tragedia
El Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos recuerda que existen medidas concretas que pueden reducir de forma significativa los efectos de futuras DANAs. Entre ellas destacan la construcción y mejora de infraestructuras hidráulicas que permitan controlar mejor las riadas y encauzar el agua de manera segura.
Los ingenieros insisten en la importancia de revisar los criterios de edificación en zonas próximas a ríos y barrancos, y de incrementar las superficies verdes y permeables que faciliten la filtración del agua en el suelo. De esta manera, cuando se produzcan lluvias intensas, las ciudades estarán más preparadas y el agua podrá circular por rutas seguras sin causar daños.
Destacan también la necesidad de reforzar la seguridad y el mantenimiento de las presas, así como de adaptar los sistemas de drenaje de carreteras y vías férreas a un clima en el que los episodios de lluvia extrema serán cada vez más frecuentes.
¿Y ahora qué?
En los próximos días, las previsiones no descartan nuevos descuelgues de aire frío. “Podría formarse otra DANA, es la época”, admite Ivars. “Tenemos el mar muy cálido y la atmósfera preparada. Pero eso no significa que vaya a repetirse lo del año pasado: ninguna situación es igual a otra”.
Sin embargo, el mensaje de fondo es claro: las DANAs no son una rareza, sino parte del nuevo clima mediterráneo. “El riesgo cero no existe”, recuerda Obiols. “Y si seguimos urbanizando sin orden, impermeabilizando el suelo y mirando al cielo con incredulidad cada otoño, el Mediterráneo nos lo recordará”.


