El mito del verano feliz (para las madres)

El verano multiplica la carga mental y emocional de las madres, que afrontan el verano sin escuela con más ansiedad, menos descanso y sin reconocimiento

Nos vendieron que el verano era sinónimo de descanso y felicidad familiar. Y lo asumimos como cierto. Pero nosotras, las mujeres, claudicamos en silencio con la sobrecarga que deja el cierre de los colegios. Para muchas madres, el verano no es una pausa, es la temporada alta de nuestras responsabilidades.

“Durante los meses de julio y agosto vemos un repunte claro en el consumo de ansiolíticos entre mujeres de entre 30 y 50 años. Muchas son madres que acuden por cuadros de ansiedad, insomnio o sensación de colapso. Lo llamamos ansiedad estacional, porque responde directamente a la ruptura de rutinas, la sobrecarga invisible y la falta de espacios propios”, explica Blanca García, psiquiatra. “El verano representa para muchas mujeres un periodo de hiperexigencia emocional y logística. Y lo más preocupante es que lo viven con culpa, como si fallaran por no sentirse felices”.

Fotograma de la película ‘Verano 1993’

La imagen idílica del calendario estival —sol, playa, familia feliz— omite lo esencial. ¿Quién sostiene ese bienestar? ¿Quién organiza, prevé, cuida, alimenta, entretiene, resuelve y amortigua durante las largas semanas sin escuela? La respuesta, aunque no sea universal, es estadísticamente abrumadora: las madres.

Vacaciones familiares: ¿para quién?

Con la escuela cerrada, no se interrumpe sólo la rutina escolar. También se suspende una red de apoyo que permite a muchas mujeres conciliar -aunque sea a duras penas- trabajo y crianza.
Los campamentos de verano, que podrían ser un respiro o un puente entre la conciliación y el ocio infantil, se convierten en una solución excluyente. Su precio es, para muchas familias, inasumible. Y si hay más de un hijo o se necesitan varias semanas de cobertura, la factura puede superar fácilmente los 1.000 o 1.500 euros. Lo que debería ser una herramienta de cuidado, se transforma en un lujo.

A esto se suma la lentitud de las políticas públicas: aunque España aprobó el permiso parental retribuido de ocho semanas como parte del Plan de Recuperación, su aplicación efectiva sigue sin fecha clara ni respaldo suficiente. Mientras tanto, muchas madres continúan sosteniendo solas lo que las instituciones no asumen.

Ansiedad estacional, la otra cara del verano

Diversos estudios sobre salud mental y género apuntan a que las mujeres, especialmente las madres, presentan mayores niveles de ansiedad durante los periodos no lectivos. “No se trata sólo del aumento de carga práctica -más tiempo con los hijos, más demanda emocional-, sino también de una presión constante por aprovechar el verano, crear recuerdos, mantener la armonía familiar y seguir rindiendo en lo laboral. La ansiedad se disfraza de planificación. Y el descanso, otra vez, se posterga”, señala García.

“Se espera de nosotras una disponibilidad emocional y física permanente, incluso en vacaciones. Un rol activo en la felicidad de nuestros hijos. Pero rara vez se considera quién se ocupa de nuestro bienestar. ¿En qué momento se contempla nuestra necesidad de descanso, de ocio o, simplemente, de silencio?”, se pregunta Celia Yagüe, madre de dos niñas de 7 y 9 años. “Yo ya llego agotada al verano. Llego sin energía, sin red… y encima se supone que tengo que disfrutarlo y organizarlo todo con una sonrisa”, confiesa.

Sus días transcurren entre teletrabajo, comidas improvisadas y discusiones constantes que intenta apagar con creatividad. “El otro día se pelearon por quién se sentaba primero en la toalla. Era el cuarto conflicto en menos de una hora. Me fui al baño, cerré la puerta y lloré diez minutos. No por la pelea, sino por no tener escapatoria. Y luego salí, respiré hondo y seguí… como si nada”.

¿Y si las vacaciones fueran también para nosotras?

Imaginemos, por un momento, un espacio pensado exclusivamente para las madres. Ocho horas al día de autonomía, tiempo libre, actividades no ligadas a la productividad ni al cuidado de otros.
Talleres de lectura, caminatas en silencio, cine sin interrupciones, clases de yoga, espacios para dormir, conversar… o simplemente no hacer nada.

No sería un spa ni una utopía edulcorada. Sería un campamento de descanso para mujeres que, durante once meses al año, sostienen la vida familiar y social sin el reconocimiento que merecen. Un lugar con libertad. Con la idea radical -y simple- de que las madres también tienen derecho a descansar. Y no como premio por portarse bien, sino como parte de un verdadero parte de un pacto de equidad.
Porque no se puede hablar de vacaciones mientras la mitad de la familia sigue trabajando gratis.
La culpa, el mandato de estar disponibles

Una de las barreras más importantes para que esto cambie es cultural. Muchas madres se sienten culpables por desear tiempo lejos de sus hijos. “La culpa se cuela en el lenguaje: me siento egoísta, sé que debería disfrutar esto, otras lo tienen peor… Y actúa como freno para reclamar un espacio propio”, apunta García.

Durante generaciones, se ha inculcado que el amor materno se mide por la abnegación, la entrega constante y la renuncia. Desear un verano en el que el cuidado no recaiga sólo sobre una misma se percibe -erróneamente- como una falta de compromiso afectivo.

Pero lo que muchas madres necesitan no es querer menos a sus hijos, sino ser cuidadas también ellas.
Aunque las soluciones estructurales son imprescindibles, hay estrategias que pueden ayudar a las madres a atravesar el verano sin llegar a colapsar. “La cuestión no es que las madres no sepan organizarse. El problema es que lo hacen demasiado solas. Lo primero que recomendamos es revisar esa autoexigencia interiorizada”, explica la psicóloga Natalia Pardo. “El verano no tiene que ser perfecto. Sólo tiene que ser posible. Y eso ya es mucho”.

Pardo propone tres enfoques básicos:

Bajar el listón: No hace falta llenar cada día de planes ni cumplir con la expectativa del ‘verano inolvidable’. Reducir la presión también es salud mental.
Delegar sin culpa: Involucrar a la pareja, a otros adultos o a los propios hijos en la dinámica diaria. Pedir ayuda no es rendirse, es sostenerse.
– Buscar microdescansos reales: Quince minutos al día, solo para ti y con intención, valen más que esperar un mes para un descanso que nunca llega.

“No se trata de soluciones individuales a un problema colectivo. Lo que agota a tantas madres no es su falta de capacidad, sino el aislamiento en el que se enfrentan a la sobrecarga”, concluye Pardo.
¿Y ahora qué?

No necesitamos imaginar un campamento para madres para entender que algo falla. Pero pensarlo nos ayuda a visualizar lo que falta: descanso real, tiempo propio, cuidado sin culpa ni explicaciones.

“Sólo quiero un verano donde también pueda descansar yo”, suplica Yagüe, con una mezcla de cansancio y deseo. Y con eso resume lo que tantas no se atreven a decir, pero sienten cada año cuando el calendario anuncia “vacaciones”.

Ser madre no debería doler.

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