Sherri era una mujer de rostro angelical y con una vida feliz junto a su esposo Keith y sus dos hijos pequeños. Una tarde de noviembre de 2016 Keith volvió a casa y se extrañó de que ella no estuviera. Tampoco los dos niños, que no habían sido recogidos de la guardería. Le llamó por teléfono pero nadie contestaba. Keith se acordó de utilizar la aplicación del iphone para localizarla. Y se preocupó al ver que estaba a un kilómetro de casa, pero la señal no se movía. Se acercó al lugar indicado y encontró su móvil y auriculares en el suelo. Pero ni rastro de Sherri. Tenía 34 años.
La policía activó una búsqueda masiva y el caso se volvió viral. La imagen de Sherri inundó las redes sociales, televisión y vallas publicitarias. Había recompensa por información, ruedas de prensa, súplicas públicas. Todos estaban detrás de una misión urgente: traerla de vuelta.
Los investigadores estaban preocupados porque en los secuestros o desapariciones se obtiene información importante en las primeras 48 horas. Los días pasaban y era como si se la hubiera tragado la tierra. Y los días dieron lugar a semanas. La desesperación de su marido, Keith, iba en aumento. Estaba tan frustrado con la falta de avances que contrató a un negociador de rehenes para que mediara en un posible rescate. Contaba con una donación anónima de 50.000 euros para tal fin. Al pasar las semanas y sin señal de los secuestradores, decidió ofrecer ese dinero a cualquier persona que diera información sobre su paradero.
Hasta que casi un mes después de intensa búsqueda, un camionero encontró a una mujer andando por el arcén. Era Sherri. Estaba desnutrida, con el cuerpo lleno de hematomas y una cadena en la cintura. Caminaba sola por una carretera a más de 200 kilómetros de donde había desaparecido.
Su historia fue impactante. “Fui a correr cerca de mi casa. Iba absorta escuchando música y de pronto se acercó un vehículo. Dos mujeres me secuestraron a punta de pistola”. La mantuvieron cautiva y abusaron de ella física y psicológicamente. Logró liberarse de sus ataduras y escapar. “Pensé que no volvería a ver a mis hijos”, dijo entre lágrimas en su primera entrevista. “Ha sido un infierno. Me han pegado, torturado. Casi no me alimentaban. No entendía por qué y todos los días temía por mi vida”.
Los investigadores y la sociedad se volcó en encontrar a los secuestradores. Se halló ADN masculino en su ropa. Ahí podía estar la pista principal. Con un poco de suerte, ese hombre estaría en la base de datos de la policía y podrían tirar del hilo. Pero los investigadores no lograron ningún resultado.
Sherri recibió 30.000 euros del estado, en compensación, y poco a poco fue rehaciendo su vida. Los años pasaron pero no se consiguió encontrar a los culpables.
Estamos en 2020 y finalmente se logró encontrar de quién era el ADN obtenido de la ropa de Sherri. Era el de su exnovio James. De inmediato fue interrogado y confesó que Sherri había estado en su casa todo ese tiempo y se había autoinfligido heridas. “Quería alejarse de su marido”.
“Siento profundamente el dolor que causé”, dijo Sherri en el juicio. Fue condenada a 18 meses de prisión y a pagar más de 300 mil euros en restitución. Su esposo pidió el divorcio y obtuvo la custodia completa de los niños. “Nos destruyó. No solo a mí, sino a nuestros hijos, a la familia y a la sociedad que creyó en ella”. Los vecinos que antes colgaban carteles con su rostro ahora prefieren no hablar del tema. “Fue como si estuviéramos viviendo una serie de Netflix… solo que real y más dolorosa”. Sherri salió de prisión en 2023. Está escribiendo un libro sobre el caso. Tiene que hacer caja para pagar los 300.000 euros que el estado gastó en su búsqueda.
Estas cosas no solo pasan en Estados Unidos. Hace unos días salió a la luz que un riojano de 48 años fingió un secuestro para no decirle a su mujer dónde había pasado la noche.