Cada vez más mujeres jóvenes llegan a urgencias sin tiempo para hacerse preguntas. Creían que el infarto era cosa de otros -hombres mayores, cuerpos agotados por el paso del tiempo-. Sin embargo, su corazón se rompe mucho antes de lo que la sociedad reconoce.
Un reciente análisis del estudio GENAMI-Prevention, impulsado por la Agencia de Investigación de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), pone el foco en el corazón de ellas. Los infartos que se producen antes de los 55 años en hombres o antes de los 65 en mujeres ya no son una rareza. En muchos casos, los detonantes son hábitos cotidianos y cargas invisibles. Entre ellos destacan el tabaco y el colesterol alto, dos factores que pueden evitarse o controlarse. Pero el estudio también revela una desigualdad alarmante: las mujeres jóvenes no solo están en riesgo, sino que, cuando sufren un infarto, las consecuencias son más graves y la atención médica llega más tarde.
Un perfil que desmonta estereotipos
El análisis de más de 500 pacientes atendidos en 20 hospitales españoles arroja resultados inesperados. En quienes sufrieron un infarto “temprano”, la hipertensión se registró en un 47,4 %, frente al 66,6 % de quienes lo padecieron más tarde; la diabetes, en un 18,4 %, frente al 34,8 %. Es decir, muchos no presentaban las enfermedades clásicas de riesgo.
En cambio, entre los jóvenes con infarto, el tabaquismo era mucho más frecuente (60 % frente al 29 %), al igual que el colesterol alto (13,6 % frente al 7,8 %) y los antecedentes familiares de cardiopatía (17,8 % frente al 11,2 %).
El estereotipo tradicional del paciente de riesgo pertenece al pasado. Este estudio demuestra que gozar de una salud aparentemente buena -sin hipertensión ni diabetes- no garantiza inmunidad. Lo que realmente importa es cómo vives, qué comes, qué cargas llevas contigo y qué historia familiar te acompaña. El infarto precoz no avisa con la puntualidad de un reloj.
Género, atención y desigualdad
Que una mujer joven sufra un infarto y tenga peor pronóstico no es casual. La investigación apunta a que, por sexos, las mujeres tardan más en pedir ayuda y en ser atendidas. Parte del problema es que los síntomas pueden disfrazarse de fatiga, insomnio, dolor atípico… porque la sociedad aún asocia el riesgo cardíaco con el perfil de hombres mayores.
A ello se suma la carga invisible. El cuidado de otros, la gestión del hogar, la presión por cumplir múltiples roles. La ansiedad y la depresión -más frecuentes en mujeres jóvenes– agravan el riesgo al alterar los hábitos: menos descanso, peor alimentación, más consumo de tabaco. En conjunto, esta doble jornada -la visible y la invisible- acaba pasando factura al corazón.
Tabaco y colesterol: los focos que arden en silencio
El fuego lento que empieza con un cigarrillo al día o con un colesterol leve no es inofensivo. Fumar daña las arterias de forma directa y acelera procesos que antes se atribuían solo a la edad. El colesterol alto deposita partículas en las arterias que, con el tiempo, pueden bloquear el flujo sanguíneo.
El estudio insiste: el tabaco y el colesterol son aceleradores del infarto precoz. Y ambos se pueden controlar. Uno se puede dejar; el otro, medir y corregir. No es cuestión de destino, sino de decisiones.
¿Qué debe cambiar para reducir estos infartos?
La prevención no puede empezar a los 60. Las mujeres jóvenes deben saber que no son inmunes. Y los profesionales de salud -desde la atención primaria hasta los programas públicos- deberían incluir preguntas esenciales: ¿fumas?, ¿tienes el colesterol alto?, ¿cuidas siempre de otros?, ¿descansas lo suficiente?. Y también: ¿cómo te sientes emocionalmente? ¿Sufres ansiedad o depresión? Porque en esas respuestas puede estar la verdadera prevención.
El corazón no espera. Y el sistema tampoco puede seguir tratando los infartos en mujeres jóvenes como casos excepcionales. Cuando un corazón joven falla, rompe muchas cosas: expectativas, roles, silencios… El infarto precoz ya no es una excepción ni una curiosidad médica. Es una advertencia que nos recuerda que el sistema sanitario, la sociedad y cada uno de nosotros debemos mirar el corazón -y la vida- de otra manera. Y hacerlo, ya.


