REPORTAJE

Es científico: las mujeres esperan seis minutos más que los hombres para ir al baño

Las mujeres esperan 6,19 minutos en las colas del baño frente a los 11 segundos masculinos, según un estudio, que explica esta discriminación invisible

Una cola del baño donde esperan mujeres y hombres

Las mujeres tardan el doble de tiempo en el lavabo R2mediafactory.com

A quién no le ha pasado. Estás en un concierto, un festival, un bar, el teatro, cualquier aglomeración social y te estás aguantando las ganas. Lo mismo has esperado hasta no poder más, a que acabe el espectáculo o a reunir fuerzas y ganas para enfrentarte a una fila que, en ese momento y a pesar de su longitud, te hace sentir como si estuvieses comprando la suerte en Doña Manolita. Cierras la cola mientras suspiras.

Grosso modo calculas que vas a invertir un tiempo más que valioso en alcanzar lo que se ha convertido, de repente, en tu Everest personal, el Edén encerrado en un cubículo con inodoro.
No estás sola. No alcanzas a ver el final de la fila que desemboca en el interior del baño, pero un número nada desdeñable de mujeres en tu misma situación, suspiran contigo mientras se centran en el móvil para engañar al tiempo. Chatean, trastean en internet y miran vídeos de tik tok. Otras, han tenido la agudeza de acudir acompañadas y departen acerca de lo divino y lo humano, se ponen al día haciendo de la necesidad de ir al baño, virtud.

Quizá este ritual que se repite infinidad de veces al día a lo largo y ancho del globo terráqueo no sería tan injusto si en paralelo a esa cola que no cesa de crecer nuestros compañeros, hermanos o amigos sufrieran en sus carnes esas mismas desventajas al tener ganas de hacer pis en un lugar público. Pero la vista del acceso al baño masculino, desierta, no hace sino ahondar en una discriminación que hemos asumido. No hay cola. Tú llevas más de cinco minutos esperando y el varón que llega con ansias de urinario accede sin esperas al interior del servicio y sale enseguida aliviado. Tú no aguantas más y te quedan cinco o seis mujeres por delante. Algunas compañeras de fila transgreden y optan por entrar en terreno masculino. Es una de las pocas opciones para ganar tiempo con las que cuentan todas estas mujeres que esperan y esperan y esperan.

Las mujeres tardan el doble de tiempo

Si sumásemos el tiempo que, a lo largo de nuestra vida, las mujeres dedicamos a esperar en la cola del baño lo mismo comenzaba una revolución. Los científicos Kurt Van Hautegem y Wouter Rogiest, de la Universidad de Gent, se propusieron calcularlo y para ello imaginaron una zona de lavabos, separados por género, en un festival. Supusieron que ambos baños tenían la misma superficie, pero, como suele ser habitual, el masculino contaba con diez urinarios y solo dos habitáculos con inodoro mientras el femenino contaba con diez baños cerrados. Este modelo permite, para una determinada capacidad disponible de baños, calcular el tiempo promedio de espera si se conocen el tiempo medio de una visita al baño y la frecuencia de llegada de nuevos visitantes.

El análisis se basa en las diferencias por género a la hora de hacer uso de los lavabos. Calcularon que las mujeres tardan el doble que los hombres teniendo en cuenta distintos factores como la menstruación, el embarazo, las capas de ropa y el tiempo invertido en desvestirse y vestirse y los segundos que se pierden entrando en el habitáculo, y quizá, limpiando y adecentando la tapa. No solo eso. Con la estadística en la mano también es más probable que ellas vayan acompañadas de menores, mayores y personas con discapacidad y tengan que ayudarles en el baño, lo que alargaría su estancia en el lavabo.

Los resultados son contundentes. Con este sistema, una mujer tendría que esperar seis minutos y diecinueve segundos para acceder al baño mientras los hombres tan solo esperarían once segundos. No, no es un error tipográfico. Más de seis minutos frente a apenas once segundos. Es decir, tardamos casi 34 veces más que ellos en acceder al interior de un servicio. Lo cierto es que si extrapolamos estos números y suponemos que las mujeres acuden a un lugar público y hacen cola, al menos una vez a la semana, en un mes dedicarían casi 25 minutos a esta tarea frente a los 44 segundos masculinos.

Al año, las mujeres habrían perdido casi cinco horas de su tiempo frente a los casi nueve minutos masculinos. En veinte años la espera sumaría más de cuatro días para ellas. Cuatro días con sus cuatro noches frente a las tres horas que dedicarían los hombres en veinte años.

Para Kathryn Anthony, profesora en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, “es un ejemplo muy poderoso y sutil de discriminación de género. No hay duda de ello”. En su opinión tendría que haber dos baños de mujeres por cada uno de hombre para empezar a paliar esta discriminación, aunque en la actualidad, suele ser al revés. No es sólo una desigualdad si no también perjudicial para la salud, señala Anthony. Aguantarse la orina está asociado a problemas del tracto urinario, estiramiento de la vejiga e incluso piedras en el riñón.

Peleas y alivios en el lavamanos

La empatía es un arma poderosa, pero sufrir estas esperas en piel propia ayudan a comprender la profundidad del problema. Anthony recuerda lo que le ocurrió al senador estatal, Art Torres, en 1987 cuando acudió a un recital de Tchaikovsky en la Hollywood Bowl acompañado por su mujer. El senador estaba poco acostumbrado a que necesidades fisiológicas básicas interfirieran en su agenda por eso cuando tuvo que esperar a que su esposa utilizase el lavabo se dio de bruces con una realidad con la que las mujeres convivimos.

No sabemos si esperó esos más de seis minutos esa noche, en cualquier caso, le pareció desproporcionado y se decidió a legislar al respecto. Ese mismo año se hizo carne una ley que obligaba a los edificios públicos de nueva construcción o con proyecto de rehabilitación a ofrecer, como mínimo, el mismo número de baños en ambos lavabos mientras recomendaba que hubiera al menos dos baños de mujeres por cada uno masculino. Esta iniciativa comenzó una ola legislativa en distintos estados como Chicago, Nueva York y hasta una veintena de estados y municipalidades aprobaron leyes parecidas.

¿Y cómo se tomaron los hombres este cambio? Pues la felicidad va por barrios, pero es un proceso lento porque las leyes afectan a edificios de nueva construcción o reformados cuyo número es todavía limitado. Sin embargo, en 1999 construyeron para los Tennesse Titans, un equipo de fútbol americano, el Adelphia Coliseum con la legislación en la mano (dos retretes en el baño femenino por cada uno en el de hombres).

Baños unisex

Esta nueva proporción ocasionó largas colas en el baño masculino. Hasta 40 hombres esperaban para entrar en una fila serpenteante durante más de quince minutos, rememora Anthony.
El caos se apoderó de esa fila y la policía tuvo que apostarse en la puerta para mantener el orden. Muchos hombres intentaron colarse, varios se aliviaron en los lavamanos y las peleas se sucedieron.

Ante esta situación, se elaboró una excepción a la ley que se aprobó en apenas unos meses. Así la espera volvió a ser femenina. No es el único ejemplo del fútbol americano. En 2003 el Soldier Stadium de los Chicago Bears se construyó con esta prerrogativa, las mujeres redujeron el tiempo de espera, pero las largas colas migraron a los baños masculinos. ¿Qué ocurrió? Convirtieron cinco baños femeninos en masculinos y, de nuevo, el tiempo de espera de ellas se incrementó.

Para Hautegem y Rogiest la solución pasa por los baños unisex. Concluyen en su estudio que la forma más sencilla para igualar esta brecha es que no haya distinción a la hora de acceder al baño. Para Inés Sánchez de Madariaga, arquitecta y directora de la Cátedra Unesco de género en Ciencia e Innovación, es un tema complejo y de edad. “Parece que a las nuevas generaciones no les importa demasiado compartir este espacio y se observa esa tendencia, por ejemplo, en Estados Unidos”. Ahora bien, la tradición, la intimidad y la limpieza son factores que pesan a la hora de reformular estos espacios, explica, Madariaga.

Vengan o no los jóvenes con la solución bajo el brazo la desigualdad actual es evidente. No son tan complicadas las medidas que se podrían tomar para aliviar esta discriminación, pero tampoco existe un movimiento que demande que estos tiempos se acorten. Hemos asumido que perder seis minutos es el precio que se paga simplemente por ser mujer. No es de extrañar, por tanto, que a la pregunta: “Llevas mucho esperando?”, hecha a la última de la fila de un baño en una estación de trenes española la respuesta fuese tan certera. “Toda la vida”. Touché.

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