Mary‑Claire King (Chicago, 27 de febrero de 1946) nunca imaginó que la muerte de su mejor amiga, cuando tenía apenas 15 años, marcaría el inicio de una vida dedicada a descifrar los secretos del ADN.
Hoy, a sus 79 años y tras recibir el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2025, King no sólo es la científica que demostró que el cáncer de mama puede tener origen hereditario, sino también la mujer que ha dado voz a miles de historias ocultas en los genes, relatos que la biología mantenía en silencio y ella aprendió a descifrar. Pero para entender su legado, hay que empezar por el principio.
De las matemáticas a la genética
King se matriculó en el Carleton College con la idea de estudiar matemáticas. Se graduó cum laude en 1966, pero un curso de genética impartido por Allan Wilson le abrió una ventana inesperada. Wilson, impresionado por su habilidad para descifrar ecuaciones complejas con datos biológicos, la animó a explorar la herencia genética.
Y se doctoró en genética en la Universidad de California, Berkeley (1973), con una tesis que demostró que humanos y chimpancés compartimos el 99 % del ADN. Se consolidó así como una voz vanguardista en la genética evolutiva.
El gen BRCA1
La historia del BRCA1 (breast cancer gene 1) representa su mayor hazaña científica. Desde mediados de los años setenta, King comenzó a estudiar familias con múltiples casos de cáncer de mama. Hasta ese momento se consideraba el cáncer como un fenómeno aleatorio y se descartaba su origen genético.
En 1990, tras analizar 170 marcadores genéticos en cientos de familias, anunció que un gen ubicado en el cromosoma 17 podía triplicar el riesgo de cáncer de mama y ovario. Ese mismo año, se acuñó el nombre BRCA1. El hallazgo fue revolucionario: reveló que entre el 5 y el 10 % de los cánceres de mama tienen una causa hereditaria. Su hallazgo cambió para siempre la forma en que la medicina aborda el cáncer y abrió las puertas a filtros genéticos, intervenciones preventivas y tratamientos personalizados.
ADN como herramienta de memoria y reparación
La ciencia de King también se convirtió en un instrumento para la reparación de identidades. En 1984, recibió una inesperada solicitud de las Abuelas de la Plaza de Mayo, en Argentina: comprobar con pruebas de ADN lo que la documentación no podía. Fue entonces cuando desarrolló el índice de abuelidad, un método que combinaba el análisis del ADN mitocondrial -heredado por línea materna- con marcadores genéticos precisos para restituir la identidad de niños apropiados durante la dictadura argentina.
El primer caso resuelto fue el de Paula Logares, en 1984. Le siguieron al menos 135 restituciones exitosas. El método fue adoptado en conflictos de todo el mundo: desde El Salvador hasta Ruanda, pasando por los Balcanes y Filipinas. King convirtió su laboratorio en una herramienta de justicia.
Su ciencia también sirvió para identificar los restos de la familia Romanov o de desaparecidos en fosas comunes.
Una carrera forjada en laboratorios y tribunales
Entre 1976 y 1995 fue profesora de genética y epidemiología en Berkeley. Desde entonces, ocupa la cátedra de la American Cancer Society en la Universidad de Washington, donde dirige investigaciones sobre cáncer hereditario, esquizofrenia, sordera genética y genética forense.
También forma parte de instituciones clave como la Academia Nacional de Ciencias (2005), la Academia Nacional de Medicina (1994), la American Philosophical Society (2012), y presidió la American Society of Human Genetics en 2012. También ha sido asesora de organismos como el NIH, el NCI y la OMS.
Reconocimientos científicos y humanos
Los premios que ha recibido son innumerables: la Medalla Nacional de Ciencia de EE. UU. (2016), el Lasker–Koshland Award (2014), el Shaw Prize (2018), la Public Welfare Medal (2025), el Canada Gairdner International Award (2021), entre muchos otros. Ha recibido más de veinte doctorados honoris causa, incluyendo los de Harvard, Columbia, Princeton, Yale, Brown y la Universidad de Buenos Aires.
No es sólo una científica, es una narradora
Lo que distingue a King no es sólo la magnitud de sus descubrimientos, sino su capacidad para contar el genoma como si se tratara de una novela: con tramas familiares, giros genéticos y desenlaces que pueden prevenir enfermedades, sanar heridas o restaurar identidades.
Cuando afirma que “la genética no es un destino, pero puede ser una guía para actuar con responsabilidad”, no habla de estadísticas, sino de vidas humanas. En Argentina, su técnica devolvió nombres. En la salud pública, abrió la puerta a decisiones informadas. En conflictos, iluminó zonas de sombra.