Era el 28 de junio de 1998 en Splendora (Texas) y el pequeño Robbie Middleton cumplía ocho años. Un cumpleaños, a esa edad, gira en torno a globos y tarta. Pero ese día terminó convirtiéndose en uno de los crímenes más atroces que haya sacudido a Estados Unidos.
Antes de la celebración, Robbie decidió salir a dar un paseo en bicicleta por un bosque cercano. Minutos después, alguien le interceptó y ató a un árbol. Después le empapó con gasolina y le prendió fuego.
Robbie quedó ciego en el acto, con los ojos invadidos por el combustible. Aun así, en medio de las llamas, desató las cuerdas y comenzó a correr a ciegas por el sendero. El bosque ardía tras de él, y cada paso era una agonía. “Corría tan rápido como podía, pero veía hacia dónde” narraría años después. “Solo sentía un dolor insoportable y no podía parar de gritar”.
Aquel infierno le condujo hasta la puerta de su casa, donde su madre lo encontró. “Estaba irreconocible…solo supe que era mi hijo por sus zapatillas rojas” dijo quebrada por el recuerdo.
Sobrevivir al fuego: una vida reconstruida a pedazos
Contra todo pronóstico, Robbie sobrevivió. Pero las heridas lo marcaron para siempre. Su cuerpo estaba quemado en un 99%. Durante años, soportó más de 150 cirugías, injertos de piel, tratamientos, infecciones y una cadena ininterrumpida de dolor. Los médicos calificaron su caso como “uno de los peores que hayamos visto”.
Y sin embargo, Robbie no solo luchaba por vivir: ayudaba a otros niños en recuperación, y colaboraba con fundaciones. Quienes lo conocieron lo describen como un joven tierno, que jamás perdió su dulzura a pesar del infierno que vivió. Su madre lo recuerda como “un niño bondadoso, muy sensible…un alma luminosa”.
La verdad en la víspera de la muerte
En 2011, cuando Robbie estaba a punto de cumplir 21 años, recibió un nuevo golpe: le diagnosticaron un agresivo cáncer de piel, consecuencia directa de las quemaduras. No había tratamientos posibles. Pero antes de morir decidió hablar.
Desde su lecho de muerte grabó un video-testimonio de 27 minutos. Su voz, muy debilitada, nombró al monstruo: Donald Collins. Era su vecino de entonces, cuando ambos contaban con 13 años. “Donald me agarró, me dio la vuelta y me tiró gasolina en el cuerpo” relató Robbie con esfuerzo. Lo más devastador estaba por venir: reveló que le había violado dos semanas antes del atentado. Y que incendiarlo fue su forma de silenciarlo.
Robbie murió días después de grabar ese testimonio. Su fallecimiento no fue clasificado como muerte natural: el forense concluyó que fue un homicidio, producto directo del ataque sufrido trece años antes.
El juicio más caro de la historia…y el más justo
Los padres de Robbie iniciaron un juicio civil contra Donald. Sabían que jamás recibirían dinero pero eso no importaba. Buscaban justicia. El jurado entendió el mensaje: fallaron a favor de la familia por 150 mil millones de dólares, la cifra simbólica más alta jamás dictada en un tribunal civil estadounidense.
Gracias al video-testimonio el fiscal reabrió el caso como asesinato. En 2015, Donald Collins —ya adulto— fue llevado a juicio. Los testigos lo describieron como un joven perturbador. Un compañero aseguró que había violado a otro niño. Su defensa alegó que era un adolescente problemático, huérfano, criado por familiares. Pero el jurado no se dejó conmover. Fue declarado culpable y sentenciado a 40 años de prisión, el máximo permitido por haber sido menor al momento del crimen.
Robbie vivió en carne propia una de las formas más brutales del mal humano. Envuelto en fuego corrió por su vida. Sobrevivió. Luchó. Y antes de morir dejó la verdad grabada para siempre.