A las 15:06 del 1 de julio de 2025, el 112 recibió un aviso desde Valls (Tarragona): un niño de dos años se encontraba indispuesto dentro de un coche aparcado en un polígono industrial. Cuando los servicios de emergencia llegaron, ya era tarde. El pequeño había pasado horas encerrado durante una ola de calor. Los Mossos d’Esquadra investigan el caso como un posible golpe de calor y el padre está siendo investigado por homicidio por imprudencia grave. La noticia reavivó una alarma social con un nombre tan técnico como devastador: el “síndrome del bebé -o del niño- olvidado”.
No fue un hecho aislado. En mayo, en Linares (Jaén), otro niño de dos años murió después de que su padre de acogida creyera haberlo dejado en la guardería. Nadie advirtió el error hasta la tarde. A dos meses de que empezara uno de los veranos más extremos, España sumaba otra tragedia difícil de asimilar.
La lista reciente incluye también el caso de Castellón, el 6 de noviembre de 2024, cuando una niña de dos años falleció tras pasar horas dentro de un coche mientras su padre estaba en el trabajo. Y, ya entrado el verano de 2025, un bebé de 14 meses fue hallado en estado crítico tras permanecer cinco horas en un vehículo estacionado en el aparcamiento de un restaurante, en plena ola de calor. Cada titular duele, pero revela un patrón: calor, rutina alterada, un olvido que parece imposible… y un coche convertido en trampa mortal.
La meteorología agrava el riesgo. Este verano ha sido asfixiante: ciudades superando los 40 °C, noches tropicales encadenadas y un repunte de muertes relacionadas con el calor. En ese contexto, un vehículo cerrado alcanza temperaturas letales en cuestión de minutos, especialmente para lactantes y niños pequeños, cuyo sistema de regulación térmica es más vulnerable. El calor no provoca el olvido, pero convierte el descuido en letal.
Tras el caso de Valls, se han multiplicado las voces que reclaman la obligatoriedad de incorporar sistemas “antiolvido” en los coches. Una petición pública lo resume así: no tiene sentido que la prevención dependa únicamente de la buena voluntad cuando existen soluciones asequibles. Mientras llegan esas medidas, se recomiendan recordatorios caseros —dejar un zapato o el bolso en el asiento trasero; colocar un muñeco del bebé en el asiento delantero cuando viaje atrás— y rutinas de verificación. Pequeños gestos para evitar errores irreparables.
¿Por qué ocurre?
Para entenderlo, hablamos con la psicóloga perinatal Marta Ramos, que ha acompañado a familias tras episodios de olvido. “No es que no quieran o no les importe, es que el cerebro puede equivocarse: estrés, cansancio y un cambio en la rutina disparan el error”, explica. “Vivimos acelerados. Cuando la ruta automática se impone -ir directo al trabajo, por ejemplo-, la memoria que debía recordarte hoy llevas al niño se apaga”. Su visión coincide con la de otros expertos: no se trata de negligencia deliberada, sino de un fallo de la memoria prospectiva, la que usamos para recordar hacer algo en el futuro.
La neuropsicología lo describe así: cuando compiten dos sistemas -el de hábitos (lo que hacemos en piloto automático) y el de la memoria prospectiva (lo que debemos hacer luego), el primero puede imponerse si añadimos cansancio, distracciones o estrés. Lo inquietante es que este “apagón” puede sucederle a cualquiera. No distingue entre sexos ni nivel educativo; la verdadera diferencia está entre los días tranquilos y los días imposibles.
Ramos añade un matiz clave: “Casi siempre hay un cambio de rutina. Ese día el padre, que nunca lleva a la niña a la escuela infantil, decide hacerlo. O la madre cambia el camino habitual por una obra. El cerebro rellena el hueco con la ruta de costumbre. El resultado: ‘recuerda’ haber realizado la acción… sin haberla hecho”. La psicóloga insiste en no estigmatizar: “La culpa paraliza; la prevención salva”.
Historias que rompen y preguntas incómodas
Las crónicas de Valls, Linares o Castellón comparten elementos que se repiten: jornadas laborales partidas, prisas, pocas horas de sueño y temperaturas extremas. En Valls, la llamada llegó a primera hora de la tarde, con el sol cayendo a plomo sobre la carrocería del coche. En Linares, el error no se descubrió hasta la hora de recogida. Son circunstancias que cualquiera reconoce. Tal vez por eso estos casos conmueven y cabrean a la vez: ¿cómo es posible olvidar a tu propio hijo? La ciencia responde: porque la memoria humana falla.
En España no existen estadísticas oficiales consolidadas sobre este fenómeno, lo que dificulta dimensionar su alcance y diseñar políticas públicas. Aun así, cada verano surgen casos que siguen casi siempre el mismo guion. Los profesionales reclaman campañas sostenidas de información y protocolos claros en escuelas infantiles y empresas: si un niño no llega a primera hora, que se llame de inmediato; si una persona debe alterar su itinerario, que active un recordatorio en el móvil.
Qué podemos hacer
La prevención tiene dos capas. La primera es personal: crear hábitos artificiales que rompan el piloto automático. Colocar algo imprescindible -móvil, cartera, mochila del trabajo- en el asiento trasero junto al niño; programar una alarma diaria a la hora estimada de llegada a la guardería; pedir a la escuela que confirme la entrada por mensaje; o acordar con la pareja que, si uno lleva al bebé, el otro envía un “ok” al llegar. Son trucos sencillos que obligan al cerebro a mirar atrás.
La segunda capa es tecnológica y normativa: sensores en sillitas o vehículos que detectan peso y emiten alertas; sistemas integrados con el móvil que envían avisos si el coche se apaga con el cinturón infantil abrochado. Diversos expertos y asociaciones reclaman que estas soluciones se incorporen de serie.
También existe un ángulo laboral y social. En un verano que bate récords de calor y fatiga, ¿qué margen real tienen las familias para no fallar? Políticas de conciliación que reduzcan las prisas, horarios más racionales y campañas de salud pública que aborden estos casos como un asunto de seguridad -no de moral- podrían marcar la diferencia. Porque el calor seguirá apretando, y el riesgo aumentará si seguimos como si nada.
Ramos envía un mensaje para quienes se han sorprendido juzgando desde la distancia. “El primer paso es creer que te puede pasar. El segundo, poner barreras para que no pase. Y si un día ves un coche con un niño dentro, rompe el cristal y llama al 112. Mejor un seguro que una vida”.