016/ Ni una más

Acoso con la pulsera telemática: “Mi ex pitó 30 veces en 48 horas”

Harta de vivir en alerta, Maite decidió mudarse. Ni la ministra de Igualdad supo darle otra solución

“Esto no hay quien lo aguante, que llevo un año así”. Maite estalla. Al otro lado del teléfono, un teleoperador la atiende con paciencia pero sin darle la respuesta que ella necesita escuchar para quedarse tranquila. Por enésima vez, su maltratador se ha saltado la orden de alejamiento y el sistema no lo ha registrado. “Estoy en el punto cero, en la policía, y no tienen notificación. Hace más de 24 horas que manipuló la pulsera y no saben nada aquí ni en el juzgado. Sólo tenéis que mandar un correo electrónico, es que tampoco es tan complicado”, suspira entre lágrimas, impotente al sentir que ella, la víctima, es la única que tiene constancia del peligro en el que se encuentra desde que su ex volvió a manipular el dispositivo.

Un procedimiento demasiado habitual en él. En un año, Maite lo ha denunciado seis veces por quebrantar la medida que le impusieron por ser un maltratador y ella engrosó la cifra de 4.800 mujeres en riesgo extremo en España. Entró a formar parte de esa execrable nómina en el verano de 2023, cuando su pareja con la que apenas llevaba medio año la apalizó en la calle -“un par de puñetazos y golpes”, detalla- sin que nadie moviera un dedo por evitarlo. Pero no lo dudó y denunció.

Paliza y perdón

Después siguió una secuencia del maltrato tantas veces repetida: paliza, denuncia, distancia y perdón. “Nos cogen en un momento vulnerable”, añade para explicar por qué volvió con él. Se apiadó al escucharlo, pensó que no volvería a hacerlo. “Ahora me da mucha rabia porque soy una luchadora que ha sacado adelante a sus tres hijos”. Entonces terminó enjaulada. De manera paulatina, él la fue apartando de su entorno. Le quitó el móvil y respondía a las llamadas haciéndose pasar por ella, ya fueran sus hijos o su abogada. Y le cercó poco a poco su capacidad de movimientos. “No me dejaba salir ni a hacerme las uñas”.

Él tenía antecedentes por maltrato machista, pero Maite no lo supo hasta después. El 5 de mayo de 2024, se produjo el estallido final. No llegó a golpearla, pero no hizo falta porque desde entonces ella vive con pavor a que cumpla su amenaza: “Te la voy a matar y voy a llamar a unos narcos para que la hagan cachitos. Ni tus hermanas la podrán reconocer”. Es lo que esa noche escuchó su hijo cuando la llamó de camino a su casa. Ella rompe a llorar solo de imaginar el miedo que pudo sentir a hallarla sin vida. Por suerte, la policía llegó a tiempo de evitarlo. Aunque ya había descargado parte de su furia: le había destrozado media casa e intentado tirar al gato por la ventana. Pero ella estaba ilesa, al menos por fuera. Desde entonces, es una de las protegidas del sistema Cometa.

Rapapolvo a la ministra

“¿Por qué nos tienen que poner a nosotras el policía en la puerta si es él el que tendría que estar controlado? Los culpables son ellos”, clama. A Maite no le gusta que la traten de víctima. Ella se siente superviviente, como las otras cinco mujeres con las que acudió hace un mes a un cónclave con la ministra de Igualdad. “No dijo nada, pero de vez en cuando se echaba las manos a la cabeza al escucharnos“, recuerda de una Ana Redondo en pleno crisis por los errores de Cometa.

Maite guarda decenas de llamadas. Todas las que ha tenido que hacer al centro Cometa por el calvario al que la tiene sometida su maltratador que ha emprendido una estrategia de acoso y derribo: él lleva la pulsera telemática, pero es ella quien convive con los pitidos cada vez que él intenta quitarse el dispositivo o se aproxima a ella. Lo que sucede con una frecuencia pasmosa. En un fin de semana, el móvil de Maite llegó a pitar 30 veces. Pese a que avisó, temiendo que él apareciera en cualquier momento en su casa para atacarla, nadie impidió que dejara de sonar. Simplemente, cesó cuando él quiso.

“Un asesino sin manos”

“Vais a colapsar el juzgado a denuncias”, se mofó su maltratador acosador. Maite se reiría si pudiera, pero ha tenido que ser ella la que ponga finalmente tierra de por medio, y ha cambiado de trabajo y ciudad. Un conocido común le avisó de que su ex le había puesto un detective. “No dudé ni por un instante de que no pudiera ser así. Es un psicópata capaz de cualquier cosa con tal de hacerme daño”. De entrada, ha logrado que viva estos dos años con la sensación de estar permanente vigilada, pendiente de una sombra alargada y demasiado ruidosa. Una amiga llegó a grabarla sufriendo un ataque de pánico mientras llamaba para alertar de otra ronda de pitidos en cadena, avisándola de que su agresor estaba cerca. Es como si viviera inmersa en el cuento de Pedro y el lobo, con él confiando en que un día ella baje la guardia y logre atacarla.

“Para colmo, en el juzgado llegaron a sospechar que era yo quien se estaba saltando la orden para verlo”, revela con pesar al asumir que ese fue también el alegato de su agresor: “Que él nunca había quebrantado el alejamiento, sino que era yo la que estaba obsesionada con él”. La cruda realidad de la estadística de VioGen justificaría tal sospecha, pues no siempre ellas logran ser tan firmes en mantener la distancia. Maite, en cambio, no se plantea franquear la línea roja que se impuso: “Es un asesino sin manos”, resume al recordar que hace un año se sintió tan desesperada como para intentar suicidarse. No podía soportar ni la amenaza latente ni un pitido más. Por suerte, una vecina llegó a tiempo de salvarla; se había tragado tres cajas de pastillas para quitarse la vida.

Por suerte, a día de hoy no sólo ha aprendido a pedir ayuda sino que además reclama que esta sea otra: “Lo que deberían darnos es puestos de trabajo, porque con las ayudas que nos dan por ley a las maltratadas nos hacen sentir vulnerables e inservibles. A mí, el Instituto de la Mujer no me ha hecho ni una llamada en dos años. Las que me convirtieron en mujer alfa fueron las de la asociación de mujeres”. Y su psicóloga y su abogada, sus dos guardianas. Con ellas se prepara para el juicio al que se enfrentará en unos meses, casi a mediados del año que viene. Después, espera poder regresar al menos a su ciudad, sin pitidos ni geolocalizadores fallidos. “En realidad, ellos deberían ser tratados como los presos en tercer grado, que regresan al centro penitenciario a dormir”. Así también ella lograría dormir mejor, sin sufrir insomnio ni vivir agarrotada. “Para qué denuncié si no”.

Si algo de lo que has leído te ha removido o sospechas que alguien de tu entorno puede estar en una relación de violencia puedes llamar al 016, el teléfono que atiende a las víctimas de todas las violencias machistas. Es gratuito, accesible para personas con discapacidad auditiva o de habla y atiende en 53 idiomas. No deja rastro en la factura, pero debes borrar la llamada del terminal telefónico. También puedes ponerte en contacto a través del correo o por WhatsApp en el número 600 000 016. No estás sola.