Las cifras de la violencia de género no solo cuentan cuántas mujeres son asesinadas, sino cómo mueren y qué falla antes de que eso ocurra. En lo que va de año, 46 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas en España, la cifra más baja desde que hay registros.
Los crímenes no responden a hechos aislados o circunstancias personales de los involucrados, sino a patrones que se repiten con una precisión matemática. Por ejemplo, irse es el gesto más peligroso. Decir “me voy”, hacer una maleta, iniciar una separación o comunicar que la relación ha terminado sigue siendo, hoy, uno de los momentos de mayor riesgo para las mujeres.
La ruptura, el momento más peligroso
En 2025, casi cuatro de cada diez mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas estaban habían roto o estaban en proceso de ruptura. Al menos 17 de los 47 feminicidios registrados, el 36,9 por ciento. Algunas acababan de anunciar su decisión y otras ya habían abandonado el domicilio común.

No es un accidente estadístico: es un patrón estructural que se repite. La violencia machista responde a una lógica de control y posesión, y la ruptura es el momento en el que ese control se percibe como definitivamente perdido.
Los expertos coinciden en señalar que la separación actúa como detonante de la violencia más extrema. El asesinato aparece entonces como un castigo final o como una forma de restablecer, por la fuerza, un dominio que el agresor siente que se le escapa.
El 21,7 por ciento había pedido ayuda
En 2025, diez de las 46 mujeres asesinadas habían presentado denuncias previas por violencia de género, lo que representa el 21,7 por ciento de los casos.
En varios de los asesinatos, las mujeres habían denunciado, estaban registradas en el sistema VioGén o habían solicitado ayuda institucional, pero no contaban con medidas de protección en vigor, estas habían sido retiradas o el riesgo había sido valorado como bajo o no apreciado.
En otros casos, las denuncias existían contra agresores anteriores, pero no contra el hombre que finalmente las asesinó, lo que vuelve a evidenciar la fragmentación de la respuesta institucional.
La forma de matar: violencia directa y cercana
El análisis de los feminicidios de este año confirma un patrón constante: la violencia es mayoritariamente directa, física y ejercida con las propias manos o con armas blancas.

En más de la mitad de los casos, las mujeres fueron asesinadas a cuchilladas o con objetos punzantes. La asfixia y el estrangulamiento aparecen como el segundo método más frecuente, seguidos por las palizas mortales. El uso de armas de fuego es minoritario y se concentra en casos muy concretos, generalmente en hombres de edad avanzada con acceso legal a armas.
La cercanía del método no es un dato menor: habla de crímenes cometidos en espacios íntimos —el domicilio, el garaje, el portal— y de una violencia sostenida en el tiempo, no de actos impulsivos o accidentales.
Casi uno de cada tres asesinos machistas intentó suicidarse
Tras asesinar a sus parejas o exparejas, los agresores reaccionan de forma diversa, pero también aquí se repiten patrones conocidos.
En cinco casos, el agresor se suicidó tras cometer el asesinato, evitando así ser juzgado. En otros nueve intentó quitarse la vida, aunque sobrevivió y fue detenido. En conjunto, casi uno de cada tres feminicidas intentó suicidarse o lo logró, una proporción que refuerza la idea del crimen como acto final de dominación y destrucción.
Otros agresores se entregaron voluntariamente horas después del asesinato, en ocasiones tras avisar a la policía o a terceros. Y en varios casos optaron por la huida, siendo detenidos días después o, en algún caso, localizados muertos tras quitarse la vida.
Nacionalidad
Además, de las 46 mujeres asesinadas ese año, 27 eran españolas, el 58,7 por ciento y 19 extranjeras, el 41,3 por ciento, igual que los asesinos: Veintisiete son españoles y 19 tienen otra nacionalidad.
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