Qué escuchar

Belén Aguilera lanza ‘Anela’, un disco sobre la salud mental

La cantante catalana firma su disco más ambicioso, un manifiesto onírico donde se funden electrónica, intimidad y mitología personal.

Belén Aguilera lanza su nuevo álbum, ‘Anela’
Belén Aguilera lanza su nuevo álbum, ‘Anela’

Belén Aguilera ha decidido dejar de buscar canciones inmediatas y ha optado por construir un universo. Anela (Aunque no exista la Arcadia), publicado por Sony Music, es un álbum que funciona como mapa de un sueño: trece canciones que trazan un recorrido entre la introspección, la fantasía y el pulso contemporáneo de un pop en expansión. El título ya da pistas de su envergadura: no se trata de un capricho conceptual, sino de un manifiesto artístico.

Desde los primeros compases de Laberinto, que abre el disco, Belén Aguilera establece las reglas del juego. Su voz se alza entre atmósferas electrónicas y cuerdas cinematográficas para dibujar un espacio liminal, a medio camino entre la vigilia y el ensueño. El álbum se mueve con una lógica propia: canciones como Eclipse y Bruja apuestan por la densidad sonora, con arreglos exuberantes que hacen del dramatismo un valor en sí mismo; en cambio, piezas más desnudas como Soledad o Salvamento recuperan la raíz confesional de la artista, con el piano como ancla. La tensión entre lo íntimo y lo épico define la narrativa del disco.

Lo más llamativo es la solidez de la atmósfera. Belén Aguilera se permite jugar con texturas electrónicas que recuerdan al pop nórdico, pero también introduce giros mediterráneos en los coros, como si quisiera sostener en un mismo espacio la tradición y la modernidad. Esa mezcla alcanza momentos brillantes, aunque a veces amenaza con engullir su voz bajo capas de producción. Hay canciones en las que uno intuye que la artista busca deliberadamente esa sensación de desbordamiento, de estar atrapada en un exceso sonoro que dialoga con la confusión emocional de sus letras.

Líricamente, Anela es un salto de madurez. Si en discos anteriores Aguilera exploraba con frescura el amor y sus cicatrices, aquí la apuesta es más compleja: habla de la dualidad entre lo racional y lo emocional, de la dificultad de aceptar la propia vulnerabilidad, de la necesidad de mirar hacia adentro aunque duela. “Negarse al cambio es estancarse y quedarse atrás”, confesó en una entrevista reciente, una frase que resume la esencia del proyecto. La Arcadia del título no existe, pero el anhelo de alcanzarla es lo que sostiene estas canciones.

Visualmente, la propuesta acompaña. La portada, en la que Belén Aguilera aparece representada como una centaura, apunta a esa dimensión mitológica que atraviesa el álbum. Lo simbólico no es un adorno: es parte del relato. La artista construye un mundo paralelo donde cada canción es un paisaje. En ese sentido, Anela es tanto un disco como una declaración estética.

Lo que Belén Aguilera pone sobre la mesa es ambición. En un panorama pop donde la inmediatez lo es todo, ella ralentiza el ritmo, ofreciendo un álbum que pide escuchas completas y no saltos aleatorios en playlist. Y en esa decisión se juega su lugar en la escena: no ya como intérprete eficaz de estribillos, sino como creadora de universos sonoros capaces de perdurar.

TAGS DE ESTA NOTICIA