En Bélgica, los centros maternales son una casa de acogida temporal para mujeres embarazadas o madres con bebés muy pequeños que se encuentran en situación de vulnerabilidad: menores de edad, sin apoyo familiar, víctimas de violencia o con graves dificultades económicas. Los directores belgas conocidos como “los hermanos Dardenne”, acaban de estrenar su película en cines y retratan de cerca cómo es la vida en uno de esos centros, que definen como un lugar que permite a las jóvenes madres “construirse, ni siquiera reconstruirse” en medio de las situaciones de violencia que viven, que “no han podido escoger”.
El decimoprimer largometraje de los Dardenne narra la historia de cinco adolescentes que viven en un centro maternal de Lieja (Bélgica) y enfrentan la maternidad entre la fragilidad y la esperanza. Los cineastas siguen sus pasos con la cercanía y la sobriedad que caracterizan su cine: chicas que aprenden a cuidar, a decidir, a volver a ser ellas mismas. Recién nacidas entrelaza de manera muy realista y orgánica los cinco relatos, cada uno con su propio destello de luz, donde la ternura convive con la dureza y la vida se abre paso incluso en la incertidumbre.
¿De dónde nace vuestra inquietud por retratar a cinco adolescentes madres solteras?
Teníamos un guion sobre una chica muy joven, madre soltera, que no lograba conectar con su bebé. Vivía en un centro maternal y conocía a un chico que la ayudaba a acercarse a su hijo. Pero alguien nos habló de un centro real en Lieja, nuestra ciudad, y fuimos a documentarnos.
Durante varias semanas visitamos el lugar, y algo allí nos atrapó: la forma en que las cuidadoras, la psicóloga, las enfermeras acompañan a chicas de 15 a 17 años, embarazadas o recién madres, enseñándoles a cuidar al bebé, pero también a reconocerse como personas. Todas vienen de entornos de abandono o violencia. Les muestran que ser responsable del hijo no siempre significa quedarse con él: también existe la opción, sin culpa, de darlo en adopción.
Esa experiencia nos llevó a abandonar el guion inicial y crear cinco historias de ficción inspiradas en lo que vimos, con ecos entre ellas y siempre un rayo de luz al final. Rodamos en una casa a cien metros del centro, que reproducía su ambiente; las cuidadoras y las chicas se trasladaban allí cada día. Por eso la película, aunque es ficción, tiene una fuerte dimensión documental.

Hay algo que las cinco chicas comparten: todas dudan de ellas mismas, no se sienten válidas para salir adelante y además cuidar de un bebé. Todas ellas han sido abandonadas por sus madres, una herida que las ha marcado profundamente. ¿Creéis que esa herida se puede sanar?
Creo que, desde luego, el recorrido de Jessica (una de las protagonistas) muestra que, al fin y al cabo, su madre -que la abandonó años atrás- acepta su abrazo. Jessica le hace una foto, para poder mostrársela a su niño en un futuro, la madre de Jessica la invita a entrar a su casa, le ofrece una silla para dar el biberón al bebé: es el principio de algo entre ellas dos. No diría curar, habrá una cicatriz, pero quizá no será una herida abierta. A partir de ahí, Jessica no abandonará al bebé, va a tener una relación con él.
Es de agradecer vuestro respeto a los personajes y la delicadeza de no juzgar ninguna decisión ni comportamiento. En la película, lanzáis preguntas, no las respondéis. ¿Qué os gustaría evocar en el espectador?
Nos gustaría evocar el hecho de que estas chicas están en una situación muy triste, de total incertidumbre en cuanto a lo que pueden hacer y no pueden hacer, que no tienen mucha autoestima y que se desestabilizan enseguida. Nos gustaría mostrar a los espectadores y espectadoras que ese centro maternal tiene un papel real, un papel enorme para estas jóvenes que han vivido violencia, la violencia que no han podido escoger, que han vivido en la pobreza. Digamos que el centro es un lugar que les permite construirse, ni siquiera reconstruirse, sino construirse y ser capaces de tener una relación con el bebé y también de ser responsables del bebé.
Ser responsable no significa quizás quedarse con él, puede también significar dar al bebé en adopción, pero en cualquier caso es tener conciencia de la importancia de otro ser vivo, un ser vivo de la que ellas son responsables. Y eso es lo que permite el centro, tanto en la película como en la realidad.

Da gusto ver el resultado del casting, las jóvenes actrices, cómo están elegidas, cómo están dirigidas, y ellas mismas: su frescura y total credibilidad. ¿Cómo fue el proceso de casting y cómo habéis trabajado con ellas en la preparación de sus papeles?
Vimos unas seiscientas chicas y trabajamos con ciento cincuenta. De ahí pasamos a veinte y luego a las cinco protagonistas. Apostamos por ellas porque cada una podía sostener su personaje. No hay secreto: talento y mucho trabajo. Ensayamos cinco semanas antes del rodaje para que encontraran el personaje a través de las acciones físicas, en los mismos espacios donde filmaríamos.
Primero ensayaban con muñecos y después llegaron los bebés reales. Ahí todo cambió: los bebés no saben que están en una ficción, y las actrices tuvieron que ser cuidadosas, verdaderamente responsables. Eso dio una autenticidad enorme a sus gestos, a cómo sostenían, alimentaban o acunaban al niño.
Recuerdo, por ejemplo, a Perla, cuando vuelve tras su escapada y da el biberón: su forma de sujetar la cabeza del bebé es exacta, natural. O el pequeño Noé, en la bañera, que busca su mirada aunque ella intente evitarla. O la niña de Ariane, que al despedirse, le sonríe con pureza. Es fantástico, porque realmente es como la otra cara de la moneda, del drama que está ocurriendo, y ella (la bebé) con esa sonrisa magnífica.

