Berlín. Staatsoper unter der Linden. 5/10/2025. Richard Wagner: Das Rheingold (Ring-Zyklus 2). Michael Volle (Wotan), Jochen Schmeckenbecher (Alberich), Claudia Mahnke (Fricka), Sebastian Kohlhepp (Loge), Anna Kissjudit (Erda), etc. Staatskapelle Berlin. Dmitri Tcherniakov, director de escena. Christian Thielemann, director musical.
Das Rheingold (El oro del Rin) de Wagner constituye la base de la épica tetralogía El anillo de Wagner, que se compuso a lo largo de un cuarto de siglo. Durante este prólogo de música trepidante durante dos horas y media sin pausas, se exponen ya los motivos musicales esenciales, tanto en lo que respecta a la trama escénica como a la música. A partir de un profundo mi grave del contrabajo, Wagner despliega su propio mundo mitológico, cuyo auge y caída se presentan ante nuestros ojos y oídos con gran intensidad.
La Tetralogia wagneriana es un mundo de dioses, gigantes, enanos y seres de la naturaleza, proveniente de la mitología germánica estrictamente jerarquizado en diferentes niveles, con diversos conflictos potenciales. Y aunque El oro del Rin tiene rasgos de una historia de fantasía, los acontecimientos se desarrollan mucho más allá: un verdadero drama mundial de enormes proporciones y significado universal, que también tiene mucho que decir sobre nuestro presente. La gran saga familiar creada por Wagner se convierte en una epopeya universal sobre el poder y el amor, la guerra y la paz, y el efecto fatídico de las pasiones.
Es precisamente en esta adaptación actual donde se apoya para construir su relato el polémico director de escena ruso Dmitri Tcherniakov, que estrenó esta producción en Berlín en otoño de 2022 con críticas muy severas por su caprichosa –y a veces pueril interpretación– de la densa epopeya wagneriana de enormes proporciones por su extensa longitud. Una representación completa del ciclo se extiende durante cuatro noches intensas, con un tiempo total de unas quince horas, dependiendo del tempo que imprima el director a la ejecución de la partitura.

Cierto es que El oro del Rin funciona más o menos bien en la versión tergiversada de Tcherniakov, si uno se abstrae y se olvida de la fantasiosa historia de criaturas mitológicas que se van aniquilando unas a otras durante esta oscura trama para hacerse con el anillo mágico que le otorgará a quien lo posea el poder de la dominación total del mundo. Con un despliegue escénico sin parangón, en el que no se han escatimado gastos, el director ruso nos presenta hasta diez espacios escénicos diferentes que se suceden sin interrupción y que cambian a vistas del púbico de izquierda a derecha, de arriba a abajo y de abajo a arriba (cuatro pisos en total) en un alarde escénico sin precedentes. La puesta en escena de Dmitri Tcherniakov, ambientada en un gran centro de investigación, contiene algunas escenas abstrusas que no se corresponden en absoluto con el libreto de Richard Wagner, pero ofrece a los cantantes la oportunidad de encarnar sus papeles con una gran intensidad dramática a lo largo de una sucesión de habitáculos amueblados de manera contemporánea, cuya estética no se diferencia demasiado de otras producciones modernas que hemos visto (y sufrido) en los últimos años.
Pero lo realmente interesante estuvo en el foso de la Staatsoper con un Christian Thielemann en estado de gracia, que hace una verdadera recreación de esta música excelsa que conoce al dedillo y que además sabe explicar con una naturalidad apabullante mediante una narración musical sin fisuras donde todo lo que se escucha tiene un sentido unitario y posee una gran belleza. En ningún momento el discurso musical resulta apresurado, ni ralentizado, sino que siempre es proporcionado y ordenado, con atención milimétrica a los mil y un detalles de una partitura maestra. Cuando el maestro adopta un tempo más rápido, es para aligerar la labor de los cantantes y siempre sabe utilizar el rubato de forma coherente, sobre todo en las transiciones y en los momentos culminantes de la ópera.

Por otro lado, la atención y el cuidado de las voces es máxima en todo momento, aunque la soberbia orquesta de la ópera berlinesa suene de manera poco contenida en muchos momentos. En fin, creo que es la ocasión que más me ha impactado este gran director alemán en la cuarta Tetralogia que le escucho en vivo. Con músicos así la ópera entra en una tercera dimensión que no es fácil de explicar, pero que supone una gozo máximo si tienes la suerte de vivirla en directo.
En el amplio reparto vocal brilló un nombre muy por encima del resto: Michael Volle, que encarna, sin duda, el mejor Wotan de nuestros días. El poliédrico papel del padre de los dioses solo podría haber sido interpretado de manera tan excepcional por este veterano barítono alemán, que se encuentra en la cima de su carrera, poseedor de gran volumen, una voz ágil y flexible, un hermoso timbre y una excelente inteligibilidad del texto. Sea cual sea el momento de la representación su garganta, siempre segura, emite sonidos puros sin el más mínimo vibrato.

En cuanto a la interpretación escénica, Volle (siempre con gafas oscuras) nos cautiva a los espectadores por su entrega y consigue meterse por completo en la piel de este personaje malévolo e intrigante, que al final tiene que ceder el ansiado anillo, que simboliza el poder del mundo, al gigante Fafner para poder liberar a su cuñada: la diosa Freia, bien interpretada aquí por la joven Sonja Herranen, salida de la Ópera Estudio del teatro. Lo mismo que el tenor Sebastian Kohlhepp, descubierto en su día por Thielemann como Matteo en la Arabella de Dresde, que hace un excelente Loge, pues canta con soberanía y refinamiento, aunque la voz no sea demasiado grande y posea una débil emisión, sobre todo si se le compara con las potentes voces de sus colegas de reparto. Estupendos igualmente la sólida Erda de Anna Kissjudit y los dos gigantes: Mika Kares (Fasolt) y Peter Rose (Fafner).
El otro gran triunfador de la noche fue el barítono Jochen Schmeckenbecher, en plena forma vocal y enorme actor, que tiene la ingrata tarea de abrir la ópera desde un absurdo laboratorio de estrés, donde está siendo observado por tres médicas vestidas con sus batas blancas (¡¡¡que no son otras que las hijas del Rin!!!), pues solo ve el oro y el río a través de unas gafas virtuales. El resto del reparto estuvo a la altura de las circunstancias y solo hubo dos máculas: la del débil Donner de Roman Trekel, ya en horas muy bajas, y la de la insufrible Fricka de Claudia Mahnke, de molesto vibrato.
A pesar de ellos, no se logró empañar una función histórica que fue refrendada durante más de diez minutos de vítores y bravos por un público entregado a la causa wagneriana, que había agotado las localidades desde hacía meses, venidos desde varios países del mundo, entre ellos de España, gracias a la excelente labor que está llevando a cabo la Asociación Wagneriana de Madrid, que preside la infatigable Clara Bañeros.