Enrique Vila-Matas dijo una vez que “todo es verdad porque todo está inventado”. Esa frase quizá contiene toda su poética: el juego entre realidad y ficción, el espejo deformante de la literatura, el vértigo de escribir para seguir viviendo. Por eso no sorprende que, tras medio siglo de carrera, su nombre suene con fuerza en las quinielas del Premio Nobel de Literatura. El autor barcelonés, nacido en 1948, lleva décadas construyendo una de las obras más singulares y reconocibles del panorama literario internacional.
El candidato silencioso para el Nobel de Literatura
A estas alturas, pocos escritores españoles despiertan tanto consenso entre críticos y lectores como Enrique Vila-Matas. Su nombre aparece en las principales casas de apuestas junto a gigantes como Haruki Murakami, László Krasznahorkai, Anne Carson, Thomas Pynchon o Mircea Cărtărescu. Incluso hay quien lo coloca entre los cuatro favoritos a hacerse con el galardón. Algo insólito para un autor tan deliberadamente ajeno a los focos.
No deja de resultar llamativo, porque los pronósticos literarios rara vez incluyen a un autor español entre los candidatos al Nobel. Y, sin embargo, este año la Academia Sueca podría mirar hacia Barcelona, hacia un escritor que ha hecho de la literatura un espejo infinito, lleno de dobles, fantasmas y versiones de sí mismo.
Si se mantiene la alternancia hombre-mujer de los últimos años, y tras la victoria de la surcoreana Han Kang, Vila-Matas parte con ventaja. Su nombre suena cada vez más fuerte. Y sus lectores saben que, si lo gana, probablemente mandará a recogerlo a uno de sus personajes: un flâneur discreto que se confunde con el propio autor.
Un autor que hizo de la literatura su biografía
Hablar de Enrique Vila-Matas es hablar de un escritor que convirtió su vida en materia literaria. Estudió Derecho y Periodismo, trabajó en la revista Fotogramas y vivió en los años setenta en una buhardilla parisina alquilada por Marguerite Duras. Una anécdota tan inverosímil que parece escrita por él mismo.
Su bibliografía —más de cuarenta libros— es, en realidad, su biografía encubierta. En lugar de narrarse, Enrique Vila-Matas se ha multiplicado: sus dobles recorren hoteles vacíos, conferencias imposibles y cafés donde los escritores se evaporan entre citas literarias. Kafka, Joyce y, sobre todo, Robert Walser son sus sombras tutelares. De Walser aprendió que “querer ser como todo el mundo, cuando no se puede ser igual a nadie” puede ser una forma de santidad.
‘Bartleby y compañía’
Entre todos los libros de Enrique Vila-Matas, Bartleby y compañía sigue siendo el punto de entrada perfecto. En él rastrea los casos de escritores que decidieron abandonar la escritura: Rimbaud, Salinger, Juan Rulfo, Beckett, Hölderlin. Y lo hace desde la voz de un narrador que escribe notas al pie de un texto inexistente.

El propio Enrique Vila-Matas explica que ese texto invisible “quizá acabe quedando suspendido en la literatura del próximo milenio”. Una frase que suena a programa de vida. En esas páginas, la literatura se convierte en una investigación sobre el silencio.
Bartleby y compañía es un homenaje al misterio de escribir y al vértigo de dejar de hacerlo. Una obra deliciosa, esencial para entender por qué Enrique Vila-Matas es uno de los pocos autores que escriben sobre el acto de escribir sin caer en la trampa del narcisismo.
‘París no se acaba nunca’
Otro libro imprescindible de Enrique Vila-Matas es París no se acaba nunca. En él revisita sus años de juventud en la capital francesa, cuando soñaba con repetir la vida bohemia de Hemingway en París era una fiesta. Pero su narrador, en lugar de sentirse “muy pobre y muy feliz”, se declara “muy pobre y muy infeliz”.

El humor, la ironía y la autocrítica dominan un relato que parece una novela de aprendizaje y es, en realidad, una burla a la autobiografía. París no se acaba nunca es también un tratado sobre la impostura y la ficción del yo. Por sus páginas desfilan cafés literarios, escritores fantasmas y la voz de la propia Duras, que aparece como casera y como personaje de novela.
En el fondo, el libro es una confesión velada: todo lo que Vila-Matas cuenta podría ser verdad o podría ser mentira. Y precisamente ahí está su magia.
‘El mal de Montano’
En El mal de Montano (2002), Enrique Vila-Matas inventó una patología que solo podía brotar en su universo literario: la de aquellos que aman tanto los libros que terminan viviendo dentro de ellos. Su protagonista, un crítico que escribe un diario sobre la desaparición de la literatura, encarna una especie de contagio espiritual que transforma la lectura en fiebre, la escritura en delirio y la erudición en una forma de locura.
A través de un estilo brillante, lleno de citas reales y apócrifas, Vila-Matas crea una novela que funciona como espejo de su propio pensamiento. Una meditación sobre la imposibilidad de vivir fuera de la literatura.

El mal de Montano es, además, un homenaje a Robert Walser, Kafka o Borges. Pero también una sátira sobre el crítico moderno y su tendencia a diseccionar hasta la muerte lo que ama. Como en sus mejores obras, Enrique Vila-Matas juega con el lector, borrando los límites entre ensayo y ficción, entre teoría y vida.
Lo que comienza como una crónica de lecturas termina convirtiéndose en una confesión íntima sobre la fragilidad de la identidad y el poder corrosivo de la imaginación. Una novela para quienes sospechan que, en el fondo, la literatura es una enfermedad incurable.