Inbar Haiman tenía 27 años cuando fue secuestrada el 7 de octubre de 2023 durante el ataque sorpresa de Hamás sobre el sur de Israel. Estaba en el festival de música Nova en Re’im, una celebración al aire libre que se convirtió en una masacre cuando cientos de terroristas armados irrumpieron disparando contra los asistentes. En el solar donde transcurrió la fiesta, convertida hoy en un solemne memorial, hay estandartes con más de 300 rostros de jóvenes que fueron brutalmente asesinados durante la tragedia que cambió Oriente Medio.
Inbar, una joven artista que estudiaba comunicación visual y era conocida por su amor al arte urbano, intentó esconderse bajo el escenario y luego entre arbustos junto a otros jóvenes. Fue capturada por combatientes de Hamás, subida a una motocicleta y llevada a Gaza. Su familia buscó incansablemente información, difundió imágenes de sus tatuajes y ropa, y sostuvo la esperanza de que estuviera viva.

Poco después, Hamás publicó un vídeo en el que se la veía herida, rodeada por hombres armados: se confirmó que era una de los 251 rehenes capturados. Durante semanas no hubo más información precisa sobre su estado. En diciembre de 2023, las autoridades israelíes informaron oficialmente a su familia que había sido asesinada en Gaza mientras estaba en manos de Hamás. No se especificaron ni la fecha ni las circunstancias exactas de su muerte. Su cadáver, que permanece probablemente en un túnel, espera a ser devuelto en la tregua que debería entrar en vigor próximamente. Es la última mujer israelí que queda en la franja.
Tras conocer la noticia, su familia ha luchado incansablemente para exigir la repatriación de sus restos. En diversas ocasiones, su familia ha denunciado que al no estar viva, su caso ha quedado fuera de las prioridades del gobierno y de las negociaciones en curso. Su madre, Yifat Haiman, lleva casi dos años suplicando que se incluya a su hija en cualquier acuerdo de liberación.
Yifat lamentó que “no he podido besar su ataúd ni darle un entierro digno”, y que eso le impide cerrar el duelo. Exigió que no se trate a su hija como una cifra o como un estorbo logístico en negociaciones políticas. La tía de Inbar, Chana Cohen, fue particularmente contundente en sus intervenciones ante la Knesset, reclamando que si su sobrina fuera hija de un político o de una figura pública, no habría sido dejada atrás.
La familia ha protestado frente a edificios gubernamentales con carteles que denuncian el abandono. En las principales autopistas israelíes, el rostro de Inbar sigue presente. Quienes piden su regreso protestan porque fue abandonada dos veces: primero el día de su secuestro y después, al quedar fuera de los acuerdos de liberación.
“Su tiempo se agota. Hay que devolver a los vivos para su recuperación, y a los muertos para un entierro digno”, reclamaba el Foro de Familias de los rehenes. Existe el temor de que si no se actúa con rapidez, el cuerpo de Inbar desaparezca, enterrado bajo los escombros o en las futuras obras, cuando Gaza se reconstruya.
La abuela materna de Inbar, Varda, falleció meses después, sin haber podido recibir el cuerpo de su nieta. Su familia afirma que murió de tristeza. En distintas fases de treguas entre Israel y Hamás, se liberaron rehenes en vida y cadáveres, pero Inbar quedó siempre relegada.

La historia de Inbar Haiman es también la de una familia que vive en un limbo insoportable, sin poder enterrar a su hija, sin justicia y sin respuesta. La lucha de los Haiman se ha vuelto símbolo del dolor extendido de muchas familias israelíes, cuyo trauma nunca se pudo cicatrizar. Los próximos días se auguran críticos.
La gran incógnita es si la última joven israelí en Gaza volverá a casa. Si su madre podrá finalmente llorar frente a una tumba y dejar de lamentar su ausencia. Mientras tanto, sus restos aguardan en algún rincón de Gaza, recordando que detrás de cada cifra hay una historia humana y una familia quebrada.