Desde que en mayo de 2022 Juanma Moreno consiguiese la gesta de la mayoría absoluta en Andalucía, se ha convertido en una de las figuras más importantes e influyentes de la política española. Su estilo moderado, sumado a su perfil de gestor y a la inteligencia de hacer suya la bandera del andalucismo, siempre capitalizada por la izquierda, han hecho que el malagueño se convierta en uno de los líderes mejor valorados del panorama español. Nunca me cansaré de repetirlo: el mayor éxito de Juanma ha sido cambiar el mantel sin romper la vajilla. Tras cuarenta años de socialismo en Andalucía, el barón popular ha sabido, en un ejercicio de inteligencia y maña, crear un sello propio sin dar una voz, sin echar mano del sobresalto y encabezando una concepción del servicio público en la que los principales ingredientes son el diálogo, el respeto y la serenidad.

Esa ha sido su manera de diferenciarse de los demás, alejándose del imperante clima de crispación que recorre toda España y convirtiendo la Comunidad Autónoma que gobierna en una especie de oasis en mitad de tantas trincheras, en una suerte de excepción que hace que tanto conservadores como progresistas lo respeten por su buen hacer. Todo esto es lo que lo ha llevado a que lo coloquen, junto a Isabel Díaz Ayuso, en las quinielas para suceder, llegado el caso, a Alberto Núñez Feijóo como líder del PP Nacional. Él ahora mismo no está en esas, sino que anda en revalidar su segunda mayoría absoluta, en refrendar esa aplastante confianza que los andaluces le dieron la última vez que se abrieron las urnas. Resultado que sin duda alguna lo ratificaría y lo legitimaría aún más como el barón popular que gobierna la tierra con mayor número de habitantes de España.
Hasta hace bien poco todo iba como un tiro, en San Telmo se vivía en una constante luna de miel. De puertas para adentro la cosa estaba controlada y de puertas para afuera la mayoría de la opinión pública se deshacía en halagos con la confrontación tranquila que encarnaba Juanma, el hombre del consenso. El horizonte era limpio y prometedor, con un PSOE hecho jirones, incapaz de reponerse del shock, con la alargada sombra de los ERES cosida a los talones y cambiando a un estéril e impotente Juan Espadas por una amortizada e histriónica María Jesús Montero. La Ministra de Hacienda vuelve para ser candidata con el vestido y las manos manchadas tras haber traicionado a Andalucía siendo la cara visible y la principal defensora de ese chantaje que es el cupo catalán para que Sánchez pueda seguir en La Moncloa.
No obstante, en política ningún idilio es eterno, hasta el gobierno más previsor y carismático no está exento de pisar terrenos pantanosos y verse, de repente, de la noche a la mañana, con las piernas hundidas en arenas movedizas. Y, en este caso, esas arenas movedizas se llaman Sanidad Pública Andaluza. Juanma lo sabía desde el principio, es conocedor de que esa fue la puntilla que terminó de sellar el ataúd político de Susana Díaz, el que acabó con la mítica hegemonía del PSOE andaluz cuando a la indignación de la corrupción se les sumó el grito de las Mareas Blancas. Por eso, el barón popular, sabedor de que ahí había estado la piedra de toque de sus adversarios y su más que probable talón de Aquiles, ha tratado de volcarse para intentar solucionar una de las grandes asignaturas pendientes que han tenido todas las administraciones hasta la fecha.
Pero ese esfuerzo, innegable en materia de inversión (Andalucía ha sido la comunidad autónoma que más ha invertido en Sanidad en los últimos años) no ha traído aparejados los resultados deseados. Buena prueba de ello son los tres cambios que la Consejería ha experimentado en un corto espacio de tiempo. Hace algo más de un año, ante el clamor de los retrasos en las listas de espera, se decidió nombrar a un perfil más técnico, el de una profesional vasca, que llevaba casi toda su trayectoria en el Servicio Andaluz de Salud escalando puestos, con poca cultura política, pero con un vasto conocimiento de la materia. A ella se encomendó el presidente andaluz para solucionar en el último tramo de su legislatura los estragos de la sanidad. Y a ella es a quien le ha explotado en la cara el escándalo en los cribados del cáncer de mama.
Esta es una crisis de la peor envergadura, pues hablamos de un error clamoroso en algo que afecta a la vida y a la salud de las personas. El retraso al recibir el diagnóstico no es de recibo, por más pretextos y excusas que se pongan. Lo pueden llamar ‘fallo de comunicación’ o como les dé la gana, pueden tratar de suavizar el impacto argumentando que las consecuencias no han sido tan perjudiciales, pero eso, esa inútil y bastarda tradición política de escurrir el bulto solo hará más grande la herida. Es muy torpe e insensata la postura que se ha intentado tomar, no hay nada peor ante una crisis que agrandarla con justificaciones baratas, con disculpas a medias, poco creíbles.
Ante este tipo de encrucijadas, en las que está en juego la integridad de las personas y la confianza en el sistema, no cabe otra respuesta que la contundencia y la efectividad en la reparación. Por eso, en este caso, no hay otro camino que la asunción de responsabilidades. Es cierto que el Gobierno andaluz ha pedido perdón, ha reconocido el error y ha puesto encima de la mesa un plan de choque, pero se equivoca al no cesar a la máxima competente del ramo. Más si, como dicen desde la Junta, no informó al presidente.

Juanma ha hecho bien al ponerse al frente de la crisis, es lo que tocaba, pero si no lo hace bien conlleva un riesgo aún mayor. La explicación del presidente de no llamar a las mujeres por no provocarles más ansiedad es errónea. Debería haber comparecido en San Telmo el primer día y haber tomado las riendas junto a un grupo de expertos que sí tranquilicen de verdad a la sociedad y trabajen en subsanar en tiempo récord el agujero. Querer tirar hacia adelante hace más grande un hoyo por el que se pueden ir todos los aciertos que ha tenido en esta legislatura. Hoy mismo hay convocada una manifestación en la Avenida de la Constitución de Sevilla, apoyada por la Asociación de Mujeres de Sevilla, bajo el lema ‘Nuestra vida no puede esperar’. El presidente de la Junta se encuentra ante una prueba de fuego, diría que su primera gran prueba de fuego. O reacciona, hace dimitir a Rocío Hernández y repara la situación, o el desgaste le saldrá muy caro y abrirá mella en su credibilidad.
Hasta hace poco, había quien contemplaba la posibilidad de un adelanto electoral pese a que desde San Telmo siempre lo han negado. Ahora seguro que no lo habrá. Junto a la crecida de Vox, al barón andaluz se le suma el estrépito de esta crisis. A los líderes se les descubre en la adversidad. Ahora vamos a ver de qué pasta está hecho Juanma.