En una época dominada por la virtualidad y la desconexión del mundo físico, Fabrice Hadjadj, filósofo y escritor francés, ha decidido establecer en España un nuevo instituto llamado Incarnatio. Este proyecto busca reconectar al ser humano con la realidad tangible mediante el trabajo manual, la contemplación y la vida comunitaria.
Hadjadj, conocido por su crítica al espiritualismo tecnológico y su defensa de la materialidad cristiana, sostiene que “el Verbo se hizo carne y se hizo carpintero. No es algo anecdótico. Quiso trabajar con sus manos la madera”. Para él, esta encarnación divina subraya la importancia de la realidad física y del trabajo manual en la experiencia humana.

El instituto Incarnatio se presenta como una respuesta a la creciente desconexión del ser humano con la naturaleza y la realidad tangible. Hadjadj argumenta que “para que las personas hipnotizadas por lo virtual y por el atomismo vuelvan a abrir su espíritu, es preciso empujarlas a trabajar con las manos, a tocar un instrumento musical, a desbastar una madera, a cultivar un huerto” . Estas actividades manuales, según él, ayudan a disipar los espejismos de lo digital y a reconectar con lo esencial.
En su obra ¿Qué es la naturaleza?, Hadjadj explora la relación del ser humano con la naturaleza, argumentando que “la naturaleza se manifiesta en la variedad de un jardín bien cuidado”. Esta visión destaca la importancia del cultivo y del cuidado como medios para alcanzar la plenitud humana.
De Philanthropos a Incarnatio
Incarnatio se inspira en el modelo del Instituto Philanthropos, fundado en 2004 en Friburgo, Suiza, que Hadjadj dirigió durante más de una década. Philanthropos ofrecía una formación centrada en la antropología cristiana, integrando la vida intelectual, fraternal y espiritual.
Incarnatio se inspira en estas ideas, proponiendo una formación que integra el trabajo manual, la vida comunitaria y la contemplación. Hadjadj cree que “la misión más espiritual es volver a descubrir la carne” , y que este redescubrimiento es esencial para enfrentar los desafíos de la modernidad.

El instituto también busca ofrecer una alternativa al consumismo y al individualismo contemporáneos. Hadjadj ha señalado que “el consumo de mercancías nos hace perder la práctica de las cosas”, y aboga por una vida más sencilla y conectada con la realidad tangible.
Filosofía, literatura… horticultura y teatro
El Instituto Incarnatio, cuya apertura está prevista para el verano de 2026, ofrecerá a los participantes un año de vida en comunidad, combinando el estudio académico con el trabajo manual y la vida espiritual. Los alumnos podrán conseguir créditos académicos y tendrán también clases de teatro, horticultura o carpintería, además de literatura, filosofía e historia. Hadjadj espera que este proyecto se convierta en un punto de encuentro para pensadores y humanistas de todo el mundo, promoviendo una formación que reconcilie el pensamiento con la realidad vivida.
“Todo está yendo muy rápido, de manera inesperada”, ha dicho sobre el proyecto, “porque una llamada así no se escucha hasta que no la respondes”. Incarnatio nace como respuesta a un mundo que, en palabras de Hadjadj, “quiere hacer desaparecer al hombre en el metaverso”. Frente a ese escenario de disolución antropológica, este proyecto busca reactivar el vínculo con las raíces más hondas del ser humano: los buenos cuentos e historias que nos reconcilian con la realidad, en especial el imaginario bíblico, que —según Hadjadj— “nos devuelve al mundo”. En una época dominada por la virtualidad y la parodia de la inteligencia artificial, el objetivo es claro: “recuperar la inteligencia verdadera”, aquella que no se abstrae del mundo sino que nace del contacto con lo concreto.
“Somos seres que trabajamos con las manos, que hacemos música con las manos y que elaboramos objetos con ellas”, afirma Hadjadj. Por eso, advierte, “no basta con leer a santo Tomás para volverse realista”, porque él pensaba desde un mundo agrícola y artesano. La propuesta de Incarnatio, por tanto, es radical en su sencillez: retomar la artesanía, la agricultura, el trabajo manual como camino para volver a usar las manos, recuperar la mente y reconectar con lo real. Es una invitación a redescubrir “el ritmo del mundo y la semilla de la Palabra”.