Pocas novelas han llegado este año a las librerías españolas con tanta fuerza como A cuatro patas, la nueva obra de Miranda July. Esta artista multidisciplinar, que ya había seducido al público con sus películas y relatos, entrega en esta novela un texto inclasificable que pone en primer plano el deseo, el cuerpo femenino y el tiempo como heridas abiertas.
En cada párrafo de A cuatro patas se esconde una provocación. No para escandalizar, sino para cuestionar los relatos heredados sobre lo que una mujer debe ser, debe sentir y debe desear a los 45 años.
Solo el título es una clave simbólica que condensa todo el viaje emocional de su protagonista. Una mujer, artista, madre y esposa, que decide salirse de la carretera de lo previsible y hacer un alto en un motel cualquiera. Desde esa pausa suspendida, la novela despliega una potente meditación sobre los roles, el cuerpo, el deseo y la incomodidad de vivir sin certezas.
Un viaje físico detenido: el motel como espejo del alma
Lo que en otras manos sería un viaje iniciático con GPS emocional incluido, en A cuatro patas se transforma en un relato estancado, íntimo y visceral. La protagonista se detiene en un motel anodino y allí empieza su auténtico viaje. No hacia Nueva York, sino hacia las regiones menos exploradas de sí misma.
Miranda July articula en A cuatro patas una arquitectura narrativa donde el espacio físico, neutro y sin historia, se vuelve un laboratorio para la transformación. Desde ese retiro, la mujer se enfrenta al miedo, al recuerdo, al deseo. La escritura de July, siempre entre lo punzante y lo frágil, convierte cada escena en una pequeña revelación.

En el corazón de A cuatro patas arde una pregunta. ¿Qué significa desear después de los 40? La relación con un joven bailarín sirve como desencadenante, pero no es una historia de redención amorosa ni un cliché de “renacer erótico”. July evita toda complacencia. Lo que emerge es una relación marcada por la desigualdad, la ternura, el vértigo y la carne. A través de esos encuentros, la protagonista se obliga a habitar su cuerpo desde otro lugar. En este libro, el deseo no es un lujo ni una amenaza. Es un acto político.
Cada escena de A cuatro patas que toca el sexo lo hace sin filtros ni eufemismos, con una crudeza que duele y una honestidad que desarma. July no narra lo sensual, sino lo real. Lo áspero. Lo incómodo. Y en esa fricción entre lo que se desea y lo que se permite desear, el lector también se ve interpelado.
Una maternidad y un matrimonio en disputa
Uno de los grandes logros de este libro es cómo desarma la aparente armonía familiar para mostrar las grietas sin melodrama. La protagonista tiene un hijo no binario, un matrimonio estable, una vida funcional. Pero la novela, con la precisión de una cuchilla, desmonta capa por capa la inercia de esa estabilidad.
El relato no criminaliza ni victimiza a la maternidad ni al matrimonio. Pero sí los somete a una prueba de sinceridad radical. En A cuatro patas, el motel es un santuario donde se puede mirar lo que la rutina silencia: el cansancio, la culpa, los deseos desplazados. Cada llamada con su hijo, cada recuerdo del esposo, cada minuto de soledad añaden matices a una identidad que se resiste a quedarse encerrada en una sola forma.

Uno de los mayores aciertos de A cuatro patas es su tono. El humor está presente en casi todos los pasajes, pero nunca alivia el drama: lo intensifica. La risa que provoca July es incómoda, seca, absurda. Surge de la desproporción entre lo que se espera de una mujer de 45 años y lo que ella decide hacer. En este sentido, la obra funciona también como una sátira sutil sobre las convenciones sociales, el falso discurso de plenitud que se impone a ciertas edades.
Desde su publicación en Estados Unidos, la obra de Miranda July no ha dejado de generar debate. Algunos han aplaudido su valentía. Otros la han considerado excesiva. Lo cierto es que pocas novelas han abordado con tanta franqueza la tensión entre deseo y maternidad, entre cuerpo y narrativa, entre lo que se espera de una mujer y lo que esa mujer desea en realidad. The New York Times lo ha tenido claro: es el mejor libro de 2025.