En la quietud de la madrugada granadina, donde el eco del Sacromonte se mezcla con la luz de Sirio, Soleá Morente se erige como una voz que desafía las fronteras del flamenco. Su nuevo disco, Sirio B, es un viaje cósmico que fusiona la tradición con la vanguardia, donde la electrónica se encuentra con el cante, y la espiritualidad se convierte en un acto de resistencia. Con la colaboración de Guille Milkyway, la hija de Enrique Morente (cuya voz reaparece desde el más allá para hacer una colaboración con su hija, Mercurio y seda) y Aurora Carbonell reivindica el compromiso del arte en tiempos convulsos, recordando que la música, como la poesía, debe ser un reflejo del alma colectiva.
En Sirio B, Soleá habla de intuición, de libertad y de herencia familiar, sin perder de vista las dificultades de ser mujer en la música. La voz de su padre, la poesía y la reflexión sobre el amor, la locura y lo invisible se mezclan con un diálogo constante entre flamenco y electrónica. En este disco, la sencillez y la autenticidad se convierten en un acto de resistencia, mostrando que la creatividad puede ser un espacio seguro y poderoso para quienes, como ella, buscan abrirse camino en un entorno históricamente desigual.
Enhorabuena por el nuevo disco. ¿Qué significa el título, Sirio B?
Es el nombre de una estrella. Existen Sirio A y Sirio B; esta última es la que alimenta a Sirio A, que es la estrella más luminosa del firmamento. Todo el disco está compuesto a partir de la simbología del cosmos: las estrellas, el viaje interestelar… Es un viaje hacia otra dimensión.
¿Qué lugar ocupa para ti el universo y esa conexión con lo intangible?
No soy estudiosa de la astrología, pero sí creo en la energía y en la magia de las estrellas. Desde siempre me ha acompañado esa intuición de mirar hacia arriba y sentir que hay fuerzas que nos guían, aunque no las veamos. Ese misterio es lo que intento trasladar a la música, y con Guille compartimos esa visión.
Esa idea de la luz invisible que alimenta lo visible parece central en el disco.
Exacto. Está muy presente: seguir la intuición, lo que no se ve, pero que te ilumina y te guía. En el álbum hay muchos símbolos: la voz de mi padre, referencias poéticas —Hamlet, que estaba leyendo en aquel momento— y esa reflexión sobre la locura, el amor y las respuestas que parecen venir de otro plano.
Tu música siempre ha dialogado con otras artes. ¿Cómo lo vives ahora, en un momento cultural tan convulso?
Me gusta estar conectada con lo que ocurre a mi alrededor y trabajar con artistas que están creando cosas interesantes en este tiempo crítico. Es un privilegio contar con amigas como Zahara, con quien comparto cercanía y complicidad. También con Jonás Trueba o con Itsaso Arana, con quienes formamos un grupo muy unido. Curiosamente, muchas de nosotras compartimos esa creencia en la energía de las estrellas.

El disco está producido junto a Guille Milkyway. ¿Cómo surgió esa colaboración?
Yo era fan de La Casa Azul desde adolescente. Recuerdo escuchar Yo también en un viaje en coche, con cascos, y sentir que era algo nuevo: una rumba con aire psicodélico y futurista. Le pedí a mi padre que la escuchara (él no nos dejaba llevar cascos en el coche, porque era un momento familiar, de compartir, también la música). Me fascinó. Más tarde coincidimos en Elephant Records, compartiendo sello y manager. La primera colaboración fue una versión de No pensar en ti, de Raffaella Carrà, para un especial de Cachitos. Fue tan especial que decidimos seguir trabajando juntos.
¿Cómo fue el proceso creativo con él?
No nos sentamos a definir cómo debía sonar el disco. Fue un diálogo constante, un intercambio de intuiciones. Yo le acercaba flamenco, rumba y la obra de mi padre; él me introducía en la música electrónica, en la cultura jamaicana y británica: jungle, dub, dancehall. Así nació un espacio de retroalimentación muy libre.
En tu obra siempre aparece la idea de libertad. ¿Qué significa para ti?
Para mí es fundamental sentirme libre a la hora de decir lo que pienso y de encontrar diferentes maneras de expresarlo. Creo que no existe un solo camino; hay múltiples formas de llegar a distintos lugares. Sin embargo, vivimos en una sociedad encorsetada, donde parece que todo debe pasar por filtros para ser aceptado. Mi compromiso está en resistirme a eso y en mostrar que hay otras posibilidades.
Esa libertad también tiene un precio, especialmente en la industria musical…
Sí, tiene consecuencias. Quizá si hubiera tomado un camino más sencillo lo tendría más fácil. Pero no busco facilidades: me aburriría. Para mí el arte debe estar en sintonía con los tiempos, con la sociedad, con el universo. Y eso implica riesgos.
Has hablado en varias ocasiones de la dificultad añadida que supone ser mujer en la música. ¿Cómo lo afrontas?
Es cierto que a veces para recorrer el mismo camino tienes que esforzarte el triple. Eso es un peaje evidente, pero forma parte de mi forma de entender el arte: no quiero adaptarme a un molde ni a un sistema que no me representa.
¿Crees que lo revolucionario ahora es, precisamente, lo clásico?
Sí. Hoy la vanguardia se ha convertido en tradición. Lo habitual es experimentar, fusionar flamenco con electrónica o con otros géneros. Esa mezcla se ha convertido en un camino ya transitado. Quizá lo realmente difícil ahora sea atreverse a hacer algo sencillo, clásico o tradicional, porque exige un rigor distinto.
Decías que ahora sientes una necesidad de volver a la sencillez, al origen. ¿Cómo estás viviendo ese regreso a casa?
Creo que estamos un poco sobreestimulados y cansados. Para mí tiene mucho sentido volver a casa, reencontrarme conmigo misma y recordar por qué empecé en la música y para qué. Estoy ya pensando en el siguiente proyecto, aunque no quiero adelantar demasiado, pero sé que pasa por ese regreso a lo esencial.
En este nuevo disco también aparece la voz de tu padre, Enrique Morente. ¿Qué significa para ti?
La canción se llama Mercurio y seda y para mí ha sido un momento escalofriante y emocionante. El disco tiene un halo misterioso, místico, casi de invocación de lo intangible, y esa pieza encarna toda esa idea. Cuando escuché la voz de mi padre en la grabación sentí que me atravesaba los huesos. Fue una idea de Guille, un regalo precioso. Yo no lo esperaba, y cuando lo oí por primera vez, tuve la certeza de que era uno de los momentos más hermosos de mi carrera.
Tu infancia estuvo marcada por la música de tu familia. ¿Cómo recuerdas esa etapa?
He tenido una infancia muy rica. Mi padre siempre contaba con nosotros: íbamos a conciertos, entrábamos en el estudio, y muchas veces lo que parecía un juego era ya un aprendizaje. Recuerdo que jugábamos a montar tablaos: Kiki era el guitarrista, Estrella la cantaora y yo la bailaora, con los muñecos como público. También me acompañaba a la universidad, incluso de oyente en alguna clase, porque me animaba a formarme. Esa mezcla entre juego y formación ha marcado toda mi vida.
¿Alguna vez te ha pesado el apellido Morente?
Ha sido un arma de doble filo. Por un lado, es un pasaporte que abre puertas: yo no estaría donde estoy sin el apellido de mi padre. Soy hija de un genio y eso te da un lugar en la escena más rápidamente, te escuchan con otros oídos. Pero por otro lado, mucha gente lo ha utilizado para hacerme de menos o para ponerme obstáculos. No ha sido fácil, al contrario de lo que algunos creen. Si hubiera hecho caso a ciertas críticas al principio, quizás no habría seguido adelante.
¿Cómo has afrontado esa presión?
He intentado darle la vuelta. Lo que podía ser un freno se ha convertido en una fuerza mayor para defender el legado de mi padre. Me considero un instrumento de esa herencia, y eso me da energía para seguir. Claro que ha habido momentos difíciles, pero también mucho aprendizaje.

Hablas de legado, pero también de libertad. ¿Cómo conviven esas dos ideas?
Para mí la libertad es fundamental. Mi compromiso está en descubrir diferentes formas de expresión y compartirlas. Vivimos en una sociedad encorsetada, con filtros para ser aceptados, y yo he decidido trabajar en la dirección contraria. Eso tiene un peaje, pero es lo que me mantiene viva como artista.
La industria, sin embargo, impone sus propios ritmos. ¿Cómo lo llevas?
No me gusta trabajar con prisas ni con la presión de estar en todas partes. Este disco ha tardado tres años porque necesitaba dejar espacio a la intuición y al alma. Me niego a entrar en la lógica de la inmediatez que, en mi opinión, va en contra del arte.
Eres muy crítica con esa visión competitiva de la música…
El arte no es una competición. Yo hago canciones para contar lo que me pasa o lo que veo en los demás, y me emociona que a alguien le sirva, le acompañe o le inspire. El arte debe ser un lugar de encuentro y de fraternidad, no de rivalidad.
En Artículo14 ponemos el foco en las mujeres. ¿Cómo vives tú esa condición en la industria musical?
No es fácil. Ser mujer en este sector supone vivir en lucha constante, tanto interior como hacia fuera. He pasado por situaciones que en su momento naturalicé y que después comprendí que no deberían haberse producido. Hoy contamos con más herramientas que nuestras madres o abuelas, y el conocimiento es clave: saber nuestros derechos, formarnos y reivindicar nuestro lugar.
¿Has notado cambios en los últimos años?
Sí, hay avances, aunque también cierto retroceso. No quiero entrar en polémicas, pero es evidente que hay fuerzas que quieren dar pasos atrás. Por eso insisto en la educación, en la formación y en la resistencia. Ninguna herramienta es mejor que el conocimiento. Tenemos que seguir avanzando, estar en movimiento, porque lo que se estanca se pudre. Y yo prefiero bailar al compás de las estrellas.