El reloj avanza y no hay margen para el error. El radar alerta de un misil nuclear que se aproxima a Chicago y apenas quedan veinte minutos para decidir si pulsar el botón rojo, responder con otra bomba o rendirse al silencio final. ¿Qué pensarías si supieras que cada decisión, cada segundo, podría significar el fin de todo? Esa pregunta, macabra y perentoria, es el detonante poético con que Kathryn Bigelow ha presentado su nuevo filme en la 82ª Mostra de Venecia, donde ayer provocó una ovación de once minutos. “Esta es una cuestión global”, afirmó la directora. “Estamos viviendo en una casa de dinamita”.
Su película, titulada precisamente A house of dynamite, comienza hablando de la Guerra Fría, haciendo memoria. Sin embargo, como dice la cinematógrafa, que cuenta con dos Oscars por En tierra hostil, a Mejor Película y Dirección, no parece que hayamos aprendido nada. “Crecí en una época en la que esconderse bajo el pupitre significaba protegerse de un ataque nuclear. Hoy eso parece absurdo, pero ya entonces la amenaza flotaba en el aire. Hoy es aún peor: nueve naciones poseen arsenales capaces de borrar la civilización en minutos. Y sin embargo, lo estamos normalizando”, reconoció Bigelow con urgencia.

Kathryn Bigelow, primera mujer en ganar el Óscar a la mejor dirección y responsable de títulos de referencia en el thriller político como En tierra hostil y La noche más oscura (ella misma reconoce que A house of dynamite podría considerarse el cierre de una trilogía), regresa al cine tras ocho años de ausencia con un proyecto que ella misma define como un deber político. “No sé si considerarme directora o no”, confesó durante la presentación, “pero para rodar una película necesito sentir una pasión verdadera por el tema. En este caso se trataba de algo primordial. Estamos hablando de la supervivencia humana”.
La cineasta reconoció que aceptó regresar a la gran pantalla porque sentía que el silencio se había convertido en una forma de complicidad. “He querido saber dónde estamos con respecto al arsenal nuclear, lo volátil que es y quién se encarga de él”, explicó. “Porque, digo yo, ¿cómo puede considerarse un buen ‘método de defensa’ aniquilar el mundo? ¿Qué es lo que se está defendiendo entonces?”.

Tres escenarios para un mismo pánico
El filme, producido por Netflix, se estructura como un tríptico. Tres perspectivas —una base militar de radar en el Ártico, la Sala de Situación de la Casa Blanca y la residencia del presidente estadounidense— muestran simultáneamente los mismos veinte minutos que separan la alerta de la posible detonación. “Quería que el público sintiera la misma incertidumbre que los protagonistas. No hay respuestas fáciles. No sabía cómo terminaría la película y ese era el punto: que no lo supiéramos ni nosotros ni los espectadores”, explicó Bigelow.
El guion, firmado junto a Noah Oppenheim, expresidente de NBC News y periodista especializado en seguridad internacional, se basa en dos años de entrevistas con expertos del Pentágono y de la CIA. Oppenheim no dudó en remarcar que “nueve países en el mundo poseen arsenal nuclear, con capacidad suficiente para destruir varias veces la civilización humana. Es un milagro que nada terrible haya pasado aún”. En su opinión, la película no trata de señalar culpables concretos, sino de subrayar la paradoja de un sistema global que considera “defensa” la posibilidad de extinción colectiva.
Kathryn Bigelow insiste en la misma línea: “Estamos viviendo en una casa llena de dinamita. Esa es la metáfora. Cada vez que hablamos de armamento nuclear estamos jugando con el fin del mundo, y sin embargo lo hemos normalizado”.

Idris Elba, presidente a contrarreloj
El papel de presidente de Estados Unidos recae en Idris Elba, que confesó haberse enfrentado a uno de los trabajos más exigentes de su carrera. “Era como estar en un documental, con las ventajas de ser actor. Recreamos salas hiperrealistas de STATCOM y los entornos de decisión política. Eso permitía que el público ‘entrara en la habitación’ con nosotros, que sintiera la presión”.
Preguntado sobre lo que aprendió del rodaje, Idris Elba reflexionó sobre el concepto de valentía: “Esto hay que reconocérselo a quienes se dedican a la política. Para convertirte en político tienes que adquirir coraje muy pronto, porque luego te enfrentas a situaciones imposibles. Yo no tendría el valor de estar en política, eso seguro”. Elba ironizó también sobre lo que haría si recibiera una alerta real de ataque nuclear: “Primero llamaría a mi mujer y luego a Kathryn”, bromeó entre risas, arrancando aplausos del público.

Rebecca Ferguson, firme ante la catástrofe
La otra gran protagonista es Rebecca Ferguson, que interpreta a una alta experta en seguridad nacional. Su personaje toma la decisión de permanecer junto a su equipo mientras el misil se acerca, en un acto de responsabilidad extrema. “He descubierto que el coraje es una conversación difícil. Hay coraje en cómo representamos a la humanidad en pantalla, pero también en el trabajo silencioso de responder a la llamada y seguir adelante”, señaló la actriz, para quien la valentía podría suponer, simplemente, reunirse con los suyos. “Querría estar con mi familia y ponerla a salvo, eso seguro. No sé si es o no valiente”.
Para Ferguson, la película ha sido también una oportunidad de revisar su relación con la política y la actualidad. “No soy una persona políticamente astuta. Tengo opiniones, pero no siempre quiero expresarlas sin estar bien informada porque creo que puede ser peligroso. Sin embargo, esta película me ha despertado interés y me ha dado más herramientas para hablar con mi familia sobre estos temas. Es importante abrir el debate y entender que callar no es lo mismo que mantener una conversación responsable”.

La herencia de una filmografía política
Kathryn Bigelow concibe Una casa llena de dinamita como un cierre simbólico de una trilogía iniciada con En tierra hostil y continuada con La noche más oscura. Si aquellas películas exploraban la guerra de Irak y la persecución de Bin Laden desde una mirada que quería entender el “procedimiento”, esta nueva obra se adentra en el territorio del apocalipsis nuclear. “Siempre he intentado ser honesta y fiel a los hechos, porque con el cine creas una forma de verdad y, al mismo tiempo, un borrado de la historia real. La gente aprende de lo que ve en pantalla, y eso genera una responsabilidad inmensa”.
Durante la rueda de prensa en Venecia, la directora no quiso suavizar el mensaje: “No se trata de si ocurrirá, sino de cuándo. Mi esperanza es que esta película sirva para iniciar un debate sobre las armas nucleares y cómo no deben proliferar en el mundo. Si queremos sobrevivir, que supongo que sí, debemos reducir esos arsenales”.

La película fue recibida con una ovación de más de diez minutos en la Sala Grande del Lido. No obstante, más que celebrarse como espectáculo, su impacto fue el de una alarma encendida. Entre los asistentes reinaba la sensación de haber visto no tanto un thriller como un recordatorio: el fin del mundo es posible, y está en manos de decisiones humanas.
Kathryn Bigelow resumió así la paradoja: “Hemos construido una casa llena de dinamita y sus muros están listos para estallar. La pregunta es si todavía queremos vivir dentro de ella”. Con esa frase, la cineasta volvió a hacer lo que mejor sabe: transformar la gran pantalla en un espejo incómodo, capaz de obligar a la audiencia a preguntarse qué ocurriría si la cuenta atrás comenzara hoy mismo, ahora, en este preciso instante.