Revisando los clásicos del cine

Ni permiso, ni perdón: el silencio atronador de Kathryn Bigelow

Terminamos, ¡oh!, esta aclamada saga veraniega, un totum revolutum de lo más refrescante e inane, como un tinto de verano sin alcohol. Para acabar, vamos a darle la vuelta al relato con un buen golpe encima de la mesa

Te cuento una debilidad. No se la digas a nadie. Hasta hace un par de días no sabía cómo acabar esta serie cinematoagosteña, que a estas alturas ya te habrás leído con fruición, memorizando incluso algún pasaje y comentándolo en el chiringuito con tus amistades coolturetas, como dice Bruno Pardo en el ABC. A lo largo de tres apasionantes entregas, hemos sobrevolado conceptos ligeros cual glaseado, tales como la igualdad, la paridad, la maternidad o la sororidad.

Dado mi reconocido ego, tenía previsto cerrar y poner la guinda a esta serie veraniega que revisa los clásicos “desde la perspectiva de género, pero de una manera original” con un artículo de esos bigger than life, merecedor del Mariano de Cavia o del Gistau, y, ya puestos, del Sájarov, un chimpún con lazo de raso a la altura de mi genio. Pensé en diseminar mi sapiencia sobre películas como Pequeña Miss Sunshine, que engrandece la dignidad de la mujer proyectada desde una niña no normativa: aquí caben todos los bailes.

También pensé en, por qué no, darle la vuelta al asunto y observar la gran mentira feminista de un director, Yorgos Lánthimos, tratando de hacer lo mismo y que es capaz, en su cine obtuso, de empequeñecer y reducir a la estupidez más absoluta el papel de la mujer, buscando justamente lo contrario, como es el caso de la impresentable Pobres criaturas. Pero no quería acabar esta saga en la fosa séptica del séptimo arte

Pero, ¡ay!, en un momento dado pensé que en lugar de analizar clásicos que exploren la femineidad desde un punto de vista poco evidente, me dije que por qué no pongo a las cineastas en el centro, como bien sabemos hacer por aquí, y pienso en mujeres que hacen películas independientemente-de-todo. O de nada. Que hacen cine sin pedir permiso.

Y pensé, no sé por qué, en la película Ellas dan el golpe, que no es ni buena ni mala, sobre todo por su título. Y, pensé, no sé por qué, en Mike Tyson –“todo el mundo tiene un plan hasta que le cae el primer golpe”- Y, por último, pensé, no sé por qué, y ahí me quedé, en Kathryn Bigelow, la directora que de mejor y ¡de qué manera! les ha mangado el relato a “ellos” y se ha colocado en el centro. Bueno: sí sé por qué. Pensé que en su filmografía hay algún que otro golpe, digamos que más de una docena, digamos que más de una centena. Y porque ella también, a su manera y en su arte, es un clásico que ha dado varias veces el golpe encima de la mesa. 

Fotograma En Tierra Hostil

Sigo la carrera de Bigelow desde prácticamente sus inicios, allá por los 90. La primera película que vi de ella y que me atrajo inmediatamente fue Acero azul, una libérrima relectura de Halloween, con Jamie Lee Curtis de prota, disfrazada de trepidante thriller policíaco con todo lo que se le puede pedir a las pelis de acción y un poquito más: un cine aparentemente de género que esconde sofisticación autoral.

Ahí entró de lleno, y sin pedir permiso, en el Club de la Testosterona y sentó sus 182 centímetros en la sala de fumadores con una enorme estaca. Su obra se volvió mucho más compleja con el clásico de culto Le llaman Bodhi – ¿alguien sabe dónde vive el que traduce los títulos originales? Los Blade Runner ofrecemos recompensa-, tal vez su mejor filme, icono de una generación, plena de nervio, sexi, húmeda, salada, mezcla de surf, ladrones de bancos, traiciones, dobles identidades, romances prohibidos: aquí ya les robó el fuego a los tótems del género, intocables de Hollywood (por su rudeza pero, sobre todo, por su capacidad para generar montañas de dólares en taquilla) como John McTiernan  y sus junglas de cristal, Jan de Bont y su Speed, o el destajista Ronald Emmerich –Independence Day o Godzilla-.

Con el nuevo siglo su prestigio sube hasta los cielos con la excelente En tierra hostil, que continúa con su estilo furioso, tenso como un globo, pero inyectándole un punto de vista realista y político. Resultado: seis Oscar, entre ellos el de Mejor Película y Mejor Director(a). Continúa siendo fiel a sí misma, con su nervio creativo con la igualmente magnífica La noche más oscura, lo que la termina situando en el Olimpo de los directores de cine de acción.

Me atrevo a colocar a Bigelow a la altura del sumo sacerdote de todos ellos, el animal mitológico Michael Mann, el auteur por excelencia con sus obras maestras Collateral y, especialmente, Heat. Ambos comparten aroma clásico, estilo, clase, atmósfera, ritmo y justa violencia.

Siempre me ha atraído la obra de Kathryn Bigelow y siempre me ha gustado ella como cineasta. Nunca he pensado en su filmografía como si fuera la de una mujer que hace un cine de hombres. Y ahí está su mérito. Para mí ella es una mujer que hace películas y cuya especialidad es el cine de acción de qualité. Punto.

Sus filmes son personales y brillantes y constituyen una obra sólida como un buen puñetazo en la mesa, real y metafórico. Por eso me gusta, mucho, muchísimo su cine y pienso, en el actual estado mental de las cosas, en que su ausencia de reivindicación como mujer-que-hace-pelis-desde-hace-cuarenta-años tiene mucha más fuerza que cualquier pancarta: es el silencio atronador de Bigelow.

Eso no significa, como bien hemos visto por aquí, que las miradas eminentemente femeninas, como por ejemplo la de Céline Sciamma y su Retrato de una mujer en llamas, no sean igualmente válidas, pero el caso de Bigelow es paradigmático: una mujer que hace películas de acción con sello autoral sin pedir perdón y sobre todo sin pedir permiso: ¿a quién narices ha de pedírselo? Porque lo mejor que se puede decir de ella no es que su cine “parezca hecho por un hombre”, cínico reduccionismo, sino que su obra no se distinga por razones de sexo y sí por su arte. 

Si en artículos anteriores escribía acerca de la necesidad de una mirada femenina en el celuloide con filmes que nunca podrían haberlas hecho un hombre, en el caso de Kathryn Bigelow estamos en el otro lado del espejo, sin hacer ningún juicio de valor. Estas dos miradas no se anulan, se complementan. Bigelow no necesita reivindicarse, su cine lo hace por ella. Y ni siquiera hace falta. Ella, como algunas otras, ha construido una carrera brillante sin pedir perdón, ni permiso. A golpe de calidad. 

P.D. Por cierto, dicen que detrás de toda gran mujer hay un gran hombre. En el caso de la Bigelow, fue cierto un rato. El que tuvo su exmarido James, un tal Cameron, de aprender el oficio a su lado. Está claro que no le sirvió de mucho.