Cuando Rímini florece en verano, el Meeting per l’amicizia fra i popoli transforma la ciudad en un crisol cultural: conferencias, exposiciones, debates, música y arte convergen cada año para invitar a mirar el mundo con nuevos ojos. En su edición 2025, bajo el lema “En los lugares vacíos construiremos con ladrillos nuevos” –una cita de T. S. Elliot–, el encuentro propone edificar sobre los huecos que dejan el individualismo, la fragmentación, la indiferencia y la pérdida de sentido.
En ese escenario de búsqueda común actuó Erik Varden, monje trapense y obispo de Trondheim, con una reflexión tan profunda como luminosa, tejida con hilos de Biblia, poesía y pensamiento. Su voz resonó como un faro frente a la desnudez de los “lugares desiertos”.
Del jardín al utópico sueño colectivo
Varden arrancó evocando el origen humano: “El impulso de construir no es originario —afirmó—. En el comienzo, no había casas, sino un jardín, un Edén en armonía con lo creado. Solo después el hombre edificó ciudades, aunque la primera fue la de Caín, origen ambiguo de conflicto, exclusión y dominio”.
Emerge así la tensión entre urbe y alma, entre Babel —constructo autosuficiente del hombre que quiere sustituirse a Dios— y Jerusalén, ciudad-redención surgida como “morada de la Presencia Divina”.

Hospitalidad, ley y reconciliación
Para Varden, la hospitalidad no fue un gesto auxiliar, sino fundamento de convivencia: “Abraham, al recibir a los tres viajeros, es icono viviente de la Trinidad como comunión acogedora”. La Ley y los sacrificios, interpretados bajo esta luz, no eran superstición, sino enseñanza para orientar nuestro trabajo hacia lo eterno. Vivir en comunidad significa asumir nuestra debilidad, reconocer la fragilidad y aprender a reconciliarnos.
Inspirado en T. S. Eliot, el obispo reflexionó sobre los “lugares desiertos” no como marginalidad física, sino como huecos interiores: “El hombre moderno no abdica de Dios por otros dioses, sino por ‘ningún dios’. Aquí germina la soledad”.
Pero en esa aridez no se extinguió la esperanza, sino que reverberó la llamada del alma. “El hombre debe vibrar con la creación”, afirmó Varden. Esa vibración —fiel acompañante de la fe y el amor— es el horno donde los nuevos ladrillos reciben su consistencia.

Lejos de una institución ajena, Varden presentó la Iglesia como “semilla de unidad, esperanza y salvación”. No basta con edificar refugios materiales: “El hombre necesita no solo una casa, sino un hogar donde la luz permanezca encendida”. Este hogar, concluyó, solo brota del amor, que cocina los ladrillos para resistir el tiempo.
Este pensamiento no surge en vacío. Varden ya había participado en EncuentroMadrid, celebrando su vigésima edición, con un diálogo titulado “Una amistad que atraviesa fronteras y siglos”. Allí reflexionó sobre cómo la música, la belleza y la amistad fueron su entrada al monacato y a la Iglesia, invitando a crecer juntos en esa misma amistad trinitaria.
Un llamamiento para tiempos silenciosos
Crónicos son los desiertos del mundo contemporáneo: guerras que desgastan conciencias, indiferencias que matan esperanzas, ciudades sin hogar en el alma. Frente a todo eso, Erik Varden lanza un desafío: “Donde los ladrillos han caído, construyamos con nueva piedra; donde las vigas se han podrido, con nuevo leño; donde la palabra no se ha dicho, construyamos con nuevo lenguaje”.
No es una obra que se mantenga en el mármol, sino en la carne. La construcción más urgente es la interior, “transformar el corazón en templo viviente donde Dios habite”.
En ese huso de luz que es el Meeting de Rímini 2025, Erik Varden honró el alba comunitaria, tejió con palabras un hogar y encendió la fe con nuevos ladrillos de esperanza. Para quienes escuchamos, queda la invitación: edificar, en los desiertos que habitamos, con ladrillos nuevos y alma encendida.