Teresa Gutiérrez (Santander, 1990) ha aprendido a hacerse sitio sin hacer ruido. Bajo el alias de Ganges, esta artista cántabra ha tejido una carrera que es, a la vez, un viaje hacia fuera y hacia dentro: siete años de constancia y desvelo que ahora desembocan en SORA, su cuarto disco y el más maduro, donde por fin siente que ha encontrado su centro. “Es la cosa más planeada, profesional y pensada que he hecho nunca”, confiesa. Una afirmación que suena serena, sin vanidad, como quien sabe que ha llegado hasta aquí a base de cuidarse y de afinar su lenguaje.
SORA es más que un álbum: es un universo íntimo, visual y sonoro, lleno de referencias japonesas, de Ielectrónicos diseñados para el directo, y de dibujos firmados por ella misma. Porque si algo define a Ganges es que no se limita a componer canciones: dibuja personajes, imagina atmósferas, coreografía silencios. Este disco contiene un personaje —”Sora”, cielo y vacío en japonés— que no tiene género ni límites, como su música.
En esta conversación con Artículo14 con motivo de su participación en el ciclo de conciertos de She Sounds, Ganges repasa cómo ha sido ese camino lento y consciente hacia su sonido propio, reflexiona sobre el miedo, la impostura y la necesidad de abrirse emocionalmente para conectar con el público. También habla de las mujeres en la industria, de la precariedad creativa, de la autoexigencia y de lo que supone hacer música y equipo en un mundo todavía masculinizado. Todo, con el mismo tono que atraviesa su música: delicado, honesto, lleno de capas.
SORA suena a consolidación, a punto de inflexión. ¿Qué ha cambiado en ti —y en la industria— desde aquel primer disco hasta este cuarto álbum?
Pues sí, he trabajado conPau Paredes, y quería hacer algo diferente de lo que venía haciendo. Antes estaba sacando singles un poco al tuntún —sin un plan muy claro— y ahora quería hacer algo más pensado, más enfocado al directo. Todo está más arriba, más cohesionado, y tenía también ganas de que el disco tuviera coherencia visual. Ha sido mi primer vinilo, y eso me hace mucha ilusión. En realidad, aunque parezca que llevo mucho tiempo, para mí ha sido un disco de muchas primeras veces. Además, el directo es mucho más compacto, como el disco. Llevo a Brenda Sayuri y vamos con una electrónica muy marcada, un rollo más nocturno. Está todo mucho más hilado: es un concierto de principio a fin con una narrativa clara. Creo que tiene sentido con lo que plantea SORA.
El disco está lleno de referencias a la estética japonesa, al anime, al azul… ¿Qué hay detrás de esa elección estética? ¿Es un lenguaje emocional o una forma de identidad sonora?
Siempre trabajo con mi chico, Juanjo, que es fotógrafo de moda. Desde la carrera, cuando hacíamos publicidad, fuimos pareja creativa y seguimos trabajando juntos en todo. Esta vez me animé a hacer algo que no había hecho nunca: dibujar. Siempre me ha gustado mucho el anime y el manga, y por primera vez lo he plasmado. Lo hicimos con un punto feísta para que se integrara con el concepto de las canciones, pero para mí la parte visual es de mis favoritas.
¿Qué significa SORA?
Es un personaje unisex, porque el nombre es masculino y femenino en japonés. También significa “cielo” y “vacío”, y hay mucho azul en la estética. Me daba libertad para dibujar hombres y mujeres, y me parecía que definía muy bien el disco. Además, me gustaba cómo quedaba tipográficamente. Me pasa a menudo, que me imagino los títulos escritos antes de decidirlos.
En este disco compones, interpretas, produces, dibujas, desarrollas el concepto… ¿Cómo vives esa exigencia?
Es un trabajo fuerte, sí. Me cuesta delegar, pero también creo que es lo normal en el día a día de un artista independiente. Le pasa a muchísima gente. Incluso las artistas con grandes equipos —como Rosalía, por ejemplo— estoy convencida de que revisan todo, que están encima del detalle. No te queda otra: es tu trabajo. A veces se hace bola, no te voy a mentir, pero también es bonito cuando todo queda como tú querías.
¿Convives con el síndrome de la impostora?
Uff, madre mía. Está sentado aquí a mi lado. Aunque depende del día… Hay días en los que pienso “qué maravilla todo”, y otros en los que es un peso enorme. Es una cosa latente que forma parte de mí, de mi personalidad, y de la de muchas amigas mías también. Es lo peor que tengo y que tiene el proyecto. Lo vas trabajando, pero no desaparece. Hay que aprender a convivir con ello.
Te subiste a la ola del ‘bedroom pop’, pero este disco es mucho más ‘dream pop’. Dices que es más oscuro, con más electrónica… ¿Qué vamos a encontrar?
Sí, hubo una ola fuerte de bedroom pop en 2020, con mucho lo-fi, muchas armonías ricas y grabaciones caseras que sonaban fatal, pero con alma. Yo me subí encantada a esa ola, me pegaba en ese momento. Antes hacía un dream pop más introspectivo, más etéreo. Pero después sentí que estaba empezando a sonar a muchas otras cosas. Así que decidí dirigirme al directo, sonar más arriba y meterme más en la electrónica, en lo oscuro y lo nocturno. Quería hacer algo distintivo.
Has empezado a producir tú misma tus canciones, algo que sigue siendo poco frecuente entre mujeres en la industria. ¿Qué prejuicios o resistencias has tenido que afrontar al dar ese paso?
Empezó con Dime algo bonito. Me puse a aprender a producir a la vez que hacía el disco. Era como un proyecto de fin de curso. Me sorprendió lo bien que salía: sonaba como yo quería. Desde entonces me metí más en la producción, y me gustó mucho esa sensación de control sobre el sonido.
Tú te ubicas siempre dentro del pop. ¿Crees que sigue habiendo cierto prejuicio?
Pop es prácticamente todo hoy en día. Y yo soy pop, aunque no quiera. Cuando alguien dice pop piensa en Britney Spears, pero para mí, María José Llergo también es pop. Zahara también es pop. Si le digo a alguien que hago pop, puede pensar que soy una diva sensual en un escenario. Pero no es así. Hubo un momento en que se criminalizó eso de “ser diva del pop”, cuando en realidad es un tipo de artista muy válido y difícil. Performar, hacerlo bien, es dificilísimo. Hay prejuicios contra el pop, pero ser una diva del pop es muy difícil.
A las mujeres se les ha exigido una postura y luego se las ha condenado por ello. Ahora hay una tendencia contraria: lo íntimo y pequeño, lo “femenino”, es universal.
Yo creo que las modas son cíclicas: hoy una cosa nos parece bien y mañana cambia. Mis primeros recuerdos como fan, de esos momentos de fascinación por la cultura pop, son de los años 2000, que fueron una época bastante turbia en este sentido. Se criminalizaban ciertos comportamientos que, en el fondo, la propia sociedad estaba demandando. Britney Spears es el ejemplo perfecto de eso. Y ahora, cuando lo veo con distancia, me da muchísima pena.
¿Qué opinas del odio en redes? Tú pareces tener poco hate.
Claro, porque soy quien soy. Pero si mañana peto y empiezo a llenar WiZinks, ¿estoy preparada para ese grado de hate? No lo sé. La gente dice que los famosos se ríen en su yate, pero habría que ver cómo lo gestiona cada uno.

Participas también en She Sounds, el proyecto de Warner. ¿Qué significa para ti?
Estoy muy agradecida. Me ha permitido conocer a otras chicas que hacen todo: componen, producen, interpretan. Es terapéutico hablar entre nosotras de nuestras inseguridades. He trabajado con Senia, con Rakky Ripper… ¡es impresionante lo que hacen! Te das cuenta de que no estás sola.
Trabajas muy de cerca con tu pareja. ¿Cómo afecta eso a tu experiencia como mujer en la industria?
Juanjo, aunque sea hombre, tiene una sensibilidad muy especial. Tiene inteligencia emocional, algo que me hace sentir cómoda. Más que una cuestión de género, creo que es de actitud. Para mí, el feminismo es tener cabeza y sentido común. Y me rodeo de gente así. Nunca he tenido tanta sinergia trabajando con nadie como con Juanjo.
¿Reivindicas el amor como fuerza creativa?
Totalmente. No hablo del mito del amor romántico, pero tener una pareja que te quiere, te admira, que te acompaña… es maravilloso. Un amor sin presión ni ansiedad, que te deja ser quien eres, es lo mejor.
¿Cómo gestionas el desgaste emocional de este trabajo?
He ido poco a poco. Soy de decisiones lentas. A veces siento que llevo toda la vida en esto, pero en realidad no es tanto. Sin embargo, en esta industria, el tiempo pesa. Es una losa. Veo a gente de 22 años con una madurez brutal. Yo a esa edad era una hojita temblando. Pero bueno, he sido constante. Nunca he parado. Cada año ha sido mejor que el anterior.
¿Qué le dirías a la Teresa que empezaba?
Le diría que deje de tener tanto miedo. Que el miedo no sirve para nada. Paraliza. Que deje de preocuparse tanto por lo que digan los demás. Que disfrute. Que saque la música y que coma marineras.