“La izquierda no quiso saber nada de Campoamor durante ochenta años”. La frase cae como un aldabonazo en la sala y ordena, de un solo golpe, toda la presentación de Próspero viento. Antes incluso de que Andrés Trapiello hable del canon, de las batallas culturales o de la memoria política, está ya ahí el nudo del libro: una mujer borrada, una genealogía incompleta, un país que construyó su relato dejando fuera precisamente a quienes habían ampliado sus libertades. Clara Campoamor aparece así no como una figura secundaria rescatada para un capítulo, sino como la grieta que permite leer todo lo demás: el peso del género en la historia cultural de España, la incomodidad de las mujeres que no encajan en los marcos ideológicos y la ausencia de una memoria verdaderamente inclusiva.
En Próspero viento, Trapiello recupera a Campoamor desde la convicción de que la cultura española arrastra todavía un relato construido “a medias”. Al recordar que Campoamor quedó relegada por la derecha —que nunca le perdonó su defensa del sufragio femenino— y por la izquierda —que no aceptó su liberalismo—, el autor abre un territorio fértil para la crítica feminista: ese espacio donde las mujeres son necesarias para la épica del progreso, pero prescindibles para la memoria que lo narra. “Clara Campoamor, Chaves Nogales o Juan Ramón Jiménez se quedaron en tierra de nadie, y la izquierda los abandonó”, afirma. De esa orfandad nace una pregunta más profunda: ¿qué canon puede construirse cuando los márgenes son sistemáticamente expulsados del centro?

El libro mezcla recuerdos familiares, un mapa sentimental de Valladolid, León, Palencia y Madrid, y una mirada literaria que enlaza su vida con los grandes debates del país. Andrés Trapiello escribe desde un temperamento contemplativo, casi artesanal, pero lo hace señalando con precisión aquello que considera “lugares comunes” que han condicionado la vida cultural de España. Su tesis es conocida: la hegemonía cultural de la izquierda, nacida a finales del XIX y afianzada después de la Guerra Civil, ha determinado qué voces merecen atención y cuáles quedan al margen. “La izquierda parte de un axioma falso: que los mejores intelectuales estuvieron con la República y eran todos de izquierdas”, sostiene con calma en conversación Artículo14, consciente de que su afirmación desata un cortocircuito en el discurso dominante.
Su reivindicación de Campoamor, sin embargo, no es un gesto de provocación ideológica, sino una llamada a la honestidad histórica. En un momento en que los feminismos discuten cómo reescribir genealogías y rescatar a mujeres borradas, el libro de Trapiello funciona como un espejo incómodo: recuerda que las exclusiones no han sido solo patriarcales, sino también ideológicas, y que la memoria cultural de España se ha construido a veces desde trincheras incapaces de mirar a quienes no militaban en ninguna. La figura de Campoamor estructura esa lectura y devuelve una pregunta urgente: ¿qué perdimos al silenciar a una mujer que amplió las libertades de todas?
En su disertación, Andrés Trapiello se mueve entre la crítica política y la confesión personal. Habla de su propio recorrido ideológico —del PCE al PP— con una naturalidad desarmante: “Lo que pretende el libro es mostrar que es posible enfrentarse a los lugares comunes. La duda metódica es el mejor modo de garantizar que vas a seguir siendo libre”. Lo dice sin énfasis, pero con una convicción que explica buena parte del tono del libro: no se trata de sentar cátedra, sino de mostrar que cambiar de opinión no es una derrota, sino un gesto de madurez intelectual.

También arremete contra la falta de ambición cultural de la derecha y contra el dogmatismo de cierta izquierda. Advierte sobre la degradación del debate público, critica la deriva de la radiotelevisión pública —”Hoy por hoy RTVE no es un medio libre ni muchísimo menos”— y alerta de la contrarreacción antiwoke, que considera “todavía peor que lo woke” por su incapacidad de generar pensamiento en lugar de ruido. Pero el libro no se agota en la lucha ideológica. Lo que de verdad sostiene Próspero viento es la literatura: un tejido de escenas familiares, calles reconocibles, bibliotecas ordenadas, habitaciones donde el autor encuentra espacio para pensar.
Desde una mirada feminista, la lectura del libro deja una conclusión clara: la narrativa que hemos heredado sobre la cultura y la política españolas necesita ser revisada no solo desde el eje izquierda-derecha, sino desde el de centro-margen, masculino-femenino, reconocimiento-silencio. Campoamor es un ejemplo que atraviesa todo el libro como una prueba material de ese vacío. Lo que Trapiello subraya —quizá sin proponérselo— es que ninguna revisión del canon será completa si no incorpora a las mujeres que transformaron el país sin esperar permiso.
Próspero viento es, en ese sentido, un libro incómodo, discutible y necesario. No pretende cerrar debates, sino abrirlos. No busca instalar certezas, sino levantar alfombras. Hay demasiadas trincheras ideológicas en España: la mayor aportación de su autor es recordar que una cultura democrática se construye con todas sus voces, especialmente con aquellas que fueron silenciadas cuando más hacían falta.


