Crítica de cine

‘Maldita Suerte’: tras ‘Cónclave’, Edward Berger apuesta alto en Netflix y pierde el equilibrio

Tras el éxito de 'Cónclave', el director alemán adapta la novela de Lawrence Osborne con Colin Farrell y Tilda Swinton en el reparto. Presentada en Toronto y San Sebastián, la película se hunde en excesos estéticos y narrativos que no logran reflejar la tensión del mundo del juego

Después de triunfar el pasado año con su entretenidísima e impactante Cónclave, Edward Berger une fuerzas con Netflix para adaptar la novela Ballad of a small player del británico Lawrence Osborne. Encabezada por un reparto de primer nivel, con Colin Farrel y Tilda Swinton como grandes nombres, y presentada en grandes festivales como Toronto o San Sebastián (en sección oficial), la expectativa con Maldita Suerte estaba muy alta. Lamentablemente, y por mucho que sorprendiera con sus anteriores trabajos, esta vez la moneda le sale de cruz al alemán, con una película hipertrofiada, exagerada e irregular, que no termina de conectar ninguna de sus múltiples ideas.

El film, que llegará a los hogares españoles a través de Netflix este mismo mes de octubre, sigue a Lord Doyle, un jugador con muchos secretos que se esconde en Macao, donde emplea sus días y noches en recorrer los casinos de la ciudad, fundiendo su poco dinero en apuestas arriesgadas y alcohol. Las deudas, que se multiplican cada día que pasa, le asfixian cada vez más, dejándole sin más opción que una eterna huida hacia delante, donde encontrará tanto aliados como enemigos.

Esta es de esas películas que entran en la categoría que se podría denominar como “películas en espiral”. Las deudas que le surgen al personaje de Colin Farrel se van sucediendo como si se diesen por efecto dominó, así la película es un reflejo de lo que puede llegar a hacer la ambición y la codicia. Doyle se ve obligado a llegar al límite por sus propias malas decisiones, y cada nueva elección que hace lo entierra aún más en un mundo tan hostil y arriesgado como es el del juego. Berger se mueve en un tono que recuerda fácilmente al cine de gangsters de Scorsese o de los hermanos Coen, aunque quizá el referente más claro de este tipo de películas que narran la bajada a los infiernos de su protagonista sea la obra maestra de los hermanos Safdie Diamantes en bruto.

Quizá sea un poco injusto con todas estas citas, ya que hablamos de cine en la máxima expresión de este modelo; sin embargo, hay que decir que Berger no se queda atrás en ningún momento. Ya con Sin Novedad en el Frente y Cónclave dejó claro su talento y en esta ocasión tampoco le faltan las ideas; el problema llega cuando no es capaz de equilibrar todos esos elementos, haciendo de esta una película muy irregular en tono (personajes que no encajan en un mismo mundo, situaciones que no saben situarse ni el drama, ni el thriller ni en la comedia…), ritmo e incluso en estética. No se sabe si se debe a la influencia directa de la plataforma, aquí también productora, o al cambio de registro (y escenario, por supuesto) tan marcado respecto a sus últimas obras, pero parece que el buen gusto demostrado en aquellas, aquí ha sido sustituido por la exageración y por muchas decisiones creativas y estéticas muy pasadas de rosca.

Por supuesto, es de agradecer el ritmo impreso a las escenas de las apuestas en la mesa de juego, el repaso de tipos de plano, angulaciones de cámara, movimientos, encuadres y juegos lumínicos, perpetuamente bañados por las luces neón de la ciudad asiática, sin embargo, tras unos primeros veinte minutos que dejan totalmente epatado, el estilo de Berger termina descubriéndose como más hortera que otra cosa. Esto, unido a un mal Colin Farrel, desesperante en su caída en la ludopatía, el alcohol y la avaricia, hacían recordar a uno de sus peores trabajos, la segunda temporada de True Detective.

Es una lástima que una premisa como la del libro de Osborne, que también mezcla la espiritualidad de las creencias del país asiático en relación a las cuestiones de la suerte, el éxito, las riquezas y el poder, acabe tan desperdiciada por verse falta de enfoque. Sus muchos recursos acaban haciéndola tambalear y alejarse de referentes muy claros, como Casino, de Scorsese, con su elegante y casi romanticista visión del mundo del juego, o la mencionada Diamantes en Bruto que encuentra una tensión sobrecogedora en un estilo más aferrado a la suciedad de la calle y el ritmo trepidante de vida del que, en las garras de las deudas, se encuentra en perpetuo estado de fuga. En cualquier caso, cualquiera de estas, con sus amplias diferencias, saben equilibrar la locura, la tensión y, hay que decirlo, la diversión, que le falta a el último film de Edward Berger.

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