Pocos episodios en la historia de la Iglesia Católica han sido tan insólitos y decisivos como el cónclave más largo jamás registrado, que se prolongó por casi tres años, desde 1268 hasta 1271, en la ciudad italiana de Viterbo. Lo que comenzó como un proceso ordinario para elegir al sucesor del papa Clemente IV, acabó convirtiéndose en una crisis institucional que marcó un antes y un después en la forma en que se eligen los pontífices.
Una Iglesia sin rumbo y una ciudad desesperada
La muerte de Clemente IV en noviembre de 1268 dejó vacante la silla de San Pedro en un momento especialmente convulso para la Iglesia y la política europea. Los cardenales, divididos por fuertes tensiones internas, especialmente entre las facciones francesa e italiana, fueron incapaces de alcanzar un acuerdo sobre quién debía ser el nuevo líder espiritual de la cristiandad. Lo que normalmente se resolvía en cuestión de semanas, se transformó en una parálisis de 33 meses.
Encierro forzado y origen del término “cónclave”
La ciudad de Viterbo, entonces un centro importante de poder papal, se convirtió en el escenario de este histórico estancamiento. Los cardenales se alojaban en el palacio episcopal de la ciudad, pero el tiempo pasaba y la falta de consenso comenzó a impacientar a la población local. En un giro dramático, los ciudadanos de Viterbo decidieron intervenir para forzar una resolución. Sellaron el edificio “con llave”, encerrando a los cardenales bajo condiciones cada vez más duras.
De este acto surgió el término “cónclave”, derivado del latín cum clave, que significa “con llave”. La idea era clara: presionar a los purpurados privándolos de libertad hasta que cumplieran con su deber.

Pan, agua y techo descubierto
Pero las medidas no terminaron ahí. A medida que la espera se prolongaba, los ciudadanos redujeron la alimentación de los cardenales a pan y agua, e incluso se dice que retiraron el techo del edificio, dejándolos expuestos a las inclemencias del clima. La presión fue tal que, finalmente, los cardenales optaron por una solución de compromiso. En lugar de elegir a uno de los suyos, delegaron la elección a un pequeño comité, que seleccionó a Teobaldo Visconti, un arzobispo que ni siquiera era cardenal y que en ese momento se encontraba en Tierra Santa participando en una cruzada.
Gregorio X y las nuevas reglas
Visconti aceptó el cargo y, al regresar a Italia, fue coronado en 1271 como el Papa Gregorio X. Su elección puso fin a uno de los periodos más prolongados de sede vacante en la historia de la Iglesia.
Este episodio no solo fue una rareza histórica, sino que tuvo consecuencias institucionales de largo alcance. Gregorio X, ya como pontífice, convocó el Segundo Concilio de Lyon en 1274, donde promulgó nuevas normas para regular los cónclaves, con el objetivo de evitar futuros bloqueos. Entre otras medidas, estableció que los cardenales debían ser encerrados sin contacto con el exterior y con recursos limitados, reglas que siguen vigentes con algunas modificaciones hasta nuestros días.
Una lección histórica de presión ciudadana
El cónclave de Viterbo es un recordatorio de que incluso las decisiones más espirituales no están exentas de influencias políticas, tensiones humanas y presiones sociales. También demuestra cómo la determinación de una comunidad local logró provocar un cambio en una de las instituciones más antiguas del mundo.
Más de siete siglos después, el término “cónclave” y sus rituales siguen formando parte del imaginario colectivo, pero pocos recuerdan que su origen se debe al encierro forzado de unos cardenales obstinados, y al ingenio de una ciudad cansada de esperar a que se eligiera un nuevo papa.