Resulta difícil de entender por qué tantas biografías cinematográficas centradas en artistas, incluso muchas de las más indudablemente nacidas de una profunda admiración, eligen ignorar precisamente lo hace extraordinarios a sus protagonistas -es decir, su arte– y en cambio prestar casi toda su atención a las circunstancias de su vida privada y sus amoríos, sin duda más ordinarias incluso si incitan al morbo. Sin ir más lejos, eso es exactamente lo que ocurre con el primer largometraje dirigido por la actriz francesa Céline Sallette, Niki, que pretende rendir tributo a una artista absolutamente inclasificable e inacomodable en cualquier relato ordenado de la historia del arte. Desde alrededor de 1953 hasta su muerte en 2002, Niki de Saint-Phalle creó pinturas, esculturas, intervenciones performativas, dibujos, libros, películas, poemas y otras obras a través de las que reformuló y exorcizó su sufrimiento y su rabia enfrentándose de manera explícita a la represión de las mujeres por parte de la sociedad, desafiando al patriarcado con su representación iconoclasta de lo femenino y atacando instituciones basadas en la misoginia como la Iglesia y el establishment político. Fue una artista adelantada a su tiempo y por tanto, cómo no, incomprendida por sus coetáneos.
Se dio a conocer a principios de los 60, en París, ideando una nueva forma de creación artística para expresarse literalmente a balazos: consistía en apretar el gatillo de una escopeta contra lienzos sobre los que había fijado relieves de escayola que ocultaban pequeños botes y bolsas de pintura en su interior, y dejar que el pigmento sangrara profusamente sobre la superficie blanca; algunos de esos relieves representaban simbología religiosa, otros eran retratos de altos mandatarios -John F. Kennedy, por ejemplo-, a quienes despreciaba como clase, y en 1961 declaró que el objetivo de sus disparos eran “todos los hombres, bajos, altos, importantes, gordos”. Y en 1965, tras pasar un par de años creando esculturas que representaban novias melancólicas y monstruos tiernos que daban a luz, emprendió el proyecto que consumiría el resto de su vida: las Nanas, esculturas a menudo inmensas de muchachas rollizas y jubilosas vestidas con colores chillones que giraban sobre las puntas de los pies y parecían pasárselo en grande.
Ella misma dijo que había creado las Nanas porque le divertía la idea de que los hombres parecieran muy pequeños a su lado, y que a través de ellas pretendía reivindicar con alegría el derecho de las mujeres a ocupar parte de los espacios públicos dominados por todas esas estatuas masculinas solemnes. Una de las más famosas, Hon (1966) -la escultura de un cuerpo femenino más grande de la historia del arte-, tenía el tamaño de una casa, y se accedía a ella a través de una gigantesca vagina; en su interior, en uno de los pechos de la mastodóntica venus, había un bar que servía leche a los visitantes. Por lo que respecta a su gran obra maestra, el Jardín del Tarot, es un vasto parque situado en la Toscana e inspirado en el Parque Güell de Gaudí, que aloja una serie de esculturas monumentales basadas en las 22 cartas que componen el tarot.
Durante mucho tiempo, no se supo hasta qué punto los ataques de Saint-Phalle al patriarcado estaban basados en un trauma personal. Entonces, a los 62 años publicó el libro de memorias Mon Secret (1994), en el que reveló que su padre la había violado durante varios años, desde que ella tenía 11, mientras su madre le recordaba que había sido una hija no deseada y la culpaba de las infidelidades de su marido. Antes del libro, en todo caso, ya había dado pistas acerca de sus demonios al dirigir el largometraje Daddy (1973), la historia de una niña que sufre los abusos de su padre y se venga de él convirtiéndolo en mujer, humillándolo y finalmente matándolo.
El infierno familiar marcó tanto la vida de Saint-Phalle como la de sus hermanos -dos de ellos se suicidaron en la edad adulta-, y nutrió su posterior rebeldía. En la adolescencia fue expulsada de varias escuelas por comportamiento procaz, y más tarde trabajó como modelo para publicaciones como Life, Vogue, Elle y Harper’s Bazaar. A los 18 años se casó con Harry Mathews, que más tarde se convertiría en novelista experimental, y la pareja tuvo rápidamente una hija.
Una de las trágicas ironías de la historia de Saint-Phalle es que la pasión que dedicó a sus obras agravó los problemas de salud que la habían atormentado a lo largo de las décadas. En 1974 fue hospitalizada por un absceso pulmonar provocado por el poliéster líquido que utilizaba para las Nanas; y en 1981, poco después de empezar el Jardín del Tarot, empezó a sufrir artritis reumatoide. En lugar de acudir al médico, se instaló en el interior de una de sus esculturas hasta que, dos años después, llegó a estar a punto de perder del todo la cordura. Lo que la salvó fue mudarse a La Jolla, un pintoresco barrio costero en California; allí murió a los 71 años, en 2002, víctima de un enfisema.
Literalmente, Niki Saint-Phalle vivió por su arte y murió a causa de él, y por eso resulta extraordinariamente inapropiado que, a lo largo de su metraje, ‘Niki’ no muestre ni una sola de las obras que creó durante el periodo de su vida que Sallette ha decidido repasar. Casi con toda probabilidad, esa omisión se debe a que sus productores no obtuvieron los permisos pertinentes de los herederos de la artista, pero ese motivo no sirve para justificar la estrategia de la película, sino para demostrar que hacerla no fue una buena idea.