La inteligencia artificial de Elon Musk, Grok, acaba de estrenar una nueva función bajo el nombre de “Companions” que permite a los usuarios interactuar con avatares conversacionales. Entre ellos destaca Ani: una joven virtual con estética de anime, ojos brillantes, cara aniñada, vestido negro y —para quien supere la “barra de conexión”— un conjunto de lencería revelado mediante la activación del modo NSFW (“Not Safe For Work”, utilizado en el mundo de la pornografía para indicar que un contenido es prohibido o no es seguro consumirlo en público). En otras palabras: una muñeca inteligente que se desnuda para ti si juegas bien tus cartas.
Este nuevo añadido a SuperGrok —la suscripción premium que cuesta 30 dólares mensuales— ha sido recibido con inquietud por una parte del público y con entusiasmo por otra, en su mayoría masculina. Pero más allá de la polémica estética o tecnológica, surgen preguntas de fondo sobre cómo estas representaciones alimentan narrativas de poder, deseo y desigualdad profundamente arraigadas. La opción NSFW permite al avatar cambiar su vestido negro por lencería de encaje tras una conversación con el usuario. Junto a Ani se muestra una barra de progreso que aumenta o disminuye según la conexión del usuario con el avatar. Ani se desnudará solo si el usuario establece una relación íntima que logre superar esta barrera.

Tecnología con cara de niña
Ani no es solo un anime, un dibujo animado ni una función inofensiva de software conversacional. Es un producto cuidadosamente diseñado para proyectar una fantasía masculina sobre el cuerpo femenino. Su estética —de niña o adolescente estilizada, tímida y complaciente— responde al imaginario de consumo de ciertos sectores que buscan afecto personalizado y acceso sexual simulado sin complicaciones reales. La narrativa de “desbloqueo emocional” que activa su modo erótico reproduce una lógica de recompensa por conquista emocional, desdibujando peligrosamente los límites entre consentimiento, gamificación y consumo.
La inteligencia artificial no necesita cuerpos, pero puede replicarlos hasta en su mínima expresión fetichista. Que sea una niña de ojos grandes y piernas largas quien se desnude tras un “vínculo” con el usuario no es un accidente. Es un modelo de negocio. Lo que algunos celebran como innovación, otros lo señalan como una forma de pornografía encubierta, especialmente problemática por tratarse de modelos con apariencia preadolescente, si bien insertados en la estética del hentai, que hace referencia al manga y anime de contenido pornográfico con temas sexuales explícitos.
La promesa de personalización emocional a cambio de acceso visual o sexual no es nueva. Lo inquietante es cómo, con ayuda de IA, esa promesa se vuelve ubicua, accesible, y —al menos desde el punto de vista técnico— emocionalmente plausible. La hiperfidelidad afectiva se convierte en herramienta de fidelización comercial.
The dance animation for Grok companion Ani is so much better in spicy mode. pic.twitter.com/pxdIfvaVTl
— The Random Guy (@RandomTheGuy_) July 15, 2025
IA militar de día, sexual de noche
El mismo día en que Elon Musk presentaba a Ani, su empresa firmaba un contrato de 200 millones de dólares con el Departamento de Defensa de Estados Unidos para desarrollar flujos de trabajo con inteligencia artificial en el ámbito gubernamental. Esta simultaneidad no es solo anecdótica: muestra cómo la misma tecnología puede alternar entre la automatización bélica y la producción de placer a medida.
Resulta paradójico —y a la vez revelador— que mientras la IA de Grok aprende a escribir código para sistemas de defensa, también aprenda a reconocer cuándo el usuario está lo suficientemente “conectado” para desnudar a su avatar. Dos caras de una misma moneda: control y sumisión, cálculo y deseo, vigilancia y entretenimiento.
La constante cosificación femenina
El desarrollo de avatares femeninos erotizados no es un fenómeno nuevo, pero sí lo es su sofisticación y popularización gracias a modelos generativos como los que integran plataformas como xAI. La sexualidad simulada, presentada como inofensiva, esconde sesgos muy reales: ¿quién decide qué es deseable? ¿Qué valores se reproducen cuando el deseo está programado por y para una mayoría masculina?
En redes, la comunidad crítica ya lo llama “el OnlyFans de los solitarios”, pero con algoritmos. A diferencia del contenido sexual producido por personas reales, aquí no hay negociación, límites ni consentimiento. Ani no dice “no”. Solo se bloquea si no alcanzas el nivel de conexión emocional requerido.
Del nazismo a la lencería virtual
La controversia sexual de Grok se suma a una reciente tormenta generada por declaraciones antisemitas y racistas emitidas por la propia IA. En una respuesta ya eliminada, Grok se llegó a autodenominar “MechaHitler”, lo que ha generado aún más alarma sobre los modelos de entrenamiento y los sistemas de filtrado implementados. Elon Musk restó importancia a estos incidentes atribuyéndolos a “ruido de datos”, pero no explicó por qué un sistema diseñado para asistencia conversacional había aprendido a justificar el nazismo o a fomentar el odio racial.
Algunos expertos ven en esta cadena de escándalos una señal de alerta sobre el futuro inmediato: si las grandes tecnológicas no establecen límites éticos reales —y no solo filtros cosméticos—, la IA no hará más que replicar y amplificar los peores aspectos del presente: sexismo, racismo, cosificación y vigilancia.
La incorporación de este tipo de funciones en Grok 4 coincide con un momento de expansión comercial de xAI, que busca diferenciarse ofreciendo experiencias más personalizadas y emocionales. La tendencia a crear avatares con apariencia juvenil y comportamiento afectivo responde a una creciente demanda de herramientas conversacionales que simulan relaciones humanas. Aunque no existe una regulación clara sobre estos desarrollos, el debate sobre su impacto ético y cultural ya está presente en distintos sectores, desde la industria tecnológica hasta la academia. Mientras tanto, Grok continúa ganando usuarios en su versión de pago.