Opinión

La dimensión cultural de la prostitución

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Esta semana se ha debatido en el Congreso de los Diputados una medida presentada por el PSOE que tenía como objetivo avanzar en la erradicación de la prostitución, uno de los problemas sociales que más violencia genera hacia las mujeres y que más dificulta la igualdad. Se trataba de una ampliación de la definición de proxenetismo, un delito ya recogido en nuestro Código Penal, cuya descripción exige que exista una relación de “explotación” de la víctima a través de la violencia, la intimidación o el abuso de superioridad, lo que dificulta que la ley se pueda aplicar. El PSOE proponía ampliar esa definición a cualquier actividad que implique el lucro de un tercero sin que tenga que existir una relación de explotación, incluyendo además a quienes destinan locales a este propósito y considerando conducta delictiva a quienes demandan prostitución, ya que la están promoviendo.

La medida propuesta no era una ley integral abolicionista de la prostitución, algo muy difícil de plantear, ya que las competencias para conseguirlo corresponden a distintas administraciones. La propuesta del PSOE pretendía dar un paso en esa dirección, pero la mayoría de los partidos decidieron que su iniciativa no saliera adelante. Los de derecha y ultraderecha (PP y Vox) priorizaron su estrategia de debilitar al gobierno a los derechos de las mujeres y los de izquierdas (Sumar, ERC, Junts y PNV) también impidieron que se avanzara, argumentando que una medida punitivista no es suficiente y deja en situación de vulnerabilidad a las mujeres prostituidas sin hacer mención a las medidas que ya existen en este sentido ni plantear ellos mismos la posibilidad de añadirlas. También insistían mucho en diferenciar la prostitución que se ejerce desde la “libertad” de la que no.

“La prostitución tiene su raíz en el machismo y la percepción de las mujeres como una mercancía”, apuntaba muy certeramente la diputada socialista Andrea Fernández Benéitez, una de las impulsoras de esta medida. Este concepto es clave para entender por qué es necesario erradicarla por completo. No es una cuestión de “gustos”, como apuntaban algunos, sino de asumir que la prostitución es algo que afecta física, social y culturalmente a todas las mujeres. Se basa en la idea de que es posible dividir en partes a una mujer y alquilar una de ellas: su cuerpo. Un cuerpo desconectado de su deseo (las mujeres prostituidas no desean a los puteros), de sus emociones (no se tienen en cuenta las consecuencias emocionales y psicológicas que tiene para ellas) y en muchos casos hasta de su voluntad. Esto sin contar con las consecuencias y riesgos físicos que la prostitución conlleva para la salud y la vida de estas mujeres.

El caldo de cultivo

Erradicar la prostitución no es una tarea fácil, ya que es una consecuencia de la falta de derechos de las mujeres a lo largo de la historia que continúa siendo sostenida por la fuerte desigualdad económica y de oportunidades laborales que aún sufrimos y es alimentada por una cultura que la normaliza día tras día. Para acabar con ella es necesario actuar desde muchas áreas: mejorando las leyes como ha propuesto en este caso el partido socialista, a través de la educación, trabajando para que no haya desigualdad económica, fomentando las oportunidades laborales de las mujeres, eliminando el racismo y también transformando la cultura.

Por ejemplo, la pornografía que es el caldo de cultivo de la prostitución, una escuela en la que muchos hombres aprenden que el sexo no tiene nada que ver con la empatía ni con el deseo mutuo sino con el sometimiento de las mujeres a las que se presenta como meros objetos. O las plataformas como Only Fans, que contribuyen a esa idea de que las mujeres son solo cuerpos deshumanizados que se pueden comprar e intercambiar. También está la industria musical que obliga a las cantantes a proyectar una imagen infantilizada e hipersexualizada para poder triunfar. Temas como “P.I.M.P.” (Proxeneta), “Puta” o “Hentai” son presentados como el sumun de la modernidad. O el cine, que promociona relatos como “Pobres Criaturas” en los que las mujeres prostituidas se promocionan como empoderadas, libres y feministas. Tampoco se quedan atrás a la hora de contribuir a tolerar la prostitución la publicidad y la moda, que siguen presentando como algo glamuroso editoriales con modelos que parecen lolitas haciendo la calle. Todos esos relatos culturales van conformando la idea de que la prostitución tiene que ver con algo cool y con el empoderamiento y la decisión de las mujeres.

No solo los medios de comunicación forman parte de esa cultura que está normalizando la prostitución. El hecho de que muchos partidos de izquierdas estén utilizando en sus discursos palabras como “derechos”, “libertad”, “se dedican” o “trabajo” cada vez que hablan de ella también genera una visión distorsionada de lo que implica. Esos mensajes generan cultura y sus conceptos llegan a millones de jóvenes que interpretan de esa manera una práctica que alimenta la desigualdad y la violencia hacia las mujeres. “La prostitución es un debate complejo y profundo” aseguraba la presidenta de Sumar, Yolanda Díaz, en el programa La Noche en 24 horas de TVE. Quizás por esa razón dice que “no hay que hacer ningún drama” que es un “hecho social” que compara con la pobreza y que la medida propuesta por su socio de gobierno tiene “aroma prohibicionista”, como si estuviese hablando del menú de un restaurante con estrellas Michelín. Esa es, por cierto, la misma estrategia que utiliza la derecha para bloquear cualquier propuesta de avance social: asociarla a la censura, a la dictadura o al recorte de libertad.

La mujer como mercancía

“Hay que escuchar a todas las mujeres” aseguraba muy enfadada Pilar Vallugera diputada de ERC. En eso estamos de acuerdo. Pero no solo hay que escuchar a las mujeres prostituidas también al resto porque, aunque a cada una nos afecte de manera diferente, el hecho de que exista la prostitución, tiene consecuencias para el conjunto de las mujeres. Culturalmente normaliza la idea de que una mujer es una mercancía, un trozo de carne que está disponible para complacerles. También afecta a las relaciones sexuales que mantenemos con los hombres ya que se construyen desde la idea de que nuestro deseo no es importante. ¿Y a los hombres? ¿Acaso a ellos no les afecta que desde pequeños se les transmita la idea de que la sexualidad no tiene que ver con la empatía y que pueden usar a su antojo el cuerpo de las mujeres a cambio de dinero?

Que la prostitución es un debate profundo y complejo es completamente cierto. Que tiene su raíz y su sostén en el machismo, una realidad. Que hay que combatirla desde distintos flancos, protegiendo y acompañando siempre a las mujeres es algo en lo que todos y todas estamos de acuerdo. Pero en lugar de poner piedras a quienes plantean medidas para avanzar en su erradicación, pongámonos a trabajar en equipo aportando más soluciones e ideas, trabajando desde todos los flancos, anteponiendo los derechos humanos a la guerra entre partidos políticos y, sobre todo, no confundiendo a la ciudadanía sobre lo que implica con palabras desacertadas: la prostitución sí es un verdadero drama.