Tom Cruise apareció en la alfombra roja del Festival de Cannes como una visión del futuro: enfundado en un terno color vino que evocaba a un protagonista carcelario de ciencia ficción, como si hubiera escapado de una prisión interestelar para aterrizar en la Costa Azul. Y sin embargo, era completamente terrenal: su sonrisa omnipotente, su bronceado impecable, su caminar de estrella perfectamente coreografiado. El actor de 62 años volvió a demostrar que, para él, el tiempo —y quizá también la gravedad— parecen no aplicar.
Pero detrás del espectáculo, y bajo una mirada femenina, hay algo más profundo que explorar. Tom Cruise no solo llegó a Cannes para presentar Mission: Impossible – The Final Reckoning, la supuesta última entrega de su franquicia más longeva. Llegó, como tantas veces antes, para reafirmar su rol como el último gran ídolo masculino del cine, y quizás el último que entiende el deseo femenino en su dimensión más clásica: la fascinación por el hombre que lo arriesga todo, que se entrega sin reservas, que cree en la épica… incluso cuando esta parece obsoleta.
El hombre que corre, ama y se desnuda
Cruise ha sido muchas cosas a lo largo de su carrera: el amante apasionado, el rebelde atormentado, el agente incansable. Pero lo que no ha dejado de ser, nunca, es una figura de entrega absoluta. No es casualidad que en esta última película lo vemos correr como siempre, pero también luchar con un cuchillo en calzoncillos sobre un submarino, o zambullirse en el agua con el torso expuesto, con más de sesenta años y un cuerpo que, aunque no es el de un superhéroe de Marvel, sigue exudando vigor, compromiso y deseo de trascender.
Desde los asientos dorados del Palais, la ovación duró más de cinco minutos. Los aplausos no eran por las acrobacias ni por la factura técnica. Eran por él. Por ese tipo de actor que ya no abunda, y que parece llevar cada filme como una declaración personal. En su cine no hay ironía: hay fe. Fe en el cine, en el cuerpo, en el riesgo, en la posibilidad de seguir emocionando a una audiencia global.
Un juguete articulado con corazón
Christopher McQuarrie, el director de esta nueva entrega, confesó frente al público que de niño soñaba con tener su propio muñeco de acción. “Y ahora lo tengo”, dijo, posando la mano en el hombro de Cruise. Y es cierto: Cruise tiene algo de figura articulada, de hombre fabricado para cumplir fantasías ajenas. Pero desde una mirada femenina, lo interesante es cómo, incluso dentro de ese molde, logra introducir emociones complejas.
Porque el personaje de Ethan Hunt no es solo un héroe imbatible. Es también un hombre marcado por la pérdida, por la soledad, por una ética que a veces lo deja al margen del mundo que intenta salvar. Y Cruise lo interpreta no como un autómata, sino como un hombre profundamente humano. Esa tensión —entre el mito y la fragilidad— es, en buena medida, lo que lo hace deseable.

Seductor sin arrogancia
Lo que diferencia a Tom Cruise de otras estrellas de acción es su forma de seducir. No impone su masculinidad: la ofrece. En Cannes, mientras los flashes lo seguían incluso cuando posaba junto al elenco entero, él se mantenía en segundo plano, dejando hablar al director, agradeciendo con gestos sinceros, tocándose el pecho al recibir los aplausos, como si aún no pudiera creer que, tras más de cuarenta años de carrera, el público lo siguiera ovacionando.
Y eso es quizás lo más atractivo de él: que sigue pareciendo un niño asombrado dentro del traje del hombre perfecto. Un niño que quiere gustar, que quiere entretener, que quiere que lo quieran. No desde la vanidad, sino desde un deseo profundo de conexión. ¿Qué mujer no ha deseado alguna vez a un hombre que corra —literal o metafóricamente— solo por llegar hasta ella?
Entre la nostalgia y la reinvención
El Festival de Cannes, que muchas veces cae en la endogamia de sus propias repeticiones, encontró en Cruise una dosis de aire fresco, o al menos de espectáculo puro. Y él, que ya había hecho historia allí con Top Gun: Maverick, volvió sin necesidad de jets ni palmas honorarias, pero con la misma energía. Con menos parafernalia, sí, pero con igual entrega.
Mientras otros actores de su generación se retiran, reinventan o desaparecen, Cruise sigue apostando por el cine como una experiencia total. Se niega a filmar solo para streaming. Insiste en hacer sus propias escenas de riesgo. Se expone, se exige, se desnuda —literal y simbólicamente— para mantener viva la llama de un cine que cree en el cuerpo, en la acción, en el rostro que sufre y brilla en pantalla grande.
Un adiós que quizás no lo sea
Puede que este sea el último capítulo de su saga, sí, pero nadie apuesta a que Cruise se baje del tren del espectáculo todavía. Él mismo lo dejó entrever al tomar el micrófono y agradecer a McQuarrie por “extender” la saga más allá de lo que jamás imaginaron. Habló de nuevos proyectos, de nuevas películas, de más sueños por cumplir.

Desde una perspectiva femenina, lo que queda es una mezcla de admiración, deseo y ternura. Porque Cruise no es solo el hombre que todos miran, sino el que aún mira con hambre. De hacer, de vivir, de emocionar. Es ese hombre que, pese a haberlo ganado todo, sigue corriendo como si aún tuviera algo que demostrar.
Y quizás eso sea lo más seductor de él: que en cada película, en cada alfombra roja, en cada sonrisa que lanza como una bengala al mundo, sigue preguntándose si es suficiente.