El último capítulo de El verano en que me enamoré ya está disponible en Prime Video y cierra una historia que ha marcado a millones de espectadores.
Lo que empezó como una adaptación de las novelas juveniles de Jenny Han ha ido mucho más allá. La serie no solo seduce a adolescentes, sino que también conquista a mujeres adultas entre 30 y 40 años. El fenómeno no es casual. Y, según los psicólogos, tiene una explicación muy clara.
‘El verano en que me enamoré’ como refugio emocional
El psicólogo Luis Antón, del centro IPSIA de Madrid, señala en la revista ¡Hola! que El verano en que me enamoré funciona como “reforzador emocional inmediato”. Tras jornadas llenas de trabajo, rutinas y responsabilidades, ver una ficción romántica ofrece una gratificación rápida en forma de evasión.
El verano, los primeros amores y la amistad evocan recuerdos asociados a la adolescencia, generando un enganche emocional que explica el éxito de la serie en franjas de edad mucho mayores a las esperadas.
La neurociencia también respalda el fenómeno. Como recuerda Antón al citar a la antropóloga Helen Fisher, el sistema de dopamina vinculado al amor romántico se activa igual en adolescentes que en adultos. Eso explica por qué El verano en que me enamoré engancha sin importar la edad.
Al mismo tiempo, la nostalgia juega un papel esencial: revivir el primer amor en un entorno seguro permite conectar con la ilusión, la libertad y la curiosidad de la juventud.
Cambios sociales y nuevos guiones románticos
Según el psicólogo, El verano en que me enamoré también responde a una realidad social: muchas mujeres de 30 y 40 años ya no siguen los mismos guiones vitales de generaciones pasadas.

El retraso de la maternidad, el aumento de la soltería y la diversidad de modelos de vida influyen en la forma de consumir relatos amorosos.
En ese contexto, El verano en que me enamoré ofrece guiones emocionales alternativos que ayudan a dar sentido a la experiencia amorosa en la modernidad.
El triángulo amoroso como motor narrativo
Uno de los grandes secretos de El verano en que me enamoré está en su trama principal: el triángulo amoroso entre Belly y los hermanos Fisher. Según Antón, este recurso es adictivo porque activa la incertidumbre, uno de los estímulos más poderosos para mantener la atención. La tensión entre elegir la seguridad y ternura de Jeremiah o la pasión y el misterio de Conrad conecta con dilemas universales que trascienden generaciones.
El debate entre Conrad y Jeremiah no es nuevo en la ficción: recuerda a Edward y Jacob en Crepúsculo o a Peeta y Gale en Los Juegos del Hambre. Pero, más allá del entretenimiento, Antón explica que dividirse en bandos responde a mecanismos sociales muy potentes. Escoger equipo genera conversación, pertenencia y validación grupal; refuerza la implicación emocional. No se trata solo de un juego: cada personaje proyecta valores distintos —pasión frente a seguridad, misterio frente a ternura— que resuenan con dilemas de la vida real.

Por otro lado, el deseo es otro pilar fundamental en la serie. Tal como recuerda el psicólogo apoyándose en teorías de Esther Perel, el deseo se alimenta de la imaginación, la novedad y la transgresión.
Las ficciones románticas permiten a los adultos reconectar con un espacio lúdico y erótico sin los riesgos de la vida cotidiana. De esta forma, El verano en que me enamoré no es solo entretenimiento, sino un recordatorio simbólico de la pasión y la imaginación.